Se busca: Un esposo para mí mamá

Capítulo 6: El hombre que negó conocerme

★ Aileen

Dormí mal. O ni dormí. Mis horas de sueño están contadas últimamente, y no quiero que, cuando vaya a ver a mi hermoso Leito, me vea con estas malditas ojeras que me cuelgan como si llevaran años ahí. Mi niño siempre se preocupa por mí… en ocasiones me recuerda a su papá. Cuando Gabriel lo hacía.

Tenía los ojos hinchados y la cabeza a punto de estallar. Mi estómago parecía una licuadora vacía llena de piedras, aunque no había probado ni un café esta mañana. No podía pensar en otra cosa. Solo en Leo. Y en Gabriel. En ese maldito de Gabriel. No sabía cómo iba a reaccionar al enterarse de que mi Leito… su hijo… lo necesitaba.

Vanessa llegó temprano, como siempre, con su café barato de máquina de esos que compras en una tienda express y su típica cara de “no vamos a retroceder”. Y eso me aterraba. Yo no me siento tan valiente. No para ver al hombre que me partió el corazón.

—¿Lista? —dijo mientras se acomodaba en el sofá como si fuera su casa.

—No sé si estoy lista… pero tengo que ir —le respondí con un hilo de voz a punto de romperse en el aire.

El camino al hotel fue un infierno. Mi cuerpo temblaba, no sabía si de miedo o de coraje… o una mezcla asquerosa de ambas. Las manos me sudaban a chorros, frías como hielo. Y mi mente… era un desastre.

¿Cómo le digo? ¿Cómo se lo suelto?

¿“Hola, tienes un hijo y se está muriendo, podrías donar un pedazo de ti para salvarlo”...?

—Si no quiere donar, que mínimo te embarace otra vez. Y listo, otro bebé compatible —disparó Vanessa.

A veces me pregunto por qué Vanessa sigue siendo mi amiga, si es completamente opuesta a mí. Ella no le teme a nada.

—Eres una idiota —le solté, dándole un golpe en el hombro, pero me arrancó una carcajada seca. Esa que me salvó de llorar, sin duda alguna.

—Nomás digo… si te va a rechazar, que te rechace embarazada, amiga. Véle el lado bueno: cada vez está más guapo el condenado.

Negaba con la cabeza, riendo nerviosa, tragándome las emociones. Tenía razón: los años le habían sentado bien. Muchas lo deseaban. Yo, en cambio… tenía que pedirle ayuda. No amor. No una segunda oportunidad. ¡AYUDA!

Entramos al hotel. Uno de esos elegantes, fríos, que huelen a perfume caro y a gente que nunca ha sufrido. Gente que no es como yo. Yo soy la que limpia los pisos por donde caminan. Soy camarera en un hotel de renombre, donde personas como estas se creen superiores solo porque nacieron con suerte.

Vanessa caminaba como en pasarela. A ella le valía todo. Y por eso la amo.

Yo, en cambio, sentía piedras en los zapatos. Estaba fuera de lugar. Más que eso: me sentía indeseada en ese lugar.

Nos acercamos al mostrador. La recepcionista nos recibió con una sonrisa educada y forzada. De esas que yo misma he usado mil veces en mi trabajo. Esa pateti sonrisa de “odio estar aquí pero no me alcanza para renunciar”.

—¿Puedo ayudarlas?

—Queremos saber si Gabriel Martínez está hospedado aquí —dije, firme. Aunque por dentro me temblaba hasta el alma.

—Lo siento, no puedo dar información sobre nuestros huéspedes. ¿Es fan?

Respiré hondo. Me tragué las ganas de explotar.

—No, no soy fan. Necesito hablar con él. Es algo… importante.

Vanessa se adelantó, sin filtro y con sus ovarios bien puestos.

—Ella es la mamá de su hijo.

Pum. Soltó la bomba. Varias cabezas se giraron. Algunos comenzaron a murmurar. La recepcionista alzó una ceja y soltó una risita seca, de esas que no se hacen con la boca, sino con el alma podrida.

—¿Saben cuántas han venido hoy diciendo lo mismo? Por favor…

Apreté los puños. Me dolían las ganas de no explotar. Sentí los ojos arder, pero me negué a derrumbarme.

—Solo llámelo, por favor. Dile que Aileen Herrera está abajo. Que necesito verlo. Un minuto. Solo eso. Por favor.

La mujer nos miró de arriba a abajo, dudando. Luego tomó el teléfono y marcó.

—Señor Martínez… disculpe… hay una señorita Aileen Herrera en recepción, dice que… sí… entiendo. Gracias.

Colgó.

Me quedé clavada al piso, esperando. La llamada había sido demasiado corta.

—¿Va a bajar? —preguntó Vanessa.

—El señor dice que no conoce a ninguna Aileen. Que se retiren.

Sentí que me arrancaban algo del pecho. Como si me apretaran el corazón hasta hacer migajad de el.

¿No me recordaba? ¿De verdad no me conocía?

Yo no lo había olvidado. Ni un solo día.

Retrocedí. Un paso. Luego otro. Me ardían los ojos. Vanessa me tomó del brazo, intentando sacarme del hotel, pero yo no reaccionaba. Me faltaba el aire. Estaba ahogándome.

Y justo cuando íbamos a cruzar la puerta, una mujer pasó junto a mí riéndose con el teléfono en la mano.

—Otra loca más queriendo ser la mamá del hijo de Gabriel Martínez… hay cada enferma en las calles hoy en día.

Me giré. La rabia me explotó en el pecho. Y antes de pensar, lancé mi mochila al piso con fuerza. Todos se voltearon. Me importó un carajo.

—¡NO SOY UNA MALDITA FAN! —grité. La voz me salió desde lo más profundo de mi qlma—. ¡TENGO UN HIJO CON ÉL! ¡UN HIJO QUE SE ESTÁ MURIENDO Y USTEDES…!

Me falló la voz. Me doblé sobre mí misma, cubriéndome el rostro. Respiraba como si me ahogara. Todos me miraban. Pero nadie hacía nada.

Y él… él allá arriba, negando conocerme.

Vanessa me abrazó. Me sacó casi a rastras. Susurraba palabras que no entendí. Que no me rendiría. Que ese cabrón no merecía ni una lágrima más. Y que si por ella fuera, lo golpearía hasta que se acordara de mi nombre.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.