Sé que es mejor para ti.

Capítulo 6. Mi familia. Elvira.

Por fin llegamos hasta nuestro antiguo barrio, que apenas había cambiado en los últimos veinte años. Un sentimiento de nostalgia de una manera incomprensible me atrapó. Ya pensaba, que tal turbidez me atacaba solo después de una botella de tequila, pero al parecer me equivocaba. Echaba de menos esto, lo que vi ahora.

- ¡Para el coche aquí! Quiero caminar, - pedí a Leo.

- ¿Ahora? Casi llegamos a casa, - no me entendió.

- ¿Es difícil para ti? – Comencé enfadarme. Nunca me gustaba repetir mis peticiones.

- No, como quieras, - detuvo el coche, - Camina, si quieres, pero mamá ya nos está esperando.

- Es un momento, - respondí y salí del auto.

Caminé por el patio de recreo de nuestro colegio, donde solíamos jugar, cuando éramos niños, y luego, cuando éramos adolescentes, nos sentábamos en los bancos y escuchábamos canciones, que después las cantábamos con acompañamiento de una guitarra mal afinada. Éramos felices. Nada ha cambiado significativamente, solo el columpio se ha vuelto más bajo y el patio en sí, parecía, mucho más pequeño, de lo que era en mi memoria. En el parque, donde jugábamos al escondite, ahora había un parking para los autos, y en el lugar donde había un escenario, donde cada sábado tocaba una orquesta hecha por los vecinos, ahora estaba levantado un monstruo de "Lego".

Me senté en un banco, inhalando el olor de mi infancia. Tenía la sensación de haber vuelto a casa después de una larga ausencia. Solo que aquí no estaba mi casa. ¡Me la quitaron, como la felicidad! “¡Pues aquí estás! ¡Otra vez te aferras a viejos agravios! Estás aquí por otra causa, no por autocompasión.” - me ordené, me levanté y fui al portal de la casa de mi prima.

- ¡Elvira, querida! ¡Qué guapa y joven estás! - Me gritó una mujer regordeta desde la puerta de entrada.

- ¿Olga? - pregunté con incredulidad, porque esa persona, llena de salud, no se parecía en nada a una enferma terminal.

- Bueno, ¿quién más puede ser? ¡Vamos, entra! – Sonrió ella y me empujó hacia la entrada.

Aquí tampoco ha cambiado nada, las mismas paredes destartaladas, las puertas desalineadas cada una al gusto y poder adquisitivo de los vecinos y el olor indescriptible de todos los edificios viejos de cinco pisos del país: una mezcla de tabaco, de orina de gato y de humedad mesclada con lejía. Extraño, pero realmente me gustó todo. Era algo autentico, caótico, italiano, porque en mi portal de un edificio de lujo en Los Ángeles solo olía a “nenuco” y estaba prohibido poner el felpudo en desacuerdo del estilo general. Aquí estaba la libertad “democrática”, o “anárquica”.

Entramos al apartamento y luego me di cuenta, de que hubo cambios, por lo menos, en el interior. Olga hizo una remodelación y renovación más exitosa, cambio el estilo y compró muebles modernos, por eso este apartamento no parecía en nada al piso de mi tía Margarita, que recordaba.

-Pasa sin miedo, es tu casa, querida, ahora vamos a comer y luego descansarás, - me sugirió y gritó a su hijo, - Leo, lleva las maletas a la habitación grande.

Entré en la cocina y allí ya estaba puesta la mesa, como para una boda.

- Olga, ¿vendrá alguien más? - Pregunté, mirando la cantidad de comida.

- No, ¿porque piensas eso? Hoy estaremos solo nosotros, y mañana iremos a un restaurante, las chicas quieren verte. – explicó mi prima.

- ¿Qué chicas? - Pregunté, sin entender nada.

- ¿Cómo qué? Tus amigas de la escuela, - explicó Olga.

- ¿Es necesario? - Pregunté con la esperanza, de que podía prescindir de esa reunión con las viejas amigas, con quien no tenía nada en común ahora.

- Bueno, ¿Por qué? ¡No te han visto en mucho tiempo! - respondió ella y me di cuenta de que era inútil decir algo en contra.

En este momento Leonardo se unió a nosotras. Nos sentamos a la mesa. Mi ahijado abrió una botella de champán y brindamos por nuestra unión de familia. No tenía mucho apetito, por el desfase horario me veía afectada: la diferencia en horas con Los Ángeles era enorme, pero rechazar la flor de calabacín relleno de ricota y la pasta con pesto, era más allí de mis fuerzas. Pero cuando vi, con que apetito mi prima comía chuletillas de cordero y chorizo, me asusté.

-Olga, pero ¿este tipo de comida es aceptable para tu estomago? ¿No te va a perjudicar? - Le pregunté, recordando cómo mi madre se retorcía del dolor solo de un trozo de salchicha.

- Sí, querida, ahora puedo hacer de todo, - dijo ella con toda la tranquilidad del mundo. - Pero tú come, come. Aun queda la tarta de limón, que hacia mi madre. ¿Recuerdes?

- Claro, que recuerdo, pero no, gracias, ya no puedo más, prefiero ir a la ducha y dormir un rato. - Respondí y me levanté de la mesa.

Después de la ducha, me sentí un poco más despierta y volví a la cocina. Olga estaba fregando la loza.

- ¿Dónde está Leo? ¿Por qué no te ayuda? -  pregunté sorprendida.

- Él está trabajando en su habitación, - respondió.

Fui a ver en que su hijo estaba tan ocupado, que no pudo ayudar a su madre enferma. Al entrar en su habitación, entendí mucho. Ese sinvergüenza estaba sentado delante del ordenador y jugaba en un tonto juego de guerra.

Todo esto me enojó hasta la médula, así que olvidé por completo la advertencia de Megan de no meterse en la vida de otras personas hasta los pies, y con todo el derecho, que me otorgó su madre, llamándome y pidiendo ayuda, empecé a cambiar las reglas.




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