Sé que es mejor para ti.

Capítulo 20. Unos problemas más. Leonardo.

Volví a subirme a la báscula. La flecha se deslizó lentamente hacia abajo, muy lentamente.

- Ciento quince kilos, - me dijo alegremente el médico.

- ¿Solo quince? ¡En dos meses agotadores, perdí solo quince kilogramos! - exclamé, sin entender por qué estaba tan feliz.

- Leonardo, el buen resultado no es perder peso rápidamente, sino aumentar la masa muscular y deshacerse de la grasa innecesaria. Por lo tanto, estás perdiendo peso correctamente, pero ahora podemos cambiar la dieta, - me explicó.

- ¿Ahora tengo que alimentarme solo de lechuga? – pregunté con sarcasmo.

- Lechuga está muy bien, pero tienes que aumentar la proteína y quitar los azucares completamente. Nada de fruta dulce y carbohidratos. Así consigues perder otros quince kilos, - sonrió el médico.

Yo mismo vi que algo había cambiado, por eso esperaba que perdiera más de peso, pero saber que todo el esfuerzo me llevo a perder solo quince kilos me desanimó. Enzo, escuchando mis quejas, y como una persona de pocas palabras, que normalmente preferiría explicar mostrando ejemplos, me llevo al mercado. Yo no entendía para que, hasta el momento, cuando nos acercamos a la carnicería.

-Por favor, puede pesar quince kilos de tocino, - pregunto él al vendedor.

Él puso un montón de trozos de grasa encima de mostrador.

-Te parece, ¿que esto es poco? – me preguntó Enzo.  

No necesitaba más explicación, lo vi con mis propios ojos. Era increíble, como podría llevar todo esto encima y lo peor, que me quedaba mucho de esto. Ahora estaba casi satisfecho, desapareció mi vergüenza. Antes andaba bajando los ojos, temiendo ver las miradas de la gente y encontrar en ellos el asco, que sentí yo mismo, cuando el entrenador me mostró toda la verdad sobre mí. Aquel sentimiento de verme tan horroroso, me hizo despertar la vergüenza, que no tenía antes.

No dije nada de esto a mi madrina en nuestras charlas, pero ella, parece, lo entendió sin palabras y me regaló un chándal, en que no parecía un gordo cerdo, más bien un fortote. Ahora caminaba con la cabeza un poco más levantada y enderecé los hombros, porque empecé a sentí la confianza en mí mismo.

Después de dos meses de entrenamientos diarios, me acerqué mucho a Enzo y aprendí mucho sobre él. Era un verdadero héroe. Sirvió en Grupo de Intervención Especial de los Carabinieri italianos, pero después de una operación, cuando salvó al rehén, cubriéndolo de una explosión, recibió una conmoción cerebral severa. Tenía fuertes dolores de cabeza, por lo que tuvo que dejar el servicio. Me di cuenta de que a veces tomaba pastillas, hacía una mueca de dolor y le pregunté, si lamentaba que todo sucediera así.

- Sabes amigo, a veces el instinto del defensor se enciende en un hombre y no puedes hacer nada al respecto, - sonrió y agregó, - pero no todos lo tienen y no todos se meten en esas situaciones como yo, no te preocupes.

No me preocupaba por eso, pero tenía otra cosa, que empezaba a molestarme. Mamá, que me animó en el primer mes e incluso, de vez en cuando, me acompañaba a los paseos nocturnos, una vez vino a entrenar conmigo y conoció a Enzo. Después de eso, ella, como un centinela, casi cada día llegaba al gimnasio después de la escuela. Se sentaba en una bicicleta estática y con sus ojos, simplemente comía a mi entrenador, especialmente, cuando estábamos trabajando en el ring.

Su comportamiento raro, por decir así, no despertaba ningún buen sentimiento en mi corazón. Veía que ella se enamoraba de Enzo cada día más y más, pero él no le hacía caso, sospechaba, que Elvira era más de su gusto, que mi madre. Pero con mi madrina él tampoco tenía posibilidad. No quería, que mi madre sufriera, pero no logré convencerla, que dejara de venir a mis entrenamientos, por eso tuve que acudir a mi madrina en busca de ayuda.

- Elvira, ya sabes, mi madre va constantemente a mis entrenamientos y eso me impide concentrarme en los ejercicios. Puedes hablar con ella, para que no vuelva a venir, - le pregunté, sin desvelar todas mis especulaciones.

- ¿Va a menudo? - Preguntó, sin imaginar qué sorpresa le esperaba.

- Casi todos los días, - respondí.

- ¿Para qué?

- No lo sé, - mentí, porque no sabía cómo explicarle lo que pasaba.

- Sabes. Cuéntame, ¿qué pasó? - preguntó ella.

- Me temo, que está interesada en Enzo, - resoplé.

- Está bien, hablaré con ella, - respondió Elvira y me miró de alguna manera extraña, - pero también necesito tu ayuda. Me di cuenta de que eres bueno buscando información, porque encontraste muchas cosas sobre tu “Princesa”. Ahora, quiero que me encuentres toda la información que puedas sobre una persona.

Mi sorpresa no tuvo límites, mi madrina se interesó por alguien. Siempre pensé que estaba hecha de hielo, un trozo de hielo tan inaccesible para los hombres, aunque recientemente noté un ligero calentamiento, al menos conmigo. Pero, de todos modos, no había ningún deseo en ella de que alguien se acercara demasiado a su alma.

- Pero necesito algunos datos para procesar, - dije.

- ¿Tu mamá te contó algo sobre mi familia? - Preguntó con cuidado.

No quería asustarla con nada, que pudiera interferir con esta inesperada oportunidad de mirar dentro de su alma.

- Sí, mi madre me dijo, que tu madrastra te tendió una trampa y tu padre le creyó a ella, no a ti. Te dejó sin un centavo y te echó de casa, - dije y pregunté - ¿Por eso te fuiste de Italia?

- No realmente, cuando me fui, mi padre ya había fallecido, - explicó. - Pero ahora quiero recuperar lo que era mío. Quiero la empresa de mi padre.

Ahora entendí, que el dolor que ella experimentó de niña, que la persona más cercana arrojó de su vida, no se había ido a ningún lado en veinticinco años, solo se estaba escondiendo en las callejuelas de su alma. La entendí, porque de la misma manera, mi padre desapareció de mi vida, me cambió por una mujer.




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