Se casó con La Otra

CAPÍTULO 4

—¡¿Es en serio?!

Mientras nos pintamos a punto de salir al bar de música caribeña, mi amiga me atrapa mirándole las historias de instagram a Paolo. Esta noche parece ser entre amigos ya que se muestra muy a gusto compartiendo unas copas en un bar mientras un montón de chicas lindas se observan alrededor en el lugar. La bronca se apodera de mí con la imagen, no la puedo controlar, simplemente sucede y se me vienen a la cabeza todas las situaciones que podrían acontecer a lo largo de la noche con ese grupo de chicas ahí que miran a la cámara y sonríen mientras Paolo graba de manera panorámica a todos. ¿Con qué objetivo? ¿Es para demostrarme a mí lo bien que se lo pasa? Oh, claro que no.

—¡Es que tan solo mira!—le digo.

Ella mete el dedo.

—¿A ver?

—¡Deja!

Le quito el móvil y contemplo el momento justo en el que pensaba bloquearme el perfil de Paolo en redes.

—¡No!—le suelto, furiosa.

—¡Ya deja de hacerte daño! ¡Ni pienses que esta noche estarás pensando y acosando a ese tipo mientras intentamos divertirnos!

Me vuelvo indignada y bloqueo pronto la pantalla del celular antes de que terminemos ambas cometiendo una locura

Mantiene su labial de color rojo intenso en alto como si fuese un cuchillo con el que está a punto de acribillarme.

—Baja ese arma, Carmencita—le advierto, furiosa.

—No hasta que lo elimines definitivamente de tu vida.

—Aunque me obligues a bloquearlo, no desaparecerá de mi vida—. De mi cabeza y de mi corazón, sobre todo—. De hecho, me enloquecería por querer saber qué es de su vida, qué está haciendo, dónde anda, qué está sucediendo, ¿crees que es tan sencillo?

Por un instante baja su elemento amenazador y se vuelve a mí para pintarme.

—Si salimos con bocas rojas, regresamos a casa cojas.

—Te estas esforzando en tus poemas—aseguro.

Ella me abofetea.

—¡Oye!

—¡Intento hacer una obra de arte contigo!

Me quedo quieta mientras sigue y luego desliza sus manos hasta el escote de mi blusa y desprende los tres primeros hasta llegar a la mitad de mis senos al descubierto. Okay, esto ya se está poniendo demasiado vergonzoso.

—¿Crees que deba ir como una zorra con un rótulo en la cabeza que diga “Aquí estoy regalada y con el corazón roto”?

—Exacto, y añade “así que necesito que alguien me rompa la flora para olvidarme definitivamente del estado deplorable de mi corazón”.

Entrecierro los ojos mientras ella me obliga a hacer una O y termina de pintarme la boca para luego aseverar.

—Y más te vale que uses algo corto que infarte a todos esos italianos ansiosos de verte que hay allá, cariño. En el mejor de los casos, prueba nuevamente algo caribeño, ese chocolate amargo nunca se olvida.

—Claro, tú lo único que quieres es hacerme exponer ante todos y que se me quiebre la dignidad.

—Mi amor, tú no quebraste tu dignidad, la perdiste en el momento que te arrastraste por ese idiota que te dejó para casarse con su ex.

—¡No me lo recuerdes!

—¿Acaso en algún momento se me olvidó?

Me miro al espejo, segura de que la persona que me devuelve el cristal es la misma que tiempo atrás, antes de conocer a Paolo, salía en Dominicana, se embriagaba y volvía borracha a casa o despertaba en la cama de algún desconocido o se dormía en la cama de su mejor amiga cuando salía el sol, mientras ella regresaba al día siguiente y me contaba con quién había estado como si ello fuere un triunfo. Hablar de los tipos con los que nos acostábamos era una suerte de trofeo mientras lo recordábamos y enumerábamos todas las opciones; lamentablemente ella me superaba con gran amplitud en los triunfos porque siempre supe que eso no estaba bien y simplemente estaba esperando una suerte de hombre diferente que cambie por completo mis paradigmas.

Hasta que Paolo se apareció en mi vida.

Y creí que todo sería diferente. Pero qué ilusa fui. ¡Y soy! Porque una parte de mi sigue esperando explicaciones acerca de por qué se casó con la otra y cuál fue el motivo principal por el que decidió mentirme de la manera en que lo hizo, destrozando por completo mi cordura y el amor propio.

Él sabía que me estaba haciendo daño.

Nunca lo haría intrínsecamente.

Él me amaba y la incertidumbre de no saber si me sigue amando me consume por dentro con toda la furia.

Yo lo amaba y lo sigo amando, algo que no me cabe duda alguna que aún lo sabe.

—Listo, cielito—asegura ella, guardando sus cosas y mirando la pantalla del móvil que se tambalea peligrosamente sobre el lavabo seco—. El taxi está fuera, ¡vamos!

 




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