Sé que es mejor para ti.

Capítulo 46. El accidente. Elvira.

Dos días después, básicamente me olvidé de Calabrés y de toda la mafia italiana, porque Leo se convirtió en mi principal problema. Él rechazaba conocer a su padre. Traté varias veces de persuadirlo, pero se mantuvo firme. El resentimiento contra su padre era tan grande que no quería escuchar las excusas de Olga en su dirección. Ella contó cómo obligó a Mario a rechazar cualquier comunicación con su hijo, pero para Leo esas no eran razones. Yo sabía perfectamente que, con tal carga de rencor hacia su padre, nunca podría iniciar una relación con las chicas, porque no sería capaz de confiar. El tiempo se acababa, dentro de seis días teníamos que coger el avión, y entonces la única opción que me quedaba, era la visita "inesperada" de Mario a la casa de Olga. Pensamos en todo hasta el más mínimo detalle para que Leo creyera, que su padre vino sin invitación. Para hacer esto, tenía que llevar a mi ahijado de compras, y en ese momento vendría su padre.

Fuimos en coche hasta el supermercado más cercano a casa. Como la tienda no era grande, no había estacionamiento subterráneo y tuvimos que aparcar el auto en el lado opuesto de la calle. Después de que compramos todo, lo que yo pensaba apropiado, salimos de la tienda.

Cuando cargamos en nuestro automóvil la compra, yo crucé la calle para devolver el carrito. De repente vi un BMW negro acercándose a mí con una velocidad vertiginosa. No entendí qué pasó y cómo, porque todo sucedió muy rápido. Solo escuché el grito de Leo y un pequeño golpe. Terminé tumbada encima de mi ahijado.

Me levanté y noté que mi sobrino no daba señales de vida. Grité, como si estuviera loca:

- ¡Socorro! ¡Que alguien llame a ambulancia!

Y me apresuré a inspeccionar al chico, más bien ajetrearlo. Se golpeó la cabeza con el bordillo al caer conmigo. La sangre fluyó de su cabeza. Nunca en mi vida había tenido tanto miedo como esta vez. Finalmente, Leo abrió los ojos. La gente empezó a reunirse alrededor de nuestro, alguien me dio una botella de agua, alguien me pasó una gasa limpia, alguien me ayudó a ponerlo sentado en ese maldito bordillo, alguien se quejó de que las cabras locas con los coches caros hacen lo que quieren, alguien llamó a la policía y ambulancia.

- ¡Gracias a Dios que estás vivo! Leo, querido, ¿para qué cruzaste la calle? - me lamentaba, sin saber lo que pasaba.

- ¿Y tú? Como una tonta tú te paraste. Ni para delante, ni para atrás. Por eso corrí a quitarte del medio, - explicó Leo.

Entonces sonó la sirena. No vi, si era la policía o la ambulancia. Mantuve una gasa ensangrentada en la cabeza de mi ahijado y lo arrimaba a mí, como tenía miedo, de que alguien me lo quitara.

-Mujer, dé un paso atrás y déjenos a trabajar, - solo después de estas palabras solté mi mano de la cabeza de mi ahijado.

Los médicos examinaron a Leo y decidieron no llevarlo al hospital, porque, según ellos, no había peligro. Pero yo insistí en un examen más detallado, afirmando que Leo perdió el conocimiento durante varios minutos. Mi ahijado tampoco estaba entusiasmado con mi idea, pero no discutió, porque vio en qué estado estaba. Fui con él y llamé a Davide, porque era cirujano.

- Davide, soy Elvira. Puedes venir a... - entonces me di cuenta de que no sabía a dónde nos llevaban. Cubrí el teléfono con la mano. - Dígame, ¿a dónde lo llevan? - le pregunté a la enfermera de la ambulancia.

- ¿Cómo a dónde? Al ambulatorio de la ciudad, - respondió con un tono molesto.

- Lo siento, ¿podrías venir al ambulatorio de la ciudad? Mi sobrino se cayó y se golpeó la cabeza contra el bordillo. Tiene sangre, mucha sangre saliendo de la cabeza, - le expliqué a Carmona, volviendo a destapar el teléfono.

- Está bien, estaré allí en quince minutos, - respondió, y colgó.

- Elvira, por qué estás molestando a la gente, yo estoy bien, - dijo leo, tratando de levantarse.

- Acuéstese, joven, acuéstese. - El enfermero volvió a bajarlo en la camilla y me miró con aprensión.

Diez minutos después, llegamos a la sala de emergencias del ambulatorio. Se llevaron a Leo para examinarlo más a fondo y yo me quedé esperando en la sala de espera. Caminé de un lado a otro, pensando en cómo llamar y avisar a Olga, sin asustarla hasta la muerte. Decidí que sería mejor esperar a que saliera el médico y me dijera lo que pasaba con mi defensor. De repente me quedó claro - hoy Leo me salvó la vida. Pero aún no tuve la fuerza para pensar, si fue un golpe accidental o, si alguien quería matarme. Ahora todos mis pensamientos estaban con mi ahijado. Por fin Carmona apareció en la puerta.

- ¿Dónde está? - Preguntó él sin rodeos.

- Ahí, en la sala de Triage, - señalé la puerta con la mano.

- Espera aquí, - dijo y, se acercó a la enfermera, le dijo algo, señalo su acreditación y entró en la sala de exploración.

No sabía cuánto tiempo había pasado, no acerté a mirar el teléfono, y para ser honesta, tenía miedo de descolgarlo, porque esperaba que tarde o temprano me llamaría mi prima y ¿qué le diría? ¿Que su hijo está en un hospital por mi culpa? Finalmente salió Davide.

-Lo llevaron a hacer una tomografía para evaluar el estado de todas las estructuras óseas del cráneo, pero puedo decir, que no hay daños visibles, - dijo con seguridad.

- ¿Pero había mucha sangre? - Me pregunté sin creer. 

- Es normal, simplemente se rascó la piel y perdió un mechón de cabello, - respondió Carmona sonriendo, - si todo está bien con el cráneo, lo más probable, es que lo manden a casa para reposar en cama.

- ¿Pero estuvo inconsciente varios minutos? - No me tranquilizaba.

- Para excluir una conmoción cerebral o contusión del cerebro, es necesario hacer una resonancia magnética, pero aquí no lo tienen, por eso, hay algún tipo de molestias, vendrá a mi clínica, pero estoy seguro de que no hay nada, - explicó. - Pero, ¿Qué pasó? 

- Me salvó la vida, cuando casi me atropella un coche, - dije y luego se me terminaron las fuerzas, me eché a llorar en el pecho de Davide, derramando toda mi tensión y mocos sobre él.




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