Dicen que una mujer que acaba de sufrir una decepción amorosa puede ser realmente densa hasta el extremo, pero no me importa ahora eso. Yo quiero superarlo y ya no malgastar más mi tiempo pensando en él, desde que me dejó no he podido dormir de corrido ni una sola noche, llegando al punto de que he quedado completamente sin sueño en algunas pasando de largo desde las once de la noche que me acuesto hasta la mañana que suena el despertador para ir a la empresa. En la firma de Vittorino para la cual trabajo, una compañía de modas que viste a gente muy prestigiosa y adinerada, desde modelos superestrellas hasta esposas de mafiosos o de jugadores de fútbol, se comienza desde temprano y tenemos buena paga, aunque las horas de costura exigen mucha atención y, por culpa de tener la cabeza en cualquier parte, ya me he pegado varias puntadas en los dedos y he estado a punto de arruinar algunas telas que son carísimas. La paga es buena, pero apenas hace seis meses que estoy viviendo en Roma y el apartamento que me alcanza para pagar es pequeño, da cuenta de que recién estoy en tratativas de instalarme en esta bellísima ciudad.
Pero no estoy sola acá, sino con mi mejor amiga, aunque no vivimos juntas. Ella se ha quedado a dormir ahora para acompañarme ya que me he comido la ilusión de mi vida por culpa de que uno de los inversionistas de la firma, Paolo Cruz, se fijó en mí desde el primer día de mi llegada y nos acostamos desde la primera noche en que salimos a cenar, dándonos unas buenas revolcadas desde entonces. El problema es que le conocí luego de terminar con Mia Love (sí, así se llama, ni yo misma me lo termino de creer, aunque una parte de mí me asegura que sería un intento de nombre artístico o algo así, ridícula esa), una ruptura muy reciente que apenas llevaba veinticuatro horas hasta que se fue conmigo a la cama. Y vaya una a saber cuántas más pasaron por esa habitación tan linda de ese piso con vista al Coliseo donde él vive. Adinerado, treinta años, hijo de padres ricos, hábil para las inversiones y muy interesado en el gran mercado de la moda que abunda en Italia al igual que de las obras de artes visuales, es un encanto auténtico y aficionado pictórico, imán seguro para una boba de veinte años recién llegada a esta magnífica ciudad europea.
Paolo alguna vez amó a Mia, pero no como me amó a mí. Lo nuestro fue algo único, excepcional, algo sin igual tanto en su vida como en la mía, como se sentí con él jamás me había sentido con nadie, segura de que hacía tan poco nos conocíamos, pero parecía ser que nos sabemos la vida entera el uno del otro. Me lo decía cuando estábamos en la cama o cuando él me proponía mirar hacia una ventana con la espalda descubierta para pintarme de cara al amanecer, con los primeros rayos de sol despuntando el alba contra mi piel desnuda color morena, brillante y mis ojos oscuros observándole por encima de un hombro. Lo que él no tenía idea era que la agraciada era yo por tener semejante macho observándome, mientras quedarme en esa posición era la excusa perfecta la liberar dopamina y toda clase de neurotransmisores que excitan la conciencia. Ver a Paolo es como ver todo el sentido de la estética: cabello dorado ondulado, alto, de hombros anchos y espalda amplia como una pared, brazos como tubos tonificados, nariz recta, ojos verdes, cejas definidas, labios bien rosados, hoyuelo en la barbilla y la quijada cuadrada, una auténtico italiano de película. No me lo podía perder, esa vista, ese lujo, su sentido del humor, su sensibilidad, sus palabras como una miel, su habilidad en la cama, todo en él era tan perfecto que poco a poco fue despertando todas mis ilusiones dirigidas en su dirección. Qué va, ningún poco a poco, sucedió como un torbellino que me engatusó, que me elevó al cielo, me sostuvo en sus manos…y me dejó caer.
No éramos nada formal, no había nada concreto, pero nos amábamos. Nos amamos. Estoy segura de ello. El caos entre los dos comenzó cuando él tenía algunas reuniones y noches ocupadas, cuando en las redes sociales comencé a ver que muchas chicas le atosigaban y que él mismo les comentaba o les ponía me gusta en sus publicaciones, siguió al descubrir que había vuelto a seguir a Mia Love en Instagram y mi conciencia entró en caos al ver el magnífico cuerpo de la chica sueca, su inmenso poder adquisitivo, ver que ella consiguió hacer una carrera universitaria en el ámbito empresarial y que su familia posee una fortuna brutal que se potenciaría a la perfección con la del apellido Cruz. Mi mente se llenó de fantasmas, la inestabilidad emocional y las discusiones comenzaron a suceder y nos apartamos poco a poco, haciendo de cada reconciliación un ida y vuelta completamente tóxico.
Y sucedió lo que tarde o temprano sucede a las personas que son solo un ligue, pero que comienzan a desarrollar un vínculo afectivo: pasan tiempo juntos. Ya no solo se trata de quedarse a dormir en la noche luego de algo brutal, sino el desayuno del día siguiente que a veces también se convierte en juntarse a almorzar o cenar luego, devienen las salidas juntos, los encuentros con amigos en común o el encuentro accidental con un familiar. En un lujoso restaurante nos encontraron sus padres y su madre se arrimó a la mesa sin saludarme directamente, apartó a Paolo y él regresó de mala cara. Stalkeé a la señora Cruz en redes sociales y descubrí lo peor que me temía: se seguían mutuamente, se comentaban y compartían fotos familiares juntas con Mia Love, incluso de viajes y asuntos en común que habían cuando eran aún familia. Intenté hablar de esto con Paolo, pero él, de manera muy evidente y con todas las ganas, evadía el asunto sin ceder a su firmeza hasta que sucedió y estallamos los dos: ni yo quería que se viera más con Mia ni él quería que yo lo limitara. Cuando le pregunté si se había visto con ella en los seis meses que hacían desde que nos habiamos comenzado a ver de manera íntima, no me lo negó. Su respuesta “tenemos algunas cosas en común, ha sido más de un año juntos” fue suficiente para romperme el corazón. Desde entonces, todo ha ido demasiado turbulento y rápido. Bah, la cosa fue rápida desde el comienzo: tan pronto llegó, tan pronto se marchó. Pero me niego a dejar que eso desaparezca. Cuando la primera vez que están en intimidad ya te dice que te ama, tienes que sospechar de que algo va mal, pese a que el hipnótico efecto de que un tipo poderoso y condenadamente atractivo que tiene una cosa maravillosa entre las piernas, pueda hacerte creer en cada una de esas palabras vacías que no tienen ningún significado porque no son más que dos desconocidos.