Se casó con La Otra

CAPÍTULO 5

—¿A qué clase de repostería he venido con tan deliciosos bombones en exposición?

Las palabras nos llegan de parte de un tipo que está detrás de nosotras mientras mostramos las identificaciones para poder pasar.

Mi amiga se vuelve al tipo baboso quien es evidentemente italiano y define con determinación ante su cara:

—¿Acaso quieres que este bombón te rompa la repostería en la cara, cariñito?—. Mueve sus caderas y la cabeza a medida que habla con el dedo índice en alto, sacudiendo el cuello como una paloma.

—Es que con esas faldas tan cortas es imposible…

—Ya, ya. Muchacho. —Determina el tipo de seguridad metiéndose al medio entre los dos—. Dejemos a las damas pasar la noche en paz, ¿okay?

—Así es, porque sino tendremos problemas y queremos una noche alegre y de copas deliciosas con el sabor del Caribe.

Quien acaba de hablar es otro tipo que parece ser amigo del primero que acaba de hablar. Es un chico alto, de unos veintitantos, quizá veintisiete. Es moreno, labios gruesos, cabello negro rapado, profundo ojos como el chocolate y un cuerpo atlético de grandes brazos y hombros cual caribeño inconfundible.

Puedo notar la manera en que mi amiga se derrite al notar su presencia aquí.

De hecho, se arregla el cabello detrás de una oreja y arrastra las yemas de sus dedos por su cuello hasta su pecho. Conozco lo que quiere decir eso, lo hace cada vez que alguien parece estarla excitando con su sola presencia.

—Adelante, chicas—señala el guardia.

—Que tengan una linda noche—añade el tipo que se sobrepasó.

—Ya, amigo. Calma o no pasarás tú—le advierte el guardia.

Su amigo nos dice antes de marcharnos:

—Tranquilas, lo mantendré vigilado.

Y basta apartarnos un poco para entrar al club y ser golpeadas con las luces de colores y la música caribeña para saber que está todo super rico, Dios santo, no tenía idea de cuánto extrañaba esto.

—Chicas ¿tienen reserva?—pregunta una de las recepcionistas. Mi amiga le pasa su nombre y nos señala una mesa alta frente a la barra—. Por acá.

—Gracias—le digo y las sonrisas de amabilidad van y vienen mientras mi amiga me dice un poco más fuerte por encima de la música.

—¿Viste al bombón caribeño de la puerta? El que venía con el otro idiota—asevera y me hace reír mientras paso el móvil por el QR de la carta.

—Lo dices porque uno es lindo y el otro no, de hecho—la acuso.

Ella suelta una carcajada y advierte:

—Me atrapaste.

—Sí, por supuesto. Casi le metes en problemas a ambos, de todas maneras, porque vienen juntos.

—Ahí van entrando, por Dios, se me prende fuego la bombacha de solo verles. ¿Percibiste el perfume? Esa mezcla de perfume caro con sangre latina, es imposible de confundir en estos lugares.

—Puede ser.

—Escucha, tienes que hacerme un favor antes de que otra se lo gane. —Mientras habla, ellos pasan tras ella y puedo percibir la mirada y la sonrisa de reojo de parte del más lindo. ¿Es que acaso se está burlando con su amigo de nosotras? El otro ni siquiera nos mira mientras siguen su camino—. ¡OYEEE, LLAMANDO A TIERRA A MI AMIGA!

—Perdona—parpadeo.

—¿Sigues pensando en ese cretino, verdad?

—No menciones a Paolo esta noche, por favor.

—Pues no lo evoques tú. Y acabas de mencionarlo.

—Verdad, qué estúpida.

—Bueno, repito: pídeme un mojito doble malibú que yo debo ir a retocarme el labial al baño. Debo hacer contacto visual con ese papasito antes de que alguien más se me adelante, eso sería caótico.

Je, je, creo que una arpía por ahí ya hizo contacto visual.

Por el momento, solo preferiría que no me deje sola. ¿Y si consigue llamar la atención del chico y el otro cerdo se viene hasta mí? O sea, no es un cerdo porque es feo sino que es feo porque tuvo una fea actitud.

Ahora me siento mal por decirle feo a alguien, quién soy yo para juzgar la belleza de una persona. Ah, pero la belleza interior, nada está dicho aún de eso. 

—Ya vengo, preciosa. Deséame suerte—me dice, poniéndose de pie y arremete camino al baño balanceando sus carnosas caderas.

De camino al baño, lo consigue.

Cruza una mirada con el “papasito”.

Y le mantiene los ojos. ¡MANTIENEN LOS OJOS FIJOS POR VARIOS SEGUNDOS! Por supuesto que eso significa algo.

Bueno, la tensión me pone a mil.

Llega un mesero y le paso el pedido. Una vez que se marcha, me meto al móvil y no tengo mejor idea que grabar una historia del lugar etiquetando la cuenta del local y adjuntando la ubicación.

Agrego “pasándomela de la mejor con mi amiga” y la etiqueto.

¿Muy obvio?

En fin.

Basta salir de la historia para darme cuenta que tengo una notificación en Telegram. ¿Telegram? Solo la gente del trabajo habla por ahí.

“Lamento lo de mi amigo, pero me alegra verte por acá.”

Un momento.

¿Qué significa esto?

Me acaban de ubicar por la opción de Personas Cerca.

Observo la foto de perfil y se me caen las palabras de la boca, o mejor dicho la saliva. Echo un vistazo en dirección a los chicos y el que mi amiga ha sentenciado a cosas calientes esta noche tiene el móvil en la mano mientras su amigo parece reírse a risotadas con él.

¿Se está riendo de mí?

¿Por qué sigo sintiendo eso?

Lo dejo en visto.

No puedo hacerle eso a mi amiga.

En cuanto bajo el móvil, trago grueso y me encuentro con ella viniendo desde allá y reitera su acto de mirar fijo al bombón caribeño.

Se sienta delante de mí y seguido llegan los tragos.

—¿Qué te pareció eso?

—Su pedido, que lo disfruten—advierte el camarero y se va.

Ella levanta su copa y me propone brindar.

—Lo tienes a tus pies. Je—le contesto.

—Brindemos porque estas noches somos las mejores. ¡Y porque ese pedazo de hombre me lo llevo a mi apartamento! ¡Claro que sí!




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