Se Paciente Conmigo |terminada|

39

BAADIR GIRAY

—Va a estar bien señor, no se preocupe, va a estar...

—¡Cállate maldita sea! —se detiene al fin— Te dije que averigües cómo está ella, no que estés siguiéndome a todos lados como un maldito perro faldero.

No sé en qué idioma tengo que hablarle a este imbécil de Kiral. Desde que salimos de la maldita plaza he tratado de mandarlo regresando para que averigüe como está ella, pero el imbécil no deja de preocuparse por mí y ya me tiene harto. Ni siquiera mi padre creo que se ha preocupado tanto por mí.

—Quisiera hacerle caso señor, pero esta vez no podré hacerlo —lo veo mal y este continúa nervioso—. Su padre..., su padre me ordenó cuidar de usted y si le llega a pasar algo —traga grueso—. Es seguro que me mate.

—Bueno, pues si no me traes noticias sobre cómo está ella, el que te va a matar no será mi padre precisamente.

Nuestra charla termina cuando vemos entrar al doctor y una enfermera, los cuales de inmediato empiezan a revisarme. No tardan mucho en curar y tratar la quemadura por el ácido, pues según entendí no me cayó en gran cantidad y solo me quedaran pequeñas marcas que con algún tratamiento que Kiral anotó, estaré bien.

—Qué bueno que no le cayó tanto ácido como al otro paciente. —dice el doctor y sé que se refiere a Emir pues Kiral no tardó en averiguarlo apenas escuchamos que alguien en la habitación de al lado gritaba como loco.

—¿Él otro paciente estará bien doctor? —trato de parecer interesado.

—Claro que estará bien, lastimosamente quedará con cicatrices y unas pequeñas deformidades para siempre, pero no morirá si es lo que le preocupa.

Me limito a asentir y espero que recoja todo para que salga junto a la enfermera. Cuando al fin vuelvo a estar solo con Kiral, recuerdo la charla que estábamos teniendo antes.

—No me moveré de aquí si es lo que te preocupa —empiezo—, tampoco haré una locura como la de ahora —asiente sin entender el porqué de mis palabras—. Pero te pido — «Te ruego»—, que vayas a verla y me traigas noticias, necesito saber cómo está.

—Pero...

—Ni siquiera es tan lejos, solo debes correr un poco y estarás en la casa de los Aydin, escuchas algo de información, la ves que esté bien y regresas. —relato el plan para que note lo sencillo que es.

Tarda solo unos segundos en asentir y entiendo que al fin la irá a ver. Me da algunas indicaciones y recomendaciones antes de marcharse como si fuera un niño pequeño. Al final asiento y le doy la razón para que se vaya más rápido.

Cuando se va completamente me recuesto en la camilla y empiezo a meditar todas las estupideces que he hecho hasta ahora. La más grave y principal estupidez de mi vida fue empezar a drogarme. Maldigo el día en que me metí en esto, pues gracias a la asquerosa droga he llegado a este punto, donde mi abejita está casada con otro.

Tampoco culpo completamente a la droga, pues en mis períodos lúcidos pude haber rectificado mi acusación contra ella y salvarla de la estupidez en la que la metí y solo por mi maldito orgullo no lo hice, pues no quería que Ahmed se saliera con las suyas al llevársela. Pero ahora todo ha salido peor.

«Él la tiene, él ganó. Y yo..., yo me quedé sin ella.»

Si tan solo hubiera actuado con rapidez y hubiera postulado como voluntario para ser su esposo, las cosas serían diferentes. Lastimosamente la acción de Ahmed tomó tanto por sorpresa a todos que incluso Anastasia casi se desmaya y yo como un imbécil perdí tiempo en ayudarla. Cuando terminé de ayudarla, ya había sido demasiado tarde y el alcalde aceptó que Ahmed recibiera el castigo como el dote para casarse.

Esa mujer, Anastasia..., esa maldita mujer que no sirve para nada. Desde que llegó debió convencer a Ahmed de regresar con ella, pero ni para eso sirvió. Y la cereza del pastel fue lo que pasó en la plaza, pues de no haberse desmayado, tal vez hubiera alcanzado a postularme como pretendiente para mi abejita.

Ahora, todos mis sueños y posibilidades creadas en mi cabeza se han esfumado. Ya no hay niños corriendo por todos lados, ya no hay una Elizabeth que despierte a mi lado todas las mañanas, ya no hay el amor que tanto buscaba en ella. Ahora sé que he perdido todo su amor y me he ganado todo su odio.

Pero ¿A quién engaño? Si las posibilidades de haberme quedado con ella fueron nulas desde el principio y todo por la aparición de ese imbécil de Ahmed, el cual siempre gana, siempre tiene lo que yo quiero y ahora me ha arrebatado todo de un solo movimiento. Ni siquiera la ejecución de mi estúpido plan me ha dado la satisfacción que esperaba, de hecho, me ha creado más remordimiento y odio hacia mí mismo.

«Si tan solo hubiera matado a Emir en vez de ir contra ella..., tal vez...»

La puerta de mi habitación es abierta abruptamente lo cual me hace regresar a la realidad. Cuando me doy cuenta de quién es, mis ánimos empeoran más.

—Así que este era tu plan desde el inicio. —se acerca Emir lentamente.

—Lárgate.

—No entiendo por qué estás enojado, de todas formas, todo salió como siempre quisiste —se acerca más y me levanto para enfrentarlo—. Ahora yo soy un don nadie ante el pueblo y tendré que ganarme el respeto de todos otra vez.

—Créeme que esto que te pasó no es nada comparado a lo que tenía pensado hacerte, así que no me tientes y lárgate de aquí —levanto la mano señalando la puerta.

Esa acción, ese pequeño movimiento me deja al descubierto frente a Emir cuando ve que en mi muñeca llevo la pequeña cadena que solía estar en el tobillo de Elizabeth.

Le pedí al alcalde que me la dé y lo hizo fácilmente pues estaba tan concentrado en su nieta que no dejaba de hacer un berrinche por la "pedida de su mano". En fin, no me quedé a escucharlos y solo tomé la cadena y me la puse antes de ir a la plaza a ver el juicio de Elizabeth.

La risa que emite el imbécil que está frente a mí me hace salir de mis pensamientos.




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