Sé que es mejor para ti.

Capítulo 18. “Sweet home”. Elvira.

Durante todo ese tiempo, que estuve en Italia, no me atreví a acercarme a la casa donde vivía hasta los diecisiete años, donde perdí a mi madre y a mi padre, donde me di cuenta de que mi prometido era una mierda de hombre, que solo se quería a sí mismo. En resumen, mi casa no era el mejor lugar al que me gustaría ir. Fue un gran error para mí volver aquí, pero ganas de mirar a los ojos de esta víbora era mucho más fuerte.

 Los recuerdos me inundaron con una ola tan emocional que yo, sentada en el auto, lloré como una Magdalena durante quince minutos. Luego, me recompuse con mucho esfuerzo, me arreglé el maquillaje y fui al encuentro con mi odio con pasos firmes y un rostro imperturbable.

¿Por qué fui a encontrarme con Victoria? Yo misma no podría explicar. ¿Quizás quería verla vieja e indefensa? ¿Puede, que quisiera recordarle a la chica, a la que privó de su último ser querido? ¿Puede que quisiera regodearme? No pude encontrar una respuesta definitiva a esa pregunta. Pero caminé con firmeza hacia las puertas del mal inevitablemente.

De repente, el portal de la finca, que algún día era mi casa, se abrió y un Mercedes último modelo salió de ella, salpicándome con agua sucia de un charco. Sorprendida, me detuve con la boca abierta.

- ¡Qué diablos! - Exclamé, mirando mi falda blanca de Pierre Cardín manchada de barro.

El coche se detuvo y de él salió el doctor Carmona. No se me ocurrió ninguna sorpresa mayor ni en las comedias de Hollywood. "¿Qué está haciendo aquí?" - pasó por mi mente.

- ¡Señora Brown! ¿Qué está haciendo aquí? - Me preguntó con evidente sorpresa, igual que la mía.

"¡Se acordó de mi nombre!" - pensé, pero inmediatamente quité las tonterías de mi cabeza, - "No estoy aquí, para pensamientos románticos".

- Gracias a usted, ya nada, no puedo presentarme de esta forma frente a ... – paré involuntariamente, pero seguí recuperando los nervios, - el cliente.

- Lo siento, no me fijé en usted. - respondió confundido.

- Me insultó la última vez, llamándome mentirosa, ahora me ha echado barro encima, así que estamos en paz, - dije con sarcasmo.

- ¿Con qué paz? - Preguntó, sin entender a qué me refería.

- Me ayudó dos veces y le pagué con mi humillación dos veces, - le respondí con enojo.

- Créame, no quería humillarle, y mucho menos arrojarle el barro, - trató de justificarse.

- Está bien, no hay necesidad de disculparse, - le dije, y dándole la espalda, caminé hacia mi coche.

La visita a Victoria se canceló por hoy, porque no podía darme el lujo de aparecer frente a mi enemiga con la ropa sucia. Tenía que lucir al cien por cien.

- Espere, Elvira, sé dónde está la tintorería más cercana, - me detuvo el hombre.

- ¿Y cómo lo ve? ¿Debería irme a casa sin ropa? - Pregunté con una sonrisa.

- Trabajan rápido, pero si no quiere esperar, puedo ofrecerle usar mi lavadora y secadora, por supuesto, si lo considera una opción factible, - sugirió.

- ¿Usted duda que sepa utilizar los electrodomésticos? Claro, usted piensa si soy de Estados Unidos, ¡y allí todo el trabajo lo hacen los negros! – el veneno cínico salía por mi boca, como de una víbora venenosa.

“Está tratando de humillarme de nuevo."- me justifiqué mi comportamiento.

- No es eso, simplemente no sabía cómo ofrecerle mi ayuda más cómodamente. Créame, no tenía pensamientos ofensivos, - se disculpó, y sus ojos, del color caramelo, de repente se tornaron a un tono de miel.

- Está bien, acepto su invitación, - dije, sin saber por qué. Como si el mismo diablo me tirara de la lengua o de la curiosidad.

Estaba muy interesada en saber, qué estaba haciendo el Dr. Carmona en la casa de Victoria, o más bien en mi casa.

Entramos y me mostró dónde estaba la lavandería, aunque yo lo sabía muy bien.

- ¡Qué hermosa casa tiene! - Dije devorada por la curiosidad.

- La compré hace quince años, pero ahora apenas vivo aquí por el trabajo. Esta casa es más de mi hija, que la mía. A veces aparezco para controlarla. Ella tiene veinte años, ya sabe, piensa que es adulta, pero en realidad es como una niña, - dijo sonriendo.

- A los padres sus hijos siempre serán los niños, - respondí.

Todo me quedó claro. Victoria vendió nuestra casa y se mudó a la capital, para estar más cerca de su esposo o por culpa de su esposo.

- Pero necesitaré algo de ropa mientras lavo la mía, - dije.

- Espere un minuto, yo lo arreglaré todo ahora, - contestó y desapareció por la puerta.

Regresó cinco minutos después con una pila de ropa y una mujer.

- Tome, esta es la ropa de mi hija, creo que le quedará bien. Y esta es Valentina, - me la presentó, - es nuestra "administradora de la casa". Si necesita ayuda, ella está a su servicio, y discúlpeme, pero necesito regresar a la clínica.

- Gracias, claro, no le demoraré más, - respondí con la voz dulce.

- Perdóneme, pero ¿por qué no vino a hacer los análisis? - Preguntó.

- Porque no me siento tan mal, y no quería hacerle perder su apreciado tiempo, o aún peor escuchar que yo lo hago para cazarle, - bromeé sarcásticamente.

- Una vez más, perdóneme por algo que le podría ofender, no era mi intensión, - respondió y se fue, evidentemente se dio cuenta, que en este momento era mejor no meterse conmigo.

Y me quedé con Valentina, que me ayudó a lidiar con la lavadora. Me puse la camiseta y los pantalones cortos de la hija del médico y salí al jardín. En nuestro jardín, que no había cambiado en absoluto, sin embargo, los manzanos, que plantó mi madre se convirtieron en grandes árboles. Ya tenían fruta. Arranqué una, le di la vuelta en mis manos y me la llevé a la nariz. “Mamá, ¡cómo querías esperar a que estas manzanas llenaran la casa de este dulce olor!” – recordé a mi madre y nuevamente las lágrimas brotaron de mis ojos.

- ¿Señora Mariela? -  Escuché una voz asustada detrás de mí, pronunciando el nombre de mi madre.




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