Sé que es mejor para ti.

Capítulo 67. La llegada de Carmona. Leonardo.

Cuando faltaban dos semanas para la operación programada, convencí a Elvira para que se mudara a Los Ángeles conmigo, porque María pidió unas vacaciones por problemas familiares, y era imposible dejar Elvira sola, igual como buscar una nueva asistenta. Ya había trasladado algunas de sus cosas, que le podrían necesitar en próximos meces, solo quedaba la ropa, en su mayoría, del niño. Quedamos en que ella misma los empacaría y yo vendría a buscarla por la tarde.

Ya estaba caminando hacia el estacionamiento para tomar el auto de Elvira e ir a Sun Beach, cuando de repente vi un taxi, que entraba en nuestro complejo residencial. El coche paró y de allí salieron Carmona y Fabiola. A él lo estaba esperando, pero ella no. De vuelta de Italia, cuando descubrí que ella estaba en Nueva York, quise ir allí, pero cambié de opinión. No por miedo, sino porque decidí tratar los problemas y sentimientos en una escala de importancia. Ahora en primer lugar para mí estaba mi madrina y su hijo. Tenía que cuidar su tranquilidad y no lidiar con mis incomprensibles sentimientos por Fabiola. Para ser honesto, no estaba absolutamente preparado para verla aquí y en un momento más inoportuno.

Carmona me vio y se acercó.

- Hola, ¿eres sobrino de Elvira?

- Sí.

- ¿Ella está en casa?

- Sí, pero no aquí.

- ¿Dónde está ella? - Noté que él estaba muy impaciente y nervioso, pero trató de contenerse.

"En este estado, no se le debería permitir acercarse a ella en absoluto", - pensé.

- ¿Qué quieres de ella? - le pregunté con un desafío.

- Este es nuestro asunto privado. Necesito hablar con ella, solo por esto crucé el charco, - dijo, calmándose un poco.

- Si no lo sabes, ella está embarazada, y como médico, debes saber que no se recomienda preocupar a las mujeres en su estado.

- Sé que está embarazada. Pero tenemos que hablar, porque este bebé también es mi hijo. - dijo.

“Entonces, Calabrés le contó todo,” – pensé y le dije:

- Está bien, vamos juntos. Ya estaba planeando trasladarla hoy por aquí. Está en una casa en Sun Beach.

Yo estuve de acuerdo, porque esto era lo que quería. Deberían hablar y decidir todo entre ellos, pero solo con mi participación directa, porque quién sabe cómo reaccionará ella y qué le dirá Davide.

- No. Necesito hablar con ella a solas. No te preocupes, no soy su enemigo y me preocupa bienestar de mi hijo. - dijo con calma. - Dime su dirección, tomaré un taxi y la traeré yo mismo.

Lo miré detenidamente, evaluando los riesgos de enviarlo solo a Elvira.

-Mi padre nunca le haría daño, especialmente en su condición. Simplemente hablarán y decidirán qué hacer en esta situación. - Dijo Fabi de repente y volví a escuchar su voz, como entonces en la academia, cuando se inclinó sobre mí.

Durante toda nuestra conversación, Fabi estaba detrás de su padre y no interfirió, solo me miró con sus ojos abiertos, como si hubiera visto un fantasma. Su voz cantó en mi cabeza como un ruiseñor y de repente sentí como punzaba agudamente en algún lugar del pecho, me di cuenta de que estaba aún más molesta que su padre. Pero me pareció que su indignación se dirigía precisamente a mí, y no a mi madrina.

- Bueno. Pero si la ofendes de alguna manera, te mataré, - le advertí y le di la dirección de Elvira.

- Nunca me escondí, - dijo, y agregó, - ¿Puedo dejar a mi hija contigo?

- Puedes. - Respondí mecánicamente, sin pensar siquiera que Fabi se quedaría sola conmigo.

Carmona sacó una maleta del maletero del taxi, le dio la dirección al conductor y marchó. Miré al taxi que partía, pensando: "¿He cometido el mayor error ahora? ¿Quién sabe cómo se tomará Elvira esta visita inesperada?"

- Mi nombre es Fabiola. - Volví a escuchar su voz, lo que me trajo de regreso a mi lugar. - ¿Y tú?

- Me llamo Leonardo.

Aquella, que me parecía un sueño inalcanzable, aquella del que tenía celos y enloquecía de deseo solo besarla, aquella por la que decidí cambiarme por completo, ahora estaba parada frente a mí. No sentía nada, absolutamente nada por ella. Como si no fuera mi "Princesa Leia", sino otra chica completamente desconocida para mí, que me miraba con evidente cautela.

- Vamos a casa. - Dije, tomando su maleta.

Subimos al apartamento, le ofrecí café o té, pero ella se negó y pidió permiso para ducharse.

- Oh, por supuesto. Te traeré una toalla. - Respondí.

Poco a poco, mi estupor por una visita tan inesperada comenzó a pasar. Mientras Fabi estaba en la ducha, fui a la cocina y preparé café. De repente la mesa se movió levemente, el café se derramó, escuché el sonido de objetos cayendo en el baño y el grito de una niña. Corrí hacia ella.

Durante mis ocho meses en Los Ángeles me acostumbré un poco a los terremotos, o más bien a las pequeñas réplicas, y también a los simulacros, pero la primera vez, que pasó, me asusté bastante. Estaba con los muchachos en uno de los bares deportivos, viendo el partido de los Lakers y los Chicago Bulls. De repente, el mesero que nos traía las bebidas se tambaleó y dejó caer la bandeja, los vasos volaron y se rompieron con un ruido, y la silla debajo de mí se movió hacia un lado. Las copias de las Copas ganadas por Lakers y recuerdos comenzaron a caer de los estantes en la pared.

-Metete debajo de la mesa, Leo, ¿por qué estás sentado como un ídolo? - me gritó Rick.

Entonces recuperé el sentido y me arrastré debajo de una mesa libre, cubriéndome la cabeza con las manos. En ese momento, miré al mesero, quien se arrastró de regreso al mostrador. Sostuvo su mano izquierda con su mano derecha, la sangre fluyó de ella.

- ¿Qué es? - sin entender nada, le grité a Rick.

- Esto, amigo mío, es California. Tranquilo, pronto terminará. - Trató de calmarme.

- ¿Qué pasa con el camarero? Está herido.

- No hay problema, ya veremos más tarde.




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