Se casó con La Otra

CAPÍTULO 11

 

Me siento perdida y en la obligación de tener que seguir con mi vida. Mi única reacción es ir a comprar algo que me haga sentir como en casa, porque hacer una rutina lejos de tu familia, al otro lado del océano, con un trabajo que te consiguió la traidora de tu mejor amiga y con resaca por haberte embriagado la noche anterior, además de haberte acostado con un tipo al que ni siquiera conoces.

¿Esta es la vida que esperaba? ¡Claro que no!

Sigo en el transporte público, pero me detengo al pasar por un parque a pocas cuadras del coliseo. Ando por la galería de comidas internacionales y busco una que vendan algo parecido al pescado frito típico de mi país de nacimiento, tratando de recordar los ingredientes y las maneras en que mi madre lo hacía. Debo meterme en un local de comida latinoamericana para poder sentir algo de calidez ya en mi sitio, como se supone que he de permanecer lista para una vida que me tenga lista y feliz para el amor que me aguarda.

Decido tomar una bandeja y le pido para salir de aquí, escribiéndole a mi madre y viendo su mensaje donde me cuenta acerca de un delicioso sancocho dominicano que están preparando con la abuela y me muero de ganas por querer estar ahí.

Ella me llama al móvil en cuanto nota que le contesto con una carita llorando y me pide saber qué es lo que ha pasado.

Me dejo caer en el parque, en medio del césped mirando a la gente pasar, viendo cómo los padres animosos salen con sus niños para andar en bicicleta y los perros corriendo alrededor con las correas de sus dueños deportistas. Aquí estoy, haciendo el ridículo limpiándome las lágrimas y oliendo a pescado en compañía de un juguito.

—Hija mía, ¿en serio no vas a contarme?

—N…No mamá. No puedo, lo siento.

—¿Tiene que ver con el Paolo ese del que me habías hablado antes? Ay, Dios, esos europeos que no se aguantan la sangre caliente de una latina.

—Mamá, es peor que eso.

—¿Tu trabajo?

—¿Eh? No, mi trabajo va todo excelente.

—Entonces nada tiene la suficiente importancia, cielo. Solo tus oportunidades de crecer y de ser la mejor en tu labor. Ahora sécate esas lágrimas, come algo y demuéstrale al mundo que eres magnífica. Los demás se lo pierden. Luego les haces pagar por haberte hecho llorar.

—¿Les hago pagar?

—Que se arrepientan. Tú solo sigue la dirección que señale tu dulce corazoncito.

—S…sí… Les haré pagar.

—No me refería a que…

—Tienen que pagar lo que me hicieron.

—Cariño, ¿me estás escuchando?

—¿Carmen?

Una voz familiar me viene desde un costado mientras noto que alguien se ha puesto a mi lado y me está dando sombra.

¿Qué rayos…?

Me cuesta distinguir el contorno de esa figura que yace frente a mí ahora mismo. Es una espalda gigante con unos brazos amplios inconfundibles.

Trae una bandeja en la mano y huele deliciosa.

—¿Hija?

—M…Mamá—le digo—. Debo colgar, adiós.

—Ay, hija mía, por favor, no te metas en problemas.

—¡Te amo! ¡Besos a la abuela de mi parte!

—Te amo, cielo. Adiós.

Y cuelgo.

Él está aquí.

Juan Antonio avanza, se coloca de pie frente a mí de manera tan que pueda verle y el sol baña su cuerpo de la misma manera que mi lengua muere de ganas por volver a probar el sabor salado de su piel.

—¿Cómo me llamaste?—le pregunto, furiosa.

Él se sienta frente a mí y afirma una hamburguesa envuelta en aluminio, sobre su regazo. ¿En serio? ¿Qué probabilidad hay de que encontrarme a este tipo nuevamente en menos de doce horas?

De pronto me seco las lágrimas, recordando que estuve llorando.

—Disculpa, ¿tú no eras Carmen?

—Ni se te ocurra volver a llamarme de ese modo.

—Oye, recordaba que hasta anoche eran mejores amigas. ¿Candy?

—Candela.

—Oh. Ya. Recuerdo que tu amiga te sacudía las pompas y gritaba ¡DALE CANDELAAA, DALEEEE! —La verdad es que su imitación es muy parecida y consigue hacerme soltar una carcajada gutural.

—Qué quieres, Antonio. ¿Burlarte de mi?

—De hecho, entender por qué hablabas de que querías que alguien te pague algo y de pronto escucho que tu mejor amiga de anoche hoy es tu peor enemiga. ¿Despechada?

—Sí—le suelto, con bronca. Saco mi pescado frito del aluminio, mi tenedor descartable y lo pincho—. Espero no te moleste el olor a pescado.

—Descuida, anoche tuve suficiente.

—¿Pe… PERDONA?—le digo, ofendida.

—Je, je. —Es un idiota—. Yo espero que a ti no te moleste el olor a hamburguesa. Haber ido anoche a ese bar dominicano me inspiró a querer comer algo típico, pero no encontré sancocho en todos esos puestos de ahí así que me fui por lo fácil. Y llegué hasta acá.

—¿Me dijiste “fácil”?—. Okay, se está pasando.

—Hablaba de la hamburguesa. —Se ríe.

Le arrojo un trozo de pescado. Él abre la boca y lo atrapa.

—Buen tiro, Cande—dice él mientras mastica—. Ahora cuéntame, ¿qué sucedió? ¿Por qué tan despechada? Si quieres venganza, me vendría bien divertirme un rato. Dime, te puedo ayudar.

—¿Y tú por qué harías eso?

—Porque estoy de vacaciones de mi trabajo, tengo tiempo libre y estoy intentando seducirte.

Okay, esto sí que me deja sin palabras.

Entonces él añade mientras le da un mordisco a su hamburguesa:

—Es broma, Cancan. Pero puedes contarme de todas formas. ¿Crees en Karma? Porque yo sí. Si el destino nos unió una vez más, es por algo y me dispongo a ayudar en ese maléfico plan.

—¿E…en serio?

—Solo si te vuelves a acostar conmigo.

Le arrojo otro trozo de pescado que esta vez le da en el ojo.

Ese sí que resulta un buen tiro.

 




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