Una vez que la fiesta se dispara, mi amiga se vuelve completamente loca y ya está ebria mientras agita las caderas y canta con fuerza las canciones de Rosalía. Si bien hablamos el mismo idioma con esta cantante, nunca le entiendo del todo las letras de sus canciones, a veces tengo que buscar la letra en internet pero aún así no le entiendo ni madres de qué habla cuando canta. Carmen tiene chupitos en ambas manos mientras sus labios morenos y gruesos forman una ¡OH! gritando a todo volumen:
—¡Woooo, amiga, eso es, sacude esas caderas suculentas que Dios te dio! ¡Esa es mi motomami, esa es!
Y seguimos bailando.
No entiendo nada de la canción, pero el ritmo es pegadizo y es una instancia de la noche donde ya no suena únicamente música caribeña y el club se ha vuelto un desmadre como cualquier otro, con la diferencia que aquí hay solo música en habla hispana.
Seguimos bailando, nos bebemos los chupitos, pero yo procuro no beber tanto o al menos no tanto como ella. Mi tolerancia con el alcohol no es la misma. Cuando en un instante, siento que mi espalda choca con una espalda enorme. Carmen afirma sus manos en mis hombros y me atrae dando un paso hacia adelante.
Al volverme con la vista sobre mi hombro…
—Disculpe—murmuro.
…encuentro un perfume delicioso y unos pectorales gigantes del hombre a quien choqué, dándose la vuelta.
Sus ojos color café me dejan el alma de un intenso sabor tan fuerte como la cafeína. Madre mía, pero qué hombros tan fuertes los que tiene, es aún más grandote desde cerca a una distancia prácticamente nula.
—Hey, perdona. No quería hacer esto.
Carmen me da la vuelta y me pone al otro lado. Estoy segura de que no tiene nada que ver con proteger a su amiga.
—Descuida, aquí me tienes—dice ella en cuanto se encuentra conmigo y luego se vuelve al hombre que viene siendo su presa desde el comienzo de la noche—. Buenas, buenas. Tendrás que disculparte conmigo y con mi amiga por haberla chocado.
—De hecho fui yo…—empiezo, pero ella me da un taconazo en la espinilla—. ¡Ouch!
El chico nos mira y le dice a Carmen con una sonrisa cargada de extrañeza en el rostro mientras nos mira.
—¿Perdón?
—No me convence—retruca.
—¿Y qué quieres que haga?
—Dime tu nombre.
Él hace un momento en silencio.
Ella insiste:
—Su nombre, muchachote.
—Antonio.
—¿Antonio?
—Juan Antonio.
—Bien, Juancito Antonito, ahora dime tu edad.
—¿Y eso para qué?
—Tu edad, muchachote.
—Mmmm. Treinta.
Demonios, que hasta se me cae la baba de solo pensarlo.
—¿Sabes que sobrepasas en casi diez años y cincuenta kilos por encima de mi debilucha amiga? ¿Sabes el daño que podrías haber hecho con ese golpe?
—Amigo, ya déjalo—. El tipo que nos acosó en la entrada toma por el brazo a Juan Antonio y lo empuja, pero este es una roca que se mantiene anclado al suelo y algo me dice que sabe exactamente lo que hace.
—¿Te hice daño?—me pregunta volviéndose a mí.
—No…—murmuro con lentitud, sacudiendo la cabeza.
Acto seguido se vuelve a ella:
—¿Ya ves?
Entonces Carmen esboza una sonrisa y se pone a bailar.
—¡Pues, disfrutemos de la noche si estamos todos bien! Dime Juan, ¿has venido con novia?—le pregunta mientras le invita a bailar.
El otro tipo se acerca con los ojos en blanco mientras Juan Antonio baila con ella.
—¿Segura no me vas a denunciar porque mi amigo se haya puesto a bailar con la loca de tu amiga?—me pregunta.
—No le digas “loca” a mi amiga. ¿Okay? O haré que te saquen del bar y te arruinaré la noche entera.
—Ya, ya. Ufffff, mejor voy por unos tragos—me dice y en un santiamén ya le he perdido de vista. Me resulta divertido lo que puedo hacer, ya no es necesario que deba soportar a ningún hombre pesado sobre mi nuca y sentirme libre esta noche.
Aunque…también estoy sola.
Ella baila mientras bebe chupitos de tequila que le convida a él, hasta que noto que él no los bebe sino que los tira.
—¡Ven, baila con nosotros!—dice ella mientras me acerca al exclusivo círculo de baile que ha formado con el Juan Antonio este.
Entonces, tras un instante a otro, se acerca a mí de golpe con el rostro como un papel y me dice al oído:
—Amiga, creo que voy a vomitar.
—¡¿Qué?!
—Tranquila. Que no se note. No quiero darle asco.
—P-pero…
El otro tipo vuelve con un trago, pero se mantiene a la distancia de nosotras bailando solo y observando la pantalla de su celular.
—Voy al baño—me dice.
—Te acompaño.
—¡No!—salta—. No lo hagas. No le pierdas de vista.
—Yo…
—Solo haz que no se pierda el chocolate caribeño. Me meto los dedos y estoy en un parpadeo. ¡Ahorita regreso, ricura!
Y se va a toda prisa en busca de los baños.
Quedando a solas con los dos.
—¿Tu amiga está bien?—me pregunta Juan Antonio.
—Carmen. Se llama Carmen—le digo.
—¿Carmen está bien?
—Perfectamente. Ahora regresa.
—Bien. ¿Y qué hay de ti?
—Me encuentro bien, gracias.
—Me refería a tu nombre. ¿Cómo te llamas? Además que me alegra saber que te encuentras bien, gracias por la información.
Frunzo el entrecejo.
¿Qué de malo podría tener decirle mi nombre?
—Candela.
—¿Canela?
—¡Candela!
—Oh, ya. ¿Sabes una cosa Candela?—. Acerca sus labios a mi oído para que le escuche por encima de la música, sin embargo, su exquisito aroma a hombre mezclado con alguna costosa fragancia se mete en mis pulmones y se me asienta en la entrepierna.
—¿S-sí…?
—Me gustas.
—¡¿Qué?!
—Que me gustas, Candela.
—L…Lo siento—. Doy medio paso hacia atrás, aterrorizada por la situación.
—¿Qué sucede? Perdona, no quise decir algo malo.