Se Paciente Conmigo |terminada|

40

ELIZABETH AYDIN

Escucho voces a mi alrededor que se me hacen conocidas. Abro los ojos y noto que Ahmed ya no está a mi lado. Mi vista va directo a donde provienen las voces y los veo. Veo a Ahmed hablando con Emir e incluso ríen mientras lo hacen. Cuando se dan cuenta que me he levantado, ambos se acercan y lo único que puedo hacer es apegarme más a la pared.

Ahmed se pone de cuclillas frente a mí y me tiende su mano, la cual tomo de inmediato.

—Ahora le perteneces a él —le da una sonrisa a Emir—. Yo no quiero una mujer que haya sido tocada por otro hombre, me das asco Elizabeth.

Quiero hablar, quiero preguntarle por qué me hace esto, pero no puedo, no puedo ni siquiera hablar o moverme.

Suelta mi mano con asco y se dirige tras Emir. Después de un momento regresa frente a mí de la mano de Elif, a la cual le deja un casto beso en el dorso de la mano.

—Me voy con mi nueva esposa—le dice Ahmed a Emir, el cual solo se limita a asentir—. Espero seas feliz con Elizabeth. Adiós.

Cuando Ahmed y Elif desaparecen de mi vista. Emir se acuesta a mi lado y aunque quiero salir corriendo, mi cuerpo no reacciona, no puedo ni siquiera gritar. Emir me ayuda a recostarme y me empieza a envolver en sus brazos.

«No, suéltame..., suéltame...»

Abro los ojos y lo único que siento son unos brazos a mi alrededor que me envuelven con fuerza desde atrás.

«No, por favor...»

Saco fuerzas de no sé dónde y logro liberarme. Empujo a la persona que me tenía aprisionada sin siquiera verlo y me alejo de inmediato. Cuando mi mente conecta con la realidad me doy cuenta de que ha quien empuje es a Ahmed, el cual se me ha quedado viendo algo consternado.

«Tal vez sea porque lo has levantado de esa manera, tonta.»

Se levanta del suelo y se acerca lo suficiente antes de hablar.

—¿Estás bien? —asiento despacio, aunque es mentira— Tuviste una pesadilla ¿Verdad? —asiento rápido.

—Yo..., perdón, no quise...

—Está bien, no tienes que disculparte Sultana —me brinda una sonrisa—. Por cierto, Buenos días.

Intenta acortar más la distancia que nos separa y a mi mente llegan las palabras que el Ahmed de mis sueños dijo.

—¿En verdad no te-te importa que Emir me haya..., me haya tocado? —se detiene— Es decir, podrías pedir el divorcio si así lo quieres, pues ahora todo el mundo debe saber que él fue..., el que me tomó como suya, fue Emir, no tú —abre la boca para decir algo, pero quiero terminar para que sepa que no me enojaría con él si decide separarse de mí—. Elif, ella podría ser la mujer perfecta si tu qui...

—¿Sobre eso era tu pesadilla? —emito un pequeño sonido en señal de afirmación, pues no me atrevo a decirlo— No, no me importa que ese... que ese maldito te haya tocado antes que yo y eso debió haber quedado claro ayer —dice despacio—. Pero por si te queda alguna duda esposa mía, lo único que me importaba de esa situación era hacer pagar a Emir por lo que hizo con mis propias manos.

—¿Ya no lo piensas hacer? —digo de inmediato.

No sé si soy una mala persona al desear que Ahmed lo mate, pero no me arrepiento de pensarlo, de hecho, esperaba con ansias que lo haga.

—Lastimosamente alguien se me adelantó —se acerca más—. Lo mataron anoche en la estación de policía.

Mi corazón por algún motivo siento que late más tranquilo cuando lo escucho decir eso. Mi cuerpo por alguna razón se siente más seguro y me entran unas inmensas ganas de llorar y reír a la vez.

No espero más y corro a sus brazos para abrazarlo, lo cual él acepta de inmediato envolviéndome en sus brazos. Por último, deja un casto beso en mi cabeza que me tranquiliza aún más. Y sin separarnos, habla.

—Hoy tenía planeado llevarte a poner la denuncia, pero creo que ya no será necesario, él está muerto y...

Nos separamos cuando escuchamos unos pasos bajando por las escaleras y ahora, los recuerdos sobre todo lo que mi ma-, lo que Nora dijo, llegan a mí. Ahora entiendo por qué nunca me quisieron, ahora entiendo porque todos estos años me han tratado de esa manera. Yo no soy su hija y nunca me quisieron como una.

Ahmed se agacha y sin pedírselo empieza a ponerme los zapatos, lo cual agradezco apenas termina. Cuando se levanta, toma mi mano y deja un casto beso en ella. Vemos a las personas que tenemos al frente, los cuales se han quedado algo estupefactos por la acción de Ahmed.

Mi padre, o el que creía mi padre, es el primero que da unos pasos adelante en nuestra dirección. Pero, tras mi pequeño movimiento de incomodidad, se detiene.

—¿Puedo acercarme hija?

—Deja de decirle hija —interviene Nora desde atrás, mientras mis hermanas ríen—. Ella ya sabe que...—las tres se detienen cuando mi padre regresa a verlas.

Noto que Ahmed empieza a hacer pequeños círculos en el dorso de mi mano con uno de sus dedos. Y ese pequeño acto, me relaja.

La atención de mi padre regresa a mí.

—Entonces ... ¿Puedo?

Quisiera decirle que sí, pero no puedo. Tengo un poco de miedo y no entiendo muy bien la razón. Tal vez sea porque no quiero que me castiguen o me culpe por lo que pasó ayer, pues de seguro lo hará todo el pueblo cuando se sepa.

Niego con la cabeza y aprieto la mano de Ahmed, el cual entiende mi mensaje.

—Ya no debemos ir señor Aydin. Ella no quiere hablar ahora, ayer ya dijeron lo suficiente.

—Entiendo —asiente triste mi padre—. Yo solo quería hablar con mi hija —me mira.

—Si, pero ella no...

—Es sobre lo que te enteraste ayer —omite a Ahmed—, quiero que sepas toda la verdad. No quiero que te vayas de mi lado con las ideas que tal vez ya te has formado en la cabeza, porque créeme, no es como piensas.

Sé que necesito saber la verdad, sobre todo ahora que me voy para siempre. Antes de asentir, la voz de Issadora me detiene.




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