Sé que es mejor para ti.

Capítulo 3. Me odio a mí mismo. Leonardo.

Nuevamente, como todos los días, yo conduje mi viejo auto hasta el aparcamiento de la academia del arte de nuestra ciudad. Necesitaba verla, aunque de lejos, aunque un solo momento, aunque escondido.

Por lo general, aparcaba entre coches en la tercera fila, para que no se notara mucho, pero yo tendría una vista despejada a la puerta de la entrada al edificio. Lo hacía eso durante últimos tres meces. Normalmente elegía ese excelente punto para mí, pero hoy, un tonto dejó su Honda allí y tuve que aparcar cerca. Bajé un poco la ventana y saqué un trozo grande de pizza. Me preparé. Dentro de quince minutos la vi a ella.

Fabiola Carmona, mi "Princesa", salía por las puertas de la academia rodeada de unas amigas, riéndose, diciéndoles algo divertido. El corazón en mi pecho comenzó a latir de manera desigual y el sudor caía en forma de chorros. Me tragué un poco de Coca Cola.

Ellas se detuvieron en la entrada del estacionamiento. De repente, dos chicos se acercaron a ellas, los vi por aquí antes, y luego llegó el otro y la abrazó insolentemente por la cintura, aquella, que no me atrevía a tocar con un dedo ni en sueños. Ella se liberó de él y lo llamó tonto. Quise poner el bote de Coca Cola a portavasos, pero cayó de mis dedos grasientos en él asiento, manchando la tapicería. Mientras limpiaba frenéticamente los restos del refresco, toda la compañía se acercó a mi coche. Mi Princesa estaba a un metro de mí. ¡Qué horror! Quería deslizarme hacia abajo en el asiento, pero mi barriga me impedía pasar por debajo del volante, así que solo bajé la cabeza.

- ¿Quién tiene planes para el verano? - Escuché la voz de una niña a través de la ventana bajada.

- Mis padres me están arrastrando a Suiza. A esquiar. Como si el invierno de aquí no les fue suficiente. - respondió una de las chicas.

- Y yo me voy a las Islas Griegas. -  añadió la segunda.

- Y los míos estarán en Japón por el trabajo casi dos meses, así que la casa será completamente mía. Puedo hacer fiestas. Si queráis estaréis invitadas, - respondió uno de los chicos.

- ¿Aún vives con tus padres? - se burló de él, el chico que intentó abrazar a mi "Princesa". “¿Cómo que él mismo se hubiera ganado su propia casa?” - pensé con enojo.

- Pero, ¿qué puedo hacer? Mamá dice que no dará dinero para mi propia vivienda, hasta la graduación.

- Mi padre también me controla constantemente, aunque vive separado, - suspiró Fabiola, - ¿Pensáis, si le encontrara una mujer, me dejaría en paz? Porque, parece, no tiene nada más que hacer, que vigilarme.

- Antia será una buena esposa para tu padre, por lo visto nuestros compañeros de clase no están a su nivel, a lo mejor él tendrá más suerte, - se rio uno de los chicos.

- Vete a la mierda. Hablo en serio, y tú estás bromeando, - se sintió ofendida Fabiola.

- No te ofendas, Eros solo está bromeando. Déjame llevarte a casa en mi nueva "Honda". - dijo el insolente.

- No. Hoy todavía tengo que ir a la biblioteca y luego al taller. En dos semanas tengo que presentar mi colección. - ella lo rechazó.

Estaba sentado en mi auto y tenía miedo, incluso, de respirar, ni levantar la cabeza, pero el deseo de verla al menos una vez más, superó el miedo de ser notado. Ojalá no hubiera hecho, porque en este momento vi, lo que era insoportable para mí. El tipo con una chaqueta corta de cuero y jeans ajustados sostenía la cara de Fabiola en sus manos y la besaba. Eso fue mi muerte. Mi cabeza cayó impotente sobre el volante, presionando la bocina. El mundo se rompió con un sonido deslumbrante, que me devolvió el sentido.

- ¿Estás completamente loco? - gritó alguien, pero no pude verlo, porque encendí el motor y salí del estacionamiento rápidamente.

Cuando llegué a casa, temblaba de celos, de miedo, que se hubieran fijado en mí, de indignación por mi cobardía. Ante mis ojos estaba esa imagen, cuando este insolente la besó, y ella ... Ella lo abrazaba por la cintura. Daría la mitad de mi vida por estar así con ella durante al menos un segundo. Más no pedía.

Al entrar al apartamento, automáticamente encendí la computadora y fui al baño. Quería quitarme de la cara, lo que habían visto mis ojos. Solo que el efecto fue completamente diferente. Me vi en el espejo e involuntariamente comparé a ese tipo conmigo. Vi mi reflejo. La cara redonda, con granos de acné, con una fina barba incipiente y una papada que cubría el cuello como un collar, ojitos hinchados, mejillas gruesas, que estaban listas para tragarse la nariz, todo esto no se parecía en nada al que tenía derecho a besar mi “princesa”.

El resentimiento y la impotencia, y aún más, la desesperanza, oprimieron mi pecho, levantando un nudo traicionero en mi garganta. Golpeé el espejo con todas mis fuerzas. El dolor en la mano cortada me liberó las lágrimas y me eché a llorar, como en la infancia.

- ¡Me odio! - Grité.

De repente, mi madre apareció en la puerta.

- ¿Qué pasó, hijo? ¿Te cortaste? ¿Duele mucho? Voy ahora, cariño, - se lamentó y salió a buscar el botiquín.

"¡Si solo me doliera la mano, madre, si solo me doliera la mano!" - pensé y comencé a lavarme la sangre.

Ella me puso unas tiritas e invito a cenar, sin preguntar mucho. Que le agradecí. Después de una cena rica, mi ánimo se levantó un poco. La agradecí y encerré en mi habitación. Senté en la silla delante del ordenador y vi, que en este momento llegó el mensaje de “Princesa”.

-Estoy, en “El arco”. La tasa es diez puntos. ¿Estás en el juego?"- permanecí sin respuesta algún tiempo.

Hace poco la vi en los brazos del otro, pero ahora ella estaba esperando a mí, solo a mí, porque en este jurgo era su comandante, en él chat era su mejor amigo, su fiel aliado.

- Si, estoy contigo. – tragando los celos, respondí y empecé a luchar contra los enemigos para defender nuestro castillo de amor.




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