—Okay, ¿y de qué va el maléfico plan?—le pregunto a Juan Antonio una vez que subo al asiento de acompañante del coche de Juan Antonio. Es un bonito Volvo automático que está muy a la vanguardia con la clase de coches de alta gama que se observan en las calles de la capital Italiana.
—Pues, finges ser mi novia y le damos celos a tu ex y a tu mejor amiga quien está perdidamente enamorada de mí—asegura, poniendo en marcha el motor con un botón. ¡Con un botón! Ni siquiera tiene que injertar una llave, esto es demasiado, jamás había estado en semejante lujo, admito que acompaña a la perfección el grandísimo atractivo de mi acompañante verle conducir esta preciosidad. (Admito que anoche apenas podía registrar en qué nos movilizábamos, podrían haberme propuesto un helicóptero y hubiese dicho que sí, por la borrachera que llevaba encima y porque.)
Pero no es que esté acá con él porque me interesen las cosas materiales, ni sus brazos anchos, ni su camiseta a punto de rasgarse en los hombros, ni su reloj caro o sus manos inmensas sobre el mando. Tampoco su culebra XXL de veintilargos centímetros que anoche me dejó completamente maravillada por la madrugada.
Esto va más allá de todo eso.
Es que tengo sed de venganza y el plan que me está proponiendo me hace pensar que quizá no sea la mejor idea, además de que él quiere sacar algunos réditos carnales al poner en marcha esa manipuladora opción en la que estoy a un pelín de caer. ¡Pero resistiré, claro que sí! ¡No puedo permitir que jueguen con mis instintos más bajos, tengo que oponerme a cualquier idea que me desenfoque de mi objetivo principal!
Además que no tiene nada de bueno o meritorio el sacarse la bronca con algo netamente espontáneo o casual, eso no quita que sigo dolida hasta la médula con todo lo que está sucediendo: desde que Paolo me dejó, pasando por su matrimonio con la ex y las peleas con mi vieja suegra hasta enterarme que mi mejor amiga se acostó con él en cuanto rompí con el italiano más atractivo y traidor de todos los tiempos.
¡Assshhhh, es que aún lo recuerdo y me llena de bronca!
—¿Qué estás insinuando, Juan Antonio?—le pregunto, presa de la bronca.
—Ja. Por favor, llámame Tony o Antonio. Nadie en el mundo me llama “Juan” ni mucho menos por mis dos nombres.
—Tú te presentaste así.
—Es un nombre muy de telenovela, típico para iniciar la conversación al estilo “vaya, te llamas igual que un personaje de la ficción”. —De hecho, en algún momento de la noche surgió ese punto de la conversación, así que tiene razón.
—Eres todo un estratega en el arte de la seducción.
—Ja. “Estratega” me suena a un libro de guerra. Aunque la seducción puede ser realmente un arte de batallar y vencer.
—Bien, entonces dame otro de tus planes para batallar y vencer, porque no me convence la opción que me has sugerido.
—¿Por qué no? Pondrás furiosa a Candy.
—¡Carmen! ¡Yo soy Candela y nadie me llama “Candy”!
—Ya, ya—. Suelta una risita y capto que lo hace para jactarse conmigo, solo busca reírse de mí. O conmigo. O no distingo ya la diferencia entre una opción y la otra—. Pondrás celosa a Carmen, verás que es lo mejor que podrá suceder.
—No te ama, eso no la enfurecerá.
—Pero se enojará.
—¿Por qué?
—Porque verá el papasito que se ha perdido.
—¡Oye!
Sus dientes blancos relucen en su piel morena firme y brillante. Dios, en cualquier momento me va a arrancar un poco de baba si le sigo mirando así, por lo que desvío la mirada y la clavo al frente.
Que haya habido intimidad entre nosostros dos no significa que confíe en él o que debamos tener confianza mutua, de hecho, no volveré a creer jamás en ningún hombre y eso ya es una decisión tomada en mi vida.
—Vaya ego—le suelto, tratando de colocarme en el lugar de “yo no me muero por ti, para que sepas”—. Eres de esos lindos que se saben lindos y eso no te suma en atractivo, solo te hace parecer pedante, arrogante y ególatra.
—No intento impresionar nada que no sea.
—¿Te reconoces pedante?
—Sí.
—Vaya.
—Porque me encanta irme de peda.
Okay, esta vez sí que no lo contengo más y suelto una carcajada. Él también lo hace y parece que le gusta verme reír.
De hecho, a mí misma me gusta la imagen del cristal lateral mostrándome mi propia risa que hace mucho no salía de esa manera espontánea.
Mi abuela siempre decía “si el chico te hace reír, cariño, son diez puntos en su favor”.
—Oye—añade—. No te lo tomes en serio. Pero creo que eso sí puede funcionar contra tu ex, ¿cómo se llamaba? ¿Paulo?
—Paolo.
—Manolo.
—¡Ya!
—Bueno, el tal Paolo se pondrá como una furia al saber que te perdió si te atrapa conmigo.
—Es obvio que a ese orangután jamás le importé realmente, por lo que me interesa que sufra, no hacer yo el ridículo.
—¿Harías el ridículo estando a mi lado?
—No lo sé—. Claro que no, sería la envidia de todas las mujeres alrededor, pero no se lo digo porque es exactamente lo que su inmenso ego espera—. Por cierto, ¿dónde me llevas? No es mi casa en esta dirección y tampoco recuerdo haberte indicado dónde es mi casa.
—Te llevo a la mía.
—¿Para qué?
—Para secuestrarte.
—No me gusta eso…
—Tú eres la que acaba de subirse al auto de un desconocido.
—No lo eres. De hecho, va la segunda que me subo. En serio, Paolo, ¿dónde vamos? No tengo motivos para estar a solas contigo en tu casa.
—Descuida—sonrie y me mira de reojo lo cual me deja cautiva en su mirada mientras me dice con la voz ronca—. Te enseñaré un lugar que me hace pensar y me mejora el humor cuando me siento un poco estresado o preocupado.
—¿Seguro?
—Así es. Ya verás.
Inspiro profundamente.
—Dime qué es ese lugar—le exijo.
—Ja. Es el Foro Romano. Sabía que no lo harías así como así.