Sé que es mejor para ti.

Capítulo 2. Lo que no quería recordar. Elvira.

Mi infancia feliz terminó en aquel día, cuando el médico, saliendo del quirófano, nos dijo a mi padre y a mí, que mi mamá ya no estaba con nosotros. Fue difícil para mí, pero todavía tenía un papá, que me amaba y hacía todo lo posible, para que yo no necesitara nada y no me sintiera huérfana. La tía Margarita, la madre de Olga, nos ayudó lo mejor que pudo. En su casa me arropaba de calor y amor, mientras mi padre construía su empresa día y noche.

Y cuando las cosas en nuestra familia iban viento en popa y nuestra vida parecía mejorar, apareció Victoria. Esa víbora, primero, me quitó a mi padre, luego su compañía farmacéutica y como traca final para mandarme a los infiernos, a mi novio. Luché lo mejor que pude, pero con mi inexperiencia y con incredulidad, perdí las tres batallas en una pelea con un adversario cruel y astuto.

Mi padre me la presentó no como el hecho para casarse otra vez enseguida, sino durante meses me preparaba para conocer a mi madrastra. Entonces, cumplí dieciséis años. Comprendí, que mi padre aún era joven, encantador y estaba muy solo. Sinceramente quería, que él fuera feliz, y si Victoria no hubiera resultado ser tan perra, no habría estado en contra de su nueva esposa en absoluto. Pero resultó, que Victoria no me quería, más aún, yo interferí en sus planes.

Al principio me pareció mujer bastante buena, era agradable y amable conmigo, pero solo hasta que se convirtió en la esposa legal de Pasquale di Nizzo. Delante de mi padre, ella seguía desempeñando el papel de una madre cariñosa, y cuando nos quedábamos a solas, Victoria mostraba su verdadero rostro, que la gorgonia horrible era una muñeca inofensiva, comparada con mi madrastra.

 La nueva esposa de mi padre me humillaba y me insultaba como quería. Yo salía en mi defensa con pequeños trucos sucios, como cortar su vestido favorito, o echar en su perfume la lejía o escupir en su taza de café. De eso siempre fue informado mi papá, pero él lo atribuía todo a mis celos y la adolescencia.

Un año después, Victoria me anunció felizmente, que ahora tendría un hermano. No me gustó la idea en absoluto, pero como decidí irme a Roma a estudiar psicología, tomé la noticia con calma. "Me iré de aquí y los dejaré vivir con su nuevo hijo", - pensé, entonces sin saber, lo que esta criatura del mismo Diablo, estaba tramando.

Una vez estaba durmiendo en mi habitación y escuché unos golpes en la puerta. Me levanté, la abrí y no vi a nadie. Me pareció, que había alguien en el pasillo, junto a las escaleras. Fui allí y escuché el sonido de algo cayendo. Corrí y vi a Victoria al pie de las escaleras, ella gritaba y llamaba a mi padre para pedir ayuda. El cuadro completo me asustó y, debido al pánico, que se apoderó de mí, me quedé de pie en lo alto de las escaleras. Mi padre corrió hacia su esposa, empujándome.

- Fue ella, fue tu hija, quien me empujó las escaleras abajo. Odiaba a nuestro hijo, Pasquale. -  gritaba Victoria, apuntándome con la mano, manchada de sangre.

No entendí nada, de lo que me acusaba, porque no hice nada. Y luego, cuando mi padre me echó de la casa y me desheredó, acusándome de matar a mi hermano, todo encajó. Tuve que mudarme a casa de mi tía. La única, que me creyó y apoyó durante los exámenes. No sé en absoluto, cómo los pasé, porque mi cabeza estaba ocupada por el resentimiento y la ira.

Olga no solo era mi prima, sino también mi mejor amiga. Tenía tres años más que yo. Cuando me mudé con ellos, estaba casada y recientemente había dado a luz a un hijo. Me dieron un techo, calidez familiar y me ofrecieron ser la madrina de Leonardo.

Después de graduarme, fui a Roma. Entré en la universidad y viví bien con el dinero, que me dejó mi madre y también trabajé a tiempo parcial en un estudio de cine, sobre todo durante las vacaciones de verano, como asistente de un asistente de un ayudante de director, o, más simple, "dame esto, tráeme aquello." Me gustó mucho todo lo que era hacer cine. El ambiente y el caos artístico me fascinaba.

Allí, es donde yo encontré mi primer amor. Solo al escuchar su nombre, Antonio Carrisi, mi corazón latía y mi cabeza daba vueltas. Era un actor joven, pero con talento y muy guapo. Era mi primer sentimiento serio, que tragó mi cerebro hasta las células grises, las que dicen, que no trabajan, y apagó el sentido de protección. Mi sentido regresó al trabajo solo, cuando mis ojos vieron dos rayas en un test de embarazo. ¿Qué hacer? Yo, como cualquier tonta enamorada, corrí hacía mi amor con cara llena de alegría y esperanza. Porque, según todas las novelas de las tonterías románticas, Antonio debería haberse alegrado y proponerme el matrimonio en seguida. Solo que la vida real un poco distinta a las películas. Él no estaba contento, más bien furioso, gritaba, que era culpa mía y me ordenó ir a abortar.

- No necesito un hijo ahora, todavía soy joven, tengo que vivir, levantarme profesionalmente, quiero ser famoso y no quiero arruinar todo lo que conseguí por ahora, cargándome con un bebé. Si quieres continuar nuestra relación, deshazte de él y no te demores, - dijo.

Tenía veinte años. No me atrevía a decirle a mi tía, que estaba embarazada, porque Olga y su marido se fueron a trabajar al norte y le dejaron su nieto, de tres años, a cuidarlo. Yo no tuve el valor para imponerle otro niño a la pobre mujer. Estaba sola en esta situación. Y me di por vencida. Maté a mi hijo y por eso Dios me castigó con infertilidad. ¡Él hizo lo correcto! Porque a las necias y tontas como yo, se les debe enseñar duro. Porque no aprenden a la primera. Después de todo creí y perdoné a mi querido Antonio. Necesitaba otro año más para descubrir, qué tipo de mierda era él.

Cuando mi tía me llamó y dijo que mi padre había tenido un accidente de tráfico, corrí hacia él.

- Antonio, mi padre está en cuidados intensivos, tengo que ir junto a él urgentemente, - le dije a mi amado.

- No te preocupes, tomaré un tiempo libre del trabajo y te llevaré en mi auto, - respondió, y yo como tonta pensé, que se compadecía de mí, por lo que estaba ansioso por ayudarme.




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