AHMED ÜLKER
«Lo voy a matar, juro que lo mataré con mis manos.»
La sangre del maldito que tengo bajo mis puños sigue corriendo y manchando el piso de tal manera que hasta creo que morirá desangrado. No pienso detenerme si eso llega a ocurrir, de hecho, eso es lo que busco, acabar con esta escoria que trató —o logró—, tocar a mi esposa, a mi sultana.
«Maldita sea, nunca debí separarme de ella.»
De un momento a otro soy separado de ese maldito y lo veo respirar, lo cual solo hace que quiera abalanzarme nuevamente sobre él, pero no puedo, el padre de mi esposa me sostiene y no me deja avanzar.
Después de que el esposo de Charlotte lo ayuda a recobrar la conciencia, ese maldito asqueroso regresa a ver a mi Sultana y emite una risa profunda.
Quiero verla, quiero detallar, quiero saber si está bien, pero no puedo, me da miedo darme cuenta de que le hizo ese tipo.
—Ya fuiste mía —habla despacio—, esto me basta y sobra para cobrar todo lo que hice por ti.
—¿De qué hablas? —habla el señor Aydin mientras me suelta poco a poco —¿Qué le hiciste a mi hija?
—Lo que debía haber hecho desde hace mucho tiempo —lo ve a los ojos y sonriente dice—, la hice mía.
Me quedo un momento analizando sus palabras y para cuando reacciono, ya no soy yo quien tiene las manos manchadas de sangre. El señor Aydin es quien lo está matando y si no fuera porque escucho el sollozo de mi Sultana, iría a ayudar a mi suegro con gusto.
La señora Aydin y sus hijas bajan corriendo asustadas y en vez de preocuparse por mi Sultana, defienden a ese maldito para que el señor Aydin lo suelte.
Tomo valor y regreso mi vista a donde se encuentra ella. Tiene la mirada perdida, su cabello y ropa se encuentran tan desordenados que ni siquiera logro detallarla como quisiera para saber si está o no bien.
«¿Qué te hizo Sultana? ¿Qué te hizo ese maldito?»
Mi cuerpo no reacciona incluso cuando 2 policías llegan al lugar y separan al señor Aydin de ese tipo que espero y esté muerto.
—¡Te voy a matar maldito! —grita desesperado el señor Aydin mientras trata de zafarse.
El grito que pega hace que mi Sultana también pegue un grito llamando la atención de todos los presentes. Ahora sí, mis pies reaccionan y me acerco a ella despacio para no asustarla. Sin embargo, cuando llego frente a ella, se asusta y en movimientos lentos se apega más a la pared mientras su mirada se ve perdida en mis pies, no me ve, no sabe que soy yo, sigue asustada.
Me agacho para que mi cara esté a su altura y se dé cuenta que no soy ese maldito, que yo no le haré daño. Su respiración se calma cuando me ve a los ojos y trato de tomar su mano, pero la retira asustada al instante.
—P-perdón, yo no quería, él..., él me... —no termina la frase cuando llega Anastasia a su lado y la abraza mientras la cubre con una manta y la envuelve tapándola completamente, lo cual agradezco.
Quisiera ser yo quien la abrace y reconforte para que sepa que está a salvo, pero sé que solo la asustaría más por lo que me limito a mirarlas desde mi posición.
—Mi niña dime ¿Qué te hizo ese maldito? —dice Anastasia mientras empieza a llorar con ella— No me digas que..., no, no...
«Es mi culpa, yo debía estar aquí, es mi maldita culpa.»
—Sultana, soy yo, mírame —no puedo soportarlo y trato de llamar su atención, lo cual consigo, tarda un poco, pero de un momento a otro se lanza sobre mí abrazándome—. Perdóname, perdóname Sultana, ese maldito ni siquiera debería estar vivo ahora, debería matarlo por..., por lo que te hizo.
Ambos nos fundimos en un abrazo que no pienso deshacer fácilmente —a menos que ella quiera—. A mi espalda escucho como ese tipo comienza a reír a carcajadas, pero aun así no la suelto.
Entre gritos y sollozos entiendo que se llevarán a Emir a la comisaría y aunque sé que no le harán lo que merece, me da algo de paz que ya no estará en la misma habitación de mi Sultana para que logre calmarse.
Ella empieza a alejarse de mis brazos y yo solo ruego que no vuelva a confundirse para que no piense que le quiero hacer daño como ese animal. Cuando ya se encuentra a una distancia considerable, puedo ver fácilmente lo que tiene en los hombros y su cuello por una pequeña abertura en la manta. Le dejó tantas marcas que me aterra preguntar por ellas. Ni siquiera me atrevo a detallar más allá de eso, soy un cobarde.
—Lo voy a matar. —digo y trato de levantarme para ir tras esos malditos que se lo llevaron.
No logro dar ni siquiera un paso, cuando siento como se aferra a mi pantalón.
—N-no, no vayas, qué-quédate conmigo —dice casi en un susurro.
No tiene que decírmelo más veces, cuando ya estoy nuevamente de rodillas frente a ella esperando a que sea ella quien decida abrazarme y lo hace al instante aferrándose con más fuerza.
—Hi-hija, ¿Estás bien? —habla el señor Aydin y sus sollozos se mezclan con los de Anastasia que sigue a nuestro lado— Dime que estás bien por favor, dime que tengo que hacer, yo..., yo no sé qué hacer, lo único que se me ocurre es matar a ese maldito.
—No harás nada —interviene la señora Aydin por primera vez—, no puedes hacer nada porque ella se lo buscó.
A pesar de que no quiero, me separo de mi Sultana y me giro para encarar a su madre, pero antes de siquiera abrir la boca, ella habla.
—¿Po-por qué es mi culpa mamá? ¿Qué hice para que ese maldito me..., me haya tocado y...?
—¿Te tocó? —dice su supuesta madre antes de pegar una carcajada— ¿Y sólo por eso armas tanto problema muchacha?
—Cállate y lárgate de aquí si vas a decir solo estupideces. —habla entre dientes el señor Aydin.
—No, claro que no me voy a ir —cruza sus brazos y trata de acercarse a nuestra dirección, pero el señor Aydin le corta el paso—. Ya me cansé Arnold, tal vez sea hora de decirle la verdad, para que deje su papel de víctima de una vez por todas porque a nadie le importa.
Editado: 21.05.2022