Sé que es mejor para ti.

Capítulo 23. Instinto defensor. Leonardo.

Cuando por fin Elvira decidió hablar con mi madre yo fui a buscar la información sobre su madrastra y la empresa de su padre. Encontrar lo que necesitaba no fue una tarea fácil, solo para averiguar su nueva dirección perdí demasiado tiempo, pero nada de la empresa de su padre, como no la existiera.

Seguir buscando no tenía más tiempo, porque era hora de ir a correr. Como decía la madrina, una persona es un animal de las costumbres, y yo me acostumbré a hacer jogging.

Corrí una vuelta, la segunda, y de repente una mujer salió corriendo de los arbustos, se apresuró a cortarme el paso. Parecía asustada, su chaqueta estaba rota, su cabello estaba en completo caos.

- ¡Ayuda! – Gritó ella, agarrándome y escondiéndose de mi espalda.

 Me detuve, sin entender nada.

 - ¡Él me quiere matar, está completamente loco!

Miré hacia atrás y vi a un hombre saliendo de los mismos arbustos.

- Te mato, perra, te mataré te lo juro, - gritó él y corrió tambaleándose hacia nosotros.

Me pareció que algo brilló en su mano. "¡Cuchillo!" - pasó por mi cabeza. Yo mismo no entendí cómo lo hice, aparentemente Enzo consiguió hacerme recordar esa técnica. Lancé mi mano hacia adelante, y el hombre mismo chocó contra ella, como en una barrera. Cayó como si le hubieran disparado y la sangre le brotó de la nariz. Aquí es donde me asusté. Nunca golpee a nadie. Pensé que lo había matado. Miré a la mujer y ya no estaba en ningún lado. No supe que hacer. Y no se me ocurrió nada más interesante, que llamar a la policía y a una ambulancia.

Mientras esperaba las ayudas, yo levanté al hombre, de quien fuertemente olía al alcohol barato, y lo senté a un banco. El pobre por fin recuperó el sentido y quiso golpearme también. Esquive su puño, y hombre por la inercia cayo del banco, haciéndose más daño y empezó a gritar palabrotas.

 De repente apareció de nuevo esa mujer, pero con un paquete en el que tintineaba algo. Vio al hombre postrado en el camino con sangre en la cara. Se inclinó hacia él, quitando la sangre de su cara con la chaqueta, gritando, que yo había matado a su querido esposo. Entonces entendí en qué me había metido, pero ya era demasiado tarde. Llegó la policía, seguida de una ambulancia.

- ¿Quién llamó a la policía? ¿Usted, joven? ¿Dígame qué pasó? - Preguntó el policía.

Mientras le explicaba qué y cómo sucedieron las cosas, los médicos ayudaron al hombre recuperarse. Rechazó la hospitalización, y él con su esposa y las botellas de alcohol abandonaron el lugar a salvo en una dirección desconocida.

- Bueno, joven, venga con nosotros, haremos un informe sobre el incidente y luego se irá a casa, - dijo el policía.

- Bueno, yo no he hecho nada, de verdad, - Me sorprendí.

- ¿Cómo que no hizo? ¿Y quién defendió a una mujer borracha y aplastó la nariz de su esposo? - Él sonrió. - No se preocupe, tenemos que hacer el informe del incidente.

- ¿Y esto es por mucho tiempo? - pregunté, habiéndome calmado un poco.

- Bueno no. Aproximadamente veinte minutos, y luego vas a casa.

- Está bien, - estuve de acuerdo, tampoco tenía otra opción.

Llegamos a la comisaría, me llevaron a una oficina donde un investigador estaba sentado frente a la computadora y la maldecía en voz baja.

- Bueno, qué vas a hacer, de nuevo este cacharro no funciona. Esta semana llamamos dos veces al técnico, pero todavía no trabaja, - se quejó.

- ¿Puedo echar un vistazo? - Pregunté con cautela, - tal vez no sea un enrutador, sino un error de software.

- ¿Entiendes de eso? - Preguntó el policía con incredulidad.

- Soy programador, trabajo en la alcaldía, en el departamento de soporte técnico, - respondí.

- Rossi, ¿es así? – preguntó a un policía, quien cogió todos mis datos y me escolto a este despacho.

- Si, comisario, trabaja en alcaldía como informático.

- Escucha, amigo, ayúdame, tengo que mandar este informe y no puedo, - preguntó el comisario.

Empecé a ver cuál era el problema. Media hora después, la computadora comenzó a funcionar. Luego, otro policía entró en la oficina y, al enterarse de que había ajustado la computadora, me pidió ver el fax. Lo seguí. ¿Que podría hacer? Debería ayudar a las autoridades como un ciudadano.

 Tardé un poco más para arreglar esa vieja máquina, entonces el comisario, que se llamaba Franco, me trajo bocadillos y café en un termo, y el otro policía, a quien estaba arreglando el fax, sacó una bolsa con tortas caseras y manzanas. En una palabra, yo les ayudé y me agradecieron lo mejor que pudieron. Estábamos sentados, bebiendo café y hablando, sobre la mala vida de los policías en Italia, cuando de repente apareció mi entrenador en la puerta.

- Entonces, que bien estáis tomando café aquí, y allá abajo tu madre está histérica, - me sonrió y se volvió hacia Franco, - genial tratáis los detenidos aquí, amigo, ¿qué hizo este tonto?

- No hizo nada y no está detenido. Aunque él cruzó la cara a un borracho, que amenazaba a su mujer, pero definitivamente él no va a poner la denuncia, porque nos pasa por alto a un kilómetro de distancia, tiene miedo. Pero contamos con un especialista, que nos devolvió todo el equipo a la normalidad, - sonrió Franco.

- Entonces, me lo puedo llevar, de lo contrario su madre se está volviendo loca de preocupada, - preguntó Enzo.

- Sí, sí, claro - respondió Franco, - Y tú Leo, si necesitas algo, no dudes en entrar. Si podemos, te ayudaremos.

Dimos la mano a los policías y nos fuimos. Por el camino, Enzo preguntó por qué rompí la nariz a aquel alcohólico.

- Porque tú mismo me dijiste, que a veces en un hombre se despierta el instinto de un defensor, por lo visto se despertó en mí también. – Respondí, notando una sonrisa en su rostro.

- Bien hecho, Leo.




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