Sé que es mejor para ti.

Capítulo 30. Atella. Leonardo.

Yo en solitario vagaba por los pasillos y salas, fingiendo que estaba interesado en las pinturas, pero en realidad tenía muchas ganas de salirme de aquí. Para ser honesto, ya me estaba empezando a sentir mal de toda esa sociedad bohemia, a parte con el esmoquin no me sentía muy a gusto, a pesar de lo que decía Elvira. Volví a mirarla, estaba hablando libremente con un calvo. "Bueno, ¿cuánto tiempo más deberíamos estar aquí? A ella no le importa volver a casa por la noche, pero yo tengo que ir a entrenar mañana, ya perdí mi carrera en el parque por su culpa," - me quejé en silencio.

- ¿No me digas que te gusta este embadurnamiento? - Escuché una voz disgustada detrás de mí.

Me di la vuelta y vi una chica joven con un look completamente desacorde a todos los invitados, parecía más a una hippie, que a una dama de alta sociedad.

- ¿Cómo terminaste aquí? - Pregunté con sorpresa.

- Andando, - respondió ella, y se colocó un mechón de cabello despeinado detrás de la oreja.

- Quiero decir, si no te gusta, ¿por qué viniste? - Corregí mi pregunta, entendiendo, que metí la pata.

- He decidido ver cómo el arte genera dinero, - sonrió con sarcasmo. - ¿Y tú? No pareces un amante del impresionismo.

- Tienes razón, no entiendo nada de eso. Acompaño a mi tía aquí. Ahí está ella con un vestido beige, - le respondí y le la mostré a Elvira.

- ¿De verdad es tu tía o, alguien más? – preguntó la chica desafiante.

- Lo adivinaste, no es solo una tía mía, - hice una pausa a propósito para jugar con ella, - también es mi madrina.

- Pues bien, es comprensible, la persona más cercana, - se rio.

- ¿Entonces tampoco te gusta estar aquí? - pregunté.

- No, pero aquí puedes cenar gratis, - respondió, y tomó mi mano. - Vamos, hazme compañía. Por cierto, mi nombre es Atella.

- Y yo Leo. - Respondí.

Fuimos al vestíbulo donde estaban colocadas las mesas con canapés y bebidas. La chica tomó un plato y comenzó a llenarlo de bocadillos.

-No seas tímido, estos snobs no comerán aquí, así que esto es todo para nosotros. - dijo alegremente.

Miré los platos ofrecidos y no encontré nada, que pudiera comer “no prohibido”, así que solo tomé un vaso de agua.

- ¿No quieres nada? - Ella me preguntó.

- No, gracias, no tengo hambre, - mentí, porque el hambre yo tenía siempre, pero si mañana en la báscula no aparece el número mágico de noventa y cinco kilos, mi vida se complicaría. Enzo me mataría en gimnasio y Elvira me quitará la pasta, - ¿Y tú a qué te dedicas?

- Me estoy buscando a mí alma, - respondió, metiéndose otro canapé en la boca, - pero en realidad soy una artista.

- Genial, ¿y tú también haces exposiciones? - pregunté.

- No, todavía no, no todo el mundo entendería mis obras, - explicó, - hay que sentirlas. Son como los sentimientos.

Extraño, pero por primera vez después de la universidad hablé con una chica y no me sentía incómodo, ni asustado de que se riera de mí. Ella contaba algo, yo le respondía, bromeábamos sobre los invitados. Me sentí muy bien y libre con Atella, por eso le pregunté:

- ¿Puedo ver tus trabajos algún día?

- ¿Para qué esperar? Mi taller está a dos manzanas, y aquí ya viste todo, - respondió, y agarrándome de la mano me llevó hacia la salida. Ni siquiera tuve tiempo de entender nada y reaccionar, cuando me encontré en la calle.

- Espera, tengo un auto estacionado allí, - dije, esperando regresar rápidamente por Elvira.

- ¡Vaya! ¡Tienes un cochazo! Claramente, eres un millonario, - se rio, pero esta comparación no me ofendió en absoluto, sino que me divirtió.

- Por ahora no, por eso el coche no es mío, pero tengo un futuro brillante, - sonreí, recordando las palabras de Elvira.

- Mejor, yo pensaba, que eres uno de esos ricos, que estaban en la fiesta, pero veo, que me equivoqué. Eres un chico normal y aun debes tener el alma abierto. – no entendí de que estaba hablando, pero no me preocupó en absoluto, estaba hechizado con ella.

Su taller estaba realmente muy cerca, en el último piso de un edificio antiguo. Entramos y recordé las contundentes palabras de Elvira sobre mi habitación. Esto no era un pantano, era el Mar de los Sargazos. Todas las cosas estaban esparcidas en un lío artístico: los cuadros enmarcados, los cuadros no acabados, libros, álbumes, ropa, muebles y un gran marco con una sábana blanca en el centro.

-Adelante, no seas tímido, - dijo Atella, y me empujó por la espalda. Di un paso y, al darme con el pie en algo, me habría caído, si ella no me hubiera sujetada del brazo. – ¡Cuidado “brillante futuro”!

Me presioné junto a ella solo para no tropezar en algo más, en este momento ella abrazó mi cuello. No sé cómo pasó todo, pero un segundo después estaba besándola y ella me estaba quitando la chaqueta. De repente, el teléfono sonó en mis pantalones. Yo sin apartarme de ella, saqué el teléfono de mi bolsillo. Era Elvira. Le contesté algo, que no recordaba, porque estaba sumergido en un mar de sentimientos raros, pero muy atractivos. La cabeza volaba en el séptimo cielo donde la razón no dominaba nada.

- ¿Te gustaría algo de vino? - Preguntó Atella de repente.

- No, no quiero vino, quiero ... - Ella no me dejó terminar, que quería agua fría, y de nuevo me hundió en sus labios con un beso.

Estaba como en una nube, el cerebro rechazaba cualquier pensamiento razonable, solo quería sentir este calor en la ingle sin entender porque y para qué. Esa sensación era nueva para mí y yo me emborrachaba de ella. Perdí la noción del tiempo, nunca me había sentido tan bien, tan tranquilo y tan ajetreado a la vez. Sus cálidas manos tocaron mi piel, estimulando cada célula de mi cuerpo.

De repente ella totalmente desnuda, abrió un bote de pintura roja y lo echó encima de la sabana enmarcada y se puso por delante.

-Pinta en mi un cuadro de tu pasión, - dijo, acariciando su cuerpo con el color rojo. - ¡Adelante!




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