Sé que es mejor para ti.

Capítulo 55. Leo y Bree. Elvira.

Los ojos color caramelo me miraron fijamente, sin permitirme apartar la mirada. Las manos calientes apretaron mi cuerpo contra el suyo en fuerte y confiable abrazo, reconfortándome, aliviándome de la ansiedad que me carcomía por dentro. Sus labios, cálidos y secos, tocaron los míos, atrayéndome a un breve y provocativo beso ligero. Mis dedos se deslizaron por el cabello oscuro, disfrutando de su sorprendentemente agradable suavidad al tacto. Me sentí bien y tranquila como nunca antes. Sonriendo, se inclinó un poco hacia la izquierda y me tocó la mejilla con los labios.

-Te amo, Eli. - Su susurro puso la piel de gallina por tanto deseo, pero un momento después, por alguna razón desconocida, la felicidad de repente dio paso a un anhelo insoportable.

Abrí bruscamente los ojos y, aspirando convulsivamente aire en mis pulmones comprimidos, traté de hacer frente a la respiración frecuente y superficial. Mi garganta se contrajo y mi corazón en el pecho latía incómodamente. No había ganas de volver a dormir, y sentir lo que era prohibido, pero aún no tenía fuerzas suficientes para levantarse de la cama.

Me había acostumbrado al hecho de que desde hacía varias semanas se había vuelto cada vez más difícil levantarme de la cama. Envuelta firmemente en una manta a pesar del hermoso clima otoñal, me di unos minutos más para aceptar lentamente el comienzo de un nuevo día. El ruido de los autos que pasaban por la calle y un estruendo fácilmente reconocible, bastante familiar, después de muchos años viviendo en este apartamento, se escuchaba desde la ventana entreabierta. Eran los servicios públicos descargando botes de basura; así que eran las seis de la mañana más o menos.

Encontré mi teléfono en la mesita de noche y, parpadeando, con la esperanza de aclarar mi visión, miré la hora. Volví a quedarme dormida bien pasada la medianoche, pero últimamente no había nada sorprendente en esto, cambio de usos horarios me pasaba factura.

En el baño, lánguidamente, con dificultad para mantenerme erguida, me lavé la cara y me cepillé los dientes, mirando mi propio reflejo con una sonrisa despectiva en mis labios. Me maquillé como siempre, me vestí como siempre, desayuné con Leo como siempre y me prohibí pensar en otra cosa que no fuera el trabajo. Pero estaba molesta por el sufrimiento que se había instalado en mí. No quise reconocerlo y luché contra él lo mejor que pude.

- ¿Qué tal el nuevo programa de imagen? - Le pregunté a mi ahijado.

- Funciona bien, a tus estilistas les gustó mucho.

- Entonces ve de compras con Bree esta tarde.

- ¿Para qué? - preguntó.

- ¿A qué te refieres con para qué? Has perdido otros siete kilos, tu ropa ya te cuelga desagradablemente. Tienes que comprar otra cosa. Bree es una excelente especialista y escogerá rápidamente todo lo que necesites. En mi oficina todo el mundo tiene que tener aspecto al cien por cien.

- Bueno, iré, pero después del entrenamiento, - respondió sin mucho entusiasmo.

- Por cierto, ¿Kurt aumentó la carga de ejercicios? - pregunté.

A Leo le gustaba el nuevo entrenador, pero Enzo era más cercano para él. Esto era comprensible, él fue el primero en mostrarle de lo que era capaz su cuerpo. Kurt, tal vez porque trabajaba para mí y sabía que Leo era mi sobrino, no lo obligó a sudar como un caballo, y esto era exactamente a lo que estaba acostumbrado. Yo no quería reducir la carga de ejercicios, que estableció Enzo, por eso tuve que ir y hablar con Kurt.

- Sí, ahora no me cuida como a una niña, - sonrió Leo.

- Está bien, - dije, y nos fuimos al trabajo. – Entonces, aviso a Bree, que te iba a buscar al gimnasio.

Bree, como dije, era un "diamante" en mi empresa. Tenía treinta y seis años, pero no los aparentaba y, junto a leo, parecía más a su novia. Ella no era una belleza estándar, pero podía enfatizar sus puntos fuertes y ocultar sus defectos. Pero lo más atractivo de ella era su carácter. Era fácil de comunicar, enseguida aprendía como hablar con una persona y como convencerla de sus ideas. Ella nunca se molestaba y no discutía, si algo no funcionaba en una comunicación, inventaba completamente diferente, reconstruía su propuesta, sin cambiar el concepto y lograba su objetivo. Bree trabajó para mí durante últimos cinco años y nunca escuché una sola queja de nadie sobre su trabajo o el trato.

Pero con su vida personal, sin embargo, tuvo mala suerte, como muchos. Salió durante diez años con un actor, que se imaginaba a sí mismo como una estrella. Ella se enamoró de él como una gata, pero nada funcionó. Su amor por el cine era más fuerte, que su amor por Bree. La mala suerte de Bree tenía una semejanza entre mi amor por Antonio y el suyo por ese actor, por eso me alegré mucho, cuando ella por fin lo dejo. Luego conoció a un buen chico de Pensilvania a través de Internet, pero la distancia había arruinado su relación. Así que el corazón de nuestro "diamante" estaba libre. Cuando le pedí que fuera de compras con mi ahijado, ni siquiera podía imaginar cómo terminaría todo.

Cuando aún estuvimos en Italia, tuve conversaciones con leo sobre el tema de la educación sexual, le expliqué todo con imágenes y fragmentos de películas porno. Parecía entenderlo todo, pero no tenía una ocasión adecuada para probar los conocimientos teóricos en la práctica. Marchamos urgentemente a Estados Unidos. Me sentía un poco culpable que, por mí él no tuve oportunidad de conquistar su “Princesa”. Aunque esperaba, que él podría hacerlo, cuando vuelva.

Cuando regresé a casa por la noche, no encontré a mi ahijado. Primero marqué su teléfono, él no respondió, luego llamé a Bree.

- Bree, cariño, ¿has decidido comprar todo Rodeo Drive? - Le pregunté de broma.

- No, Eli, ya lo compramos todo, - respondió ella y comprendí por su voz quejumbrosa lo que estaba haciendo en este momento.

- ¿Está Leo contigo? - Le pregunté ahora seriamente, temiendo escuchar la respuesta.




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