Secbra

Capítulo 3

Un mensaje de Sooz la despertó horas más tarde, instándola a acudir a su habitación para la excursión que le había prometido el día anterior.

Cuando diez minutos más tarde Ash emergió del cuarto, sintiéndose como un flan a punto de despedazarse, se encontró con una chica cuyo aspecto le hizo aminorar el paso.

La joven permanecía estática frente a la puerta de una de las habitaciones. Le dio la impresión de que llevaba bastante tiempo allí, como si su mente hubiera abandonado su cuerpo.

Parecía un poco más mayor que Ash, pero no tanto como su hermana. Era alta y con una complexión atlética. Llevaba un top blanco y unos pantalones anchos y piratas que le añadían a su fuerte estructura la impresión de agilidad. A pesar del agotamiento que mostraba, y las ojeras que le daban un aspecto enfermizo, su rostro era perfecto. Labios llenos y bien formados, ojos verdes rodeados de espesas pestañas negras, y una nariz ancha, aunque un poco achatada; quizá el único rasgo imperfecto, pero que no lograba mermar su belleza. Sin embargo, lo que más la fascinó fue que tenía la piel morena más bonita que vio nunca. Su pelo negro y brillante estaba recogido en una coleta.

Después de examinarla, Ash miró su propio reflejo en el espejo de la habitación. Pequeña y delicada como una niña de doce años, tan pálida y pelirroja que se preguntó qué clase de broma cósmica había repartido los rasgos físicos de ambas.

—¿Qué hay? —le sonrió, preguntándose si había escogido las palabras adecuadas, dadas las circunstancias.

La chica no reaccionó.

Ash, dubitativa, hizo el ademán de seguir su camino, pero se detuvo de inmediato. Había sangre seca en su frente y gotas de esta en su camiseta. Pero antes de que pudiera preguntarle si se encontraba bien, la chica se dobló sobre sí misma y vomitó.

Ash miró a su alrededor en busca de ayuda y la calle estaba desierta. Quizá era demasiado temprano para que un domingo los estudiantes se hubieran levantado.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, aun cuando era obvio que no lo estaba.

—Sí, solo estaba vomitando mi desayuno —su gesto se torció en una mueca irónica mientras intentaba incorporarse—. Una mañana normal, como cualquier otra.

—¿Necesitas que llame a alguien? —continuó Ash, sin saber cómo interpretar aquella respuesta.

La chica comenzó a reír de forma patética. Se le habían formado lágrimas en los ojos y parecía desesperada.

—¿Avisar a alguien? —repitió como si le pareciera lo más gracioso, y a la vez lo más triste que hubiera oído jamás.

Justo cuando Ash había perdido la esperanza en la salud mental de la joven, esta pareció forzarse a sí misma a recomponerse y dijo:

—Soy Driamma Sandoval.

—Yo me llamo Ash —le contestó, dudosa.

Driamma la miró de arriba abajo.

—¿Y tú qué has hecho para que te pongan el aparato de control mental? —preguntó con curiosidad.

—¿Cómo dices? —inquirió con cautela, sin saber muy bien si se estaba burlando de ella.

Sin embargo, la sangre seca que asomaba por debajo de su secbra la hizo reconsiderarlo.

—¿Te lo acaban de poner?

Driamma se acercó al espejo de la fachada de la habitación para examinarse la frente. Parecía ser la primera vez que veía su secbra. Porque lo observaba con detenimiento. Tanto el botón de su frente como el cable que lo unía al pequeño interruptor de la sien eran de color plata, aunque tenía pequeñas motas de sangre. Probablemente la sangre de Driamma.

—¿Cuánto hace que te lo pusieron a ti? —preguntó, observando la frente de Ash—. Tiene mucho mejor aspecto que el mío.

—Cuando tenía trece años.

—¿Incluso antes de evacuar la Tierra?

A pesar de su escasa experiencia con gente de la edad de Driamma, logró reconocer la incredulidad en la chica.

—Dejé la Tierra cuando tenía un año —explicó con paciencia—. Y he vivido en el espacio desde entonces.

Como había esperado, la muchacha abrió la boca y la miró como si fuera un marciano.

—¿En serio? —preguntó—. Entonces… ¿Por qué te pusieron el aparato de control mental a los trece?

—¿Aparato de control mental? ¿Te refieres a mi secbra? —se tocó el dispositivo de la frente para enfatizar a lo que se estaba refiriendo, y evitar que la conversación se tornara aún más extraña.

Driamma la contempló con expresión vacía y ella decidió explicárselo.

—El secbra es un second brain, un ordenador personal conectado directamente con tu cerebro. No es un dispositivo de control mental, es un moderno artefacto para tu disfrute personal.

—Pero no dejo de recibir flashes e imágenes que no sé de dónde vienen —protestó Driamma, aún escéptica.

—Probablemente lo tengas abierto a información exterior. No te preocupes, aprenderás a usarlo y una vez que lo hagas, te preguntarás cómo pudiste vivir sin él. Además, puedo enseñarte a usarlo —ofreció Ash, contenta por pasar de ser la nueva asustada que no entendía nada a la experta en algo. A fin de cuentas, quizá no hubiera empezado con tan mal pie.

Fantaseaba con esa idea cuando Driamma, soltando un quejido, se agarró la cabeza con ambas manos.

—Quiero que pare —gritó—. No me gusta.

Ash se acercó a ella y depositó su mano sobre el antebrazo de la chica.

—Solo tienes que apagarlo. Es muy fácil.

La chica no le contestó, sino que siguió gimiendo y pidiéndole ayuda. Ash no vio otra alternativa que entrar en su secbra y apagarlo.

En el mismo instante en que lo desconectó, Driamma dejó de quejarse y se irguió con expresión de dolor.

—Lo has apagado tú, ¿verdad?

Ash se planteó la posibilidad de mentir, pero de poco serviría; ella estaba totalmente convencida.

—Gracias, me has salvado —dijo, abrazándola.

—Por favor, no lo comentes con nadie. Me meterías en un lío. Lo he hecho para ayudarte, pero es ilegal colarte en el secbra de otra persona —le pidió—. Tengo que irme, me esperan. Nos vemos por ahí.



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En el texto hay: distopia, amor, aventuras

Editado: 24.04.2020

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