Secret Santa

Capítulo 3

Era mitad de semana y me encontraba tan cansada que solo quería llegar a mi departamento para caer en mi cama y dormir toda una vida. Los pies me mataban y apenas podía caminar con normalidad sin hacer una mueca, usar tacones no era algo que me gustara, pero tenía que hacerlo porque era parte del uniforme de la empresa donde trabajaba. Pasé mis manos por mis muslos revestidos en tela y alcé mi cabeza para ver los números pasar en la pantalla en la parte superior del ascensor.

Palmeé con delicadeza mi muslo derecho al ritmo de «Jingle Bell Rock» de Bobby Helms y reí al recordarme la escena de baile en Mean Girls, una película de hace veinte años atrás que volvió a catapultar esta canción. Agité un poco mis caderas y mi risa se hizo más fuerte, haciendo que mis músculos se relajaran y el estrés junto con el cansancio del día desaparecieran de mi cuerpo. La música navideña siempre me transportaba a momentos de felicidad en mi vida, así que escuchar esa canción en particular me hacía querer imitar el baile de dicha película.

Me había detenido en un supermercado para comprarle una caja de chocolates Noggy para regalarle a Liam, pues quería endulzar un poco su día. Llevaba varios días sin verlo y eso me ponía nerviosa porque no sabía si estaba recibiendo mis detalles o si alguien más, se los estaba llevando. «Nah», dijo mi mente. «Nunca antes han tenido problemas de robos, Mina». Bufé ante lo que decía mi mente, pues tenía razón, pero nunca estaba de más ser precavida con todo.

Las puertas del ascensor se abrieron ante mí y salí de la caja metálica con parsimonia, mientras arrastraba mis adoloridos pies. Necesitaba con urgencia llevar otro tipo de calzado a la oficina, aunque sea para cambiarme los tacones entre caminatas o reuniones. Me detuve frente a la puerta de mi vecino y me acuclillé para dejarle su regalo del día. Me detenía después del trabajo en el supermercado o en alguna tienda de obsequios para buscar que regalarle. Seguía buscando que obsequiarle el día de la revelación, lo que me ponía demasiado ansiosa porque deseaba que fuera algo que le gustara y que le sacara mucho provecho.

Me erguí y giré para andar hacia la puerta de mi habitación. Mi mente estaba llena de temas del trabajo que ni me percaté de que no había recibido mi regalo diario, un hecho que no me molestaba, pero que sí se me hacía muy extraño porque de alguna extraña manera, cada día esperaba ver que regalo ortodoxo estaba por recibir. Suspiré del cansancio e inserté la llave en la cerradura para hacerla girar y agarrar la manija, empujé la madera hacia adelante e ingresé a mi hogar.

Cerré la puerta detrás de mí y caminé hacia la mesita de café para ubicar en ella mi bolso y las llaves del departamento. Di vuelta para andar hacia mi habitación, en donde me cambié de ropa con presteza porque me moría de hambre y quería preparar algo para cenar. No era la mejor cocinera del mundo, pero podía defenderme y en ese momento solo quería algo que apaciguara el sonido de mi estómago.

Escuché golpes en la puerta principal y fruncí el ceño, pues no esperaba ninguna visita. Por lo tanto, terminé de ubicarme mi sudadera antes de correr hacia la madera y mirar por la mirilla. Mi corazón cayó al suelo cuando vi los ojos rojos de Amber, los cuales me decían que algo había sucedido en su departamento y necesitaba un lugar en donde esconderse hasta que las cosas se calmaran en su casa. Agarré la manija, saqué el pestillo de la puerta y la atraje hacia mí para recibir a mi vecina.

―¿Estás bien, Amber? ―indagué con preocupación.

―¿Puedo pasar? ―cuestionó con un hilo de voz.

―Por supuesto ―asentí, haciéndome a un lado para que ingresar a mi departamento―. ¿Ya cenaste?

―No ―suspiró―. Tampoco tengo hambre.

―Eh, está bien ―balbuceé.

Observé como Amber caminaba hacia el sofá para sentarse con las piernas alzadas, las mismas que abrazó con fuerza mientras miraba un punto en la pared frente a ella. Mi departamento no tenía ni un adorno navideño, así que podía sentirse un poco frío y desolado. Exhalé con fuerza, cerrando la puerta para caminar hacia la cocina, me acerqué al refrigerador para sacar carne de hamburguesa para hacer unas hamburguesas caseras con papas fritas. Mi plan idea era preparar algo más sano, pero sentía que Amber agradecería la comida chatarra.

»¿Quieres un poco de helado de chocolate?

―Gracias, Mina ―suspiró.

―Saliendo una orden de helado de chocolate para la señorita Amber ―declaré, haciéndola reír.

Sonreí al escucharla y abrí el congelador para sacar el bote de helado, el mismo que estaba a punto de terminar. «Anotar helado en la lista del supermercado», pensé. Serví el postre en una copa de helado que poseía para brindarles un poco de azúcar a mis visitas. Busqué una cucharilla y la ubiqué dentro de la copa antes de andar hacia a donde se encontraba Amber. Me rompía el corazón verla de esa forma, pues ella era una joven risueña, alegre y con una gran personalidad. No obstante, su progenitor sabía como romperla y eso me enfurecía.

No sabía todo el contexto de lo que sucedía en su hogar, pero los gritos te daban una idea junto con los moretones que aparecían en la piel de su madre. «¿Por qué sigue ahí?», me pregunté. Sin embargo, no sabía todos los detalles y prefería ayudar a Amber en lo que pudiera. Ella podía venir a mi departamento cuando quisiera porque me imaginaba que se sentía segura dentro de mis cuatro paredes. Me detuve frente a ella para ofrecerle la copa con el helado de chocolate.




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