Sé que es mejor para ti.

Capítulo 14. Quiero ser él. Leonardo.

Después de que yo acepté, o casi acepté su propuesta, porque ella me mostró las fotografías de algunos actores que, a pesar de sus adicciones, retomaron su carrera con éxito. Yo también esperaba poder cambiar algo en mí. Pero, cuando ella se fue a la capital por la tarde, yo estaba impulsado por el hambre, porque mi cuerpo se negaba a vivir solo con una "California" en el estómago y, como estaba libre de su atención, fui a la cocina. Allí encontré a mi madre, que ya estaba calentando las pastas en el microondas. Nos miramos a los ojos y sin decir ni una palabra, firmamos un pacto no escrito: mientras Elvira no esté en casa, seguimos viviendo como antes.

Tuvimos una agradable cena, como Dios manda, pero nuestra velada estaba interrumpida por aparición de mi madrina. Nos pilló infraganti, con las cucharas en la boca.

- Olga, ¿que esta pasando aquí?

- Eli, cariño, es que no podemos cambiar tan rápidamente, - murmuró mi madre.

- ¡Ahora mismo los dos despegan este espacio! – ordenó Elvira.

Mi madre, como una niña avergonzada, se levantó de la mesa y marchó a su habitación. Yo estaba sorprendido, pero permanecí en la mesa.

- ¿A ti necesito una invitación especial? – pregunto el “sargento O´Neil”. – Si quieres cambiarte, tienes que empezar ya.

No quería meterme con ella en discusiones, porque vi, que ella vino muy alterada de algún sitio, por eso me encerré en mi habitación con un sentimiento desagradable, que ya me precipitaba en meterme en las manos de ella.

Al día siguiente, justo al amanecer, me despertó un golpe en la puerta. "¿Quién, diablos, se levanta tan temprano?" - pasó por mi cabeza, aunque la respuesta ya estaba clara. Quien además de mi insoportable madrina deambulaba por el apartamento de noche. "¿Cuándo se calmará? ¿Cuándo le pasará ese jet lag? ¿Cuándo empezará dormir por la noche, como toda la gente normal y se quedará despierta sólo en las horas de luz del día?" – pensé, levantándome de la cama, para abrirle la puerta, porque sabía que ella no se calmará y conseguirá lo suyo, aunque fuera derribándola.

- ¡Leo, he recibido proyectos de tu nueva imagen! – gritó Elvira, despertando a mi madre.

Mamá salió de la puerta de su dormitorio con una declaración crítica:

- Eli, ¿estás gritando desde la mañana? – se quejó, bostezando. - Hoy es sábado.

- A quien madruga, Dios le ayuda, - la madrina se estaba divirtiendo, y no estaba claro el por qué.

- Bueno, en el fin de semana, no, - dijo mi madre, pero cuando Elvira le miró con reproche, desapareció en su habitación.

Miré el reloj. Eran las seis y media de la mañana. "A lo mejor por la noche le doy una pastilla para dormir? Por lo menos dormiremos tranquilos," - pensé.

-Tenemos mucho trabajo por hacer hoy, - dijo Elvira.

-Está bien, enséñame las fotos, - le respondí sin mucho entusiasmo.

- Ahora desayunaremos y veremos mejor en la computadora, pero por ahora, puedes curiosear un poco, - me entregó su teléfono.

Mientras ella preparaba unos bocadillos al estilo del "mundo vegetariano", miré mis fotos, procesadas por algún programa similar a Photoshop.

- ¿Es realmente posible cambiarme de esa manera? - Pregunté con incredulidad.

- Si, claro, eres tú en general, simplemente mejorado, - afirmó ella.

Hubo tres versiones. En la primera foto, yo no era muy diferente: un poco más delgado, un poco más bronceado, un poco mejor cortado el pelo y estaba vestido informal, pero con gusto y decentemente. Seguía siendo el mismo Leo. En la segunda foto, la opción era más costosa para mí. Se notaba, que tendría que comer solo una ensalada durante al menos un año. Llevaba un traje formal, zapatos y un maletín de algún tipo. La cara estaba limpia, el cabello estaba peinado con estilo hacia un lado. Aquí ya no era Leo, sino señor Leonardo, un empleado de oficina o administrador. Me gustó, pero luego abrí la última foto. Y me congelé. Desde la foto a mí me estaba mirando “Astro”.

Así es como me lo imaginaba, incluso en el avatar puse casi la misma imagen. Seguro, fuerte, conocedor y capaz de lograr lo que quisiera. Solo un tipo así podría acercarse a Fabiola sin una sombra de duda. Ella no lo rechazaría, porque a tal símbolo sexual no se niegaría nadie. Y en la foto yo estaba así.

- Quiero ser él, - dije.

- Bueno, déjame ver, - la madrina acercó la mano al teléfono, - ¿este?

- Sí, este, - dije con confianza.

- Pero este tipo no es muy adecuado para ti, necesitarás cambiar mucho, - de repente vaciló ella.

- Bueno, si eres tan genial, entonces hazlo de mí, - la desafié.

Sus ojos brillaron y ella, de alguna manera, sonrió diabólicamente.

- Bueno, el deseo del cliente es la ley para mí. Solo entonces no lloriquees, ni te quejes. Tú mismo insististe, - me advirtió. Si supiera lo que esta bruja estaba tramando, no cambiaría nada en absoluto. Pero en ese momento estaba lleno de entusiasmo y esperanza que algún día podré acercarme a mi “Princesa”.




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