Secbra - Desterrados 1 -

Prólogo

A millones de kilómetros de la Tierra, rodeada de brillantes cuerpos celestes, se encontraba la estación espacial de Noé. Un lugar construido para albergar vida de la misma forma que en el Planeta Tierra.

Ash miró la formidable construcción a través del grueso cristal de su nave espacial. Los arcos blancos del casco exterior no le permitían ver nada más.

—¿Nerviosa? —le preguntó su hermana mientras esperaban la autorización para entrar en Noé.

—No sabría decirte —contestó Ash, tamborileando en los mandos de la nave rítmicamente. Kara depositó su mirada sobre sus pálidas manos y sonrió.

Ash se detuvo al instante.

—No te entiendo. Has pilotado esta nave desde Pentace hasta aquí. ¿Y te asusta conocer a un grupo de muchacho.

No le asustaba, le aterraba. Conducir esa nave era fácil. Había aprendido a navegar con catorce años. Pero Ash no tenía ni idea de cómo iba a hacer para enfrentarse a lo que la esperaba en la Academia de Noé. Había crecido en Pentace: una base espacial militar en la que solo había soldados y políticos. Por esa razón no había niños ni adolescentes aparte de ella y su hermana, que habían ido a vivir allí con sus padres cuando Ash solo tenía un año. Ahora que había cumplido los dieciséis, la mandaban a Noé, a una academia de portentos informáticos para que aprendiera a relacionarse con gente de su edad.

Era un poco tarde para eso, pensó sintiendo cómo los nervios le recorrían el cuerpo con un punzante cosquilleo.

Durante las últimas dos semanas antes de ir a Noé, se había dedicado a ver películas de institutos y adolescentes para poder documentarse y tener una pista de cómo iba a ser la experiencia. Pero las películas no habían hecho más que empeorar sus miedos. Al parecer, la gente de su edad era cruel y elitista. Y allí estaba ella, una friki informática, sin belleza exterior y con conocimientos nulos de cómo comportarse en sociedad. Se la iban a comer con patatas.

Su nave estaba atracada en uno de los puertos de la aduana de Noé, donde todas las naves que llegaban del exterior eran examinadas.

Dos oficiales entraron en la nave para revisarla y Kara les informó de sus nombres completos para que pudieran comprobar sus identidades.

Tras la inspección, Ash puso la nave en marcha y los oficiales abrieron las compuertas que daban acceso al casco exterior de Noé. La imagen que recibieron a través de la enorme pantalla de la nave las dejó mudas de asombro.

Noé era una gigantesca plataforma espacial. Tan grande que solo alcanzaban a ver una pequeña parte de esta. Era totalmente blanca con forma rectangular en la base, pero por arriba una cúpula gigantesca desprendía una luz brillantísima, muy similar a la del mismo sol. Era una auténtica ciudad en el espacio.

 —No puedo creer que hayamos esperado tanto tiempo para ver esto —dijo Kara, extasiada.

Su hermana era diez años mayor que ella y había vivido su infancia en la Tierra, por lo que había visto muchas cosas. Pero Ash se había criado en Pentace y no tenía recuerdos de la Tierra. Pentace, con sus luces de recreación solar tan ridículas, y su sobriedad militar era todo lo que conocía.

Las puertas del casco se abrieron, y lo primero que se veía al entrar era un pasillo ancho que hacía las veces de pista de aterrizaje. Ambos lados de la pista se utilizaban de aparcamiento, donde había varias mini-naves atracadas.

La nave de Ash, una interespacial, era el doble de grande que las demás, lo que atrajo muchas miradas curiosas. Todos allí sabían que ese tipo de nave pertenecía al Gobierno y que estaba diseñada para recorrer largas distancias.

A Ash no le gustaba nada ser el centro de atención. Sabía que aquel viaje no era una buena idea. Acababa de llegar a Noé y ya estaba sintiéndose como un mono de feria.

Continuaron su avance hacia el otro extremo de la galería. La estación estaba llena de gente. A ambos lados de la pista se extendía un raudal de expositores con comida y todo tipo de cosas necesarias para viajar. Cuando los expositores terminaban, había una especie de capsula acoplada a la pared de la galería con dos filas de asientos. Letras luminosas se desprendían en el aire delante de la cápsula con el nombre de los destinos. Una voz femenina y suave anunciaba la salida de la siguiente cápsula en tres minutos.

 —Antes de coger el Áncora necesito ir al servicio —anunció Kara, mirando a su alrededor.

Ash asintió, distraída con la excitación que recorría su cuerpo. Observaba su entorno con un hambre de novedades que acababa de despertarse en su interior.

Vio a un niño de tres años a unos dos metros de ella. Era el primer niño aparte de su propia imagen en el espejo que había visto jamás. Veinticinco años era la edad mínima que se le requería a un soldado destinado en Pentace. El niño le devolvió la mirada y comenzó a sonreír. Ash no pudo evitar sonreír con él, y el padre que lo acompañaba pareció divertido con el flechazo de su hijo.

—Ahí está. ¡Ash!




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