Se casó con La Otra

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 13

 

—Oye, hay algo que se llama DIGNIDAD. ¿Te suena esa palabra?

Creo que piensa que le estoy tomando el pelo o que voy en broma con lo que acabo de proponerle, pero creo que jamás fui tan en serio mi vida.

—Claro que sí: esa que perdí cuando quedé como una arrastrada al tratar de volver con el tipo que acababa de dejarme.

—Y que se casó con su ex para luego descubrir que se acostó con su mejor amiga.

—¡Exacto!

—No dejará de suceder por más que lo repitan cien veces por hora.

—Qué va, ¿lo harías? ¿Cuánto me cobrarías? Tengo algunos ahorros, ¿te sirven?

Él suelta una carcajada y niega con la cabeza. No sé si me dice que no a que no le sirve esa cantidad de dinero y pretende más o que no lo va a hacer.

—Ya llegamos.

Una vez que aparca el coche, nos encontramos con un espacio plagado de turistas. Los templos y edificios aquí presentes son emblemas para la cultura italiana y tenía pendiente venir en algún momento durante casi el año completo que llevo viviendo en Roma, sin embargo, desde que stalkeé a la tal Mia Love con sus fabulosas fotografías en este lugar acompañada de coches carísimos, vestidos preciosos y tapados de alta costura, se me fueron todititas las ganas de venir a conocer esto.

De primera mano que debió haber conseguido una muy buena influencia como para que te cerquen este sitio solo para conseguir buenas fotos sin que turistas pasen para querer disfrutar de algo que podría haber sido EL gran viaje de sus vidas. Claro que a esa tipa no le iba a importar eso en absoluto, en primera instancia porque esa gente que no pudo verla seguramente son sus seguidores en esa abultada cuenta de redes sociales donde la toman de punto de referencia para venir a conocer esta ciudad.

¡Es que no puedo dejar de pensar en Paolo, en Mia, en Carmen y en todo lo que estas personas me hicieron!

—Ya, deja de torturarte—me dice Antonio, seguramente que al notar la manera en la que comienzo a acomplejarme conmigo misma evidenciando en mi gesto los pensamientos que torturan hasta el cansancio en mi sesera.

—Ayúdame a dejar eso de lado.

—Entonces vamos a darnos un revolcón y luego regresemos.

—No todo en la vida se compensa haciendo la cochinada, ¿sabías?

—¿”La cochinada”?—repite, divertido.

—Chanchada, como quieras llamarle.

Y porque él tiene un tremendo culebrón que seguramente le levanta mucho más que el ánimo cuando puede que se sienta apesadumbrado.

Pero claro que esto no lo menciono en voz alta, porque nomás conseguiría acrecentarle el ego, no hay nada peor que un tipo que sabe que tiene ciertas cualidades, el saber cómo explotarlas para conseguir exactamente lo que quiere. Y que es brutalmente seductor.

—Ven, tienes que ver esto—dice él y me lleva por otro lado.

Al darle la vuelta, me conduce por el espacio que va cuesta arriba y me enseña todos los espacios que hacían a este bien cultural. Es como darle una retrospectiva a la Historia de este país y regresar a antípodas de la humanidad en que la energía de los emperadores, de la sociedad de antaño y del pase de los años parece seguir estando presente acá. Inspiro el aire fresco y pienso en la importancia que tiene sostener estos lugares, que se los proteja y la lucha de muchas personas por seguir dando vigencia a estos espacios.

Pero me llama aún más la atención contemplar el gesto de Antonio tan compenetrado con esta situación. Durante un instante cierra los ojos y temo estar molestando en este momento meditativo que está viviendo, procesando situaciones y la belleza del entorno. Es maravilloso que esto suceda, aunque me resulta tan enigmático a la vez.

Una vez que vuelve a abrir los ojos, digo con cierta parsimonia:

—Oye, ¿qué te hace pensar un sitio como este?

La comisura izquierda de sus labios se eleva hacia arriba y contesta:

—En libros.

—¿Qué?

—En las historias que han trascurrido en estos lugares y en tantas otras que se han visto retratadas desde la ficción.

—Ah, ya, eres un tipo lector entonces.

—Trabajo de ello.

—Creo que hemos hablado mucho sobre mí, pero no tanto sobre ti. ¿Qué haces de tu vida además de seducir chicas y devolverlas ebrias a sus casas para luego meterte en la cama de sus amigas?

—Me haces quedar como un abusivo.

—Oportunista.

—Bien que te gustó ese oportunismo.

—Estamos hablando de ti ahora.

—Pues, la respuesta es que soy emprendedor.

—¿Emprendedor o empresario? Porque ese coche me hace pensar que juegas para las grandes ligas.

Se encoge de hombros.

—Tengo una pequeña empresa de venta de libros digitales. Ha revolucionado el mercado en cierto modo. Tuve un pico de estrés hace unas semanas y decidí tomarme unas vacaciones en Roma.

—Entonces tu…¿no vives acá?

Me da una pizca de decepción escucharle decir eso.

—No, solo viene dos o tres semanas. Estamos en negociaciones por instalar filial en Italia desde la cual se expandirá una nueva sede para el italiano, el francés y el portugués.

—¿Y aún le llamas “pequeña empresa”? ¿En cuántos idiomas están ya?

—Español e inglés, algunas obras también hay en catalán, pero sin clasificación aún en la plataforma para nomenclar esta lengua. El objetivo del mercado de occidente es capitalizar nuevos horizontes, quizás expandirnos en algún momento a Asia. Eso sí que sería grandioso, tendríamos un mercado brutal.

Él sigue caminando y yo voy a su lado.

—Entonces libros digitales—le digo—. ¿Qué tan grande es?

—Pues, va bien. Comenzamos hace seis años junto a unos amigos, algunos se fueron, otros se quedaron y hoy son los que se hacen cargo de llevarla bien, instalados en España.

—¿Se han instalado en España?

—Exacto. Barcelona, con otra oficina en Madrid.

—¿Desde República Dominicana?




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