Me desperté cuando el olor del tocino llegó a mis fosas nasales. Abrí lentamente mis ojos y parpadeé varias veces sin entender donde me encontraba, pues el techo que observaba no era el de mi habitación. Sacudí mi cabeza cuando me acordé de que había dormido en el sofá porque Amber estaba en mi cama. Me erguí en una posición sentada y fruncí el ceño cuando vi la espalda de mi joven vecina, quien se encontraba en mi cocina preparando el desayuno para ambas.
No esperaba ese detalle de parte de ella, pero se lo agradecía en demasía que lo hiciera. Busqué mi teléfono debajo de mi almohada para mirar la hora y bufé cuando me percaté de que eran las ocho de la mañana. Había dormido alrededor de unas seis horas y me moría del sueño, quería seguir durmiendo, pero tenía que aprovecharla el día para realizar la compra del regalo final del Secret Santa y unas cosas que faltaban en el departamento.
Coloqué mis pies en el piso de madera y siseé ante el frío que sentí. Me calcé mis pantuflas de gatito antes de erguirme del sofá y me estiré en puntillas de pies para sacarme la pereza que habitaba en mi cuerpo. Moví mi cuello de un lado al otro para que tronara, ya que dormir en el sofá no era lo más cómodo que existía, pero prefería que ella tuviera una noche de sueño reparador porque después de todo lo sucedido, era lo mínimo que necesitaba.
Giré mi cuerpo hacia la izquierda para caminar con parsimonia a la cocina. El olor a tocino siempre provocaba que me diera hambre y mi estómago sonó ruidosamente, haciendo que me sonrojara de la vergüenza, aunque era la única que podía escucharlo. Carraspeé para llamar la atención de Amber, quien me miró por encima del hombro y sonrió ampliamente, hizo un ademán con su mano para que me sentara en una de las sillas altas de la barra del desayunador que era parte de la cocina.
―Buenos días, Mina ―declaró.
―Buenos días, Amber. ―Bostecé―. ¿Dormiste bien?
―Sí ―respondió, dirigiendo la mirada al frente para continuar con su labor―. ¿Y tú?
―Dormí bien ―mentí―. No tenías que preparar el desayuno, Amber. Yo puedo hacerlo.
―Es mi forma de agradecerte por todo lo que has hecho por mí, Mina ―declaró con un hilo de voz.
―Amber… ―titubeé sin saber que decir.
―Dime que sí te gusta el tocino con huevo revuelto.
―Sí ―reí―. Me gusta el tocino. Gracias, Amber.
―Agradéceme cuando lo comas ―bromeó.
Mi risa continuó ante su declaración, pues tenía razón. Mi móvil vibró en mi mano y lo desbloqueé para revisar la notificación que había recibido. El aparato solo vibraba o sonaba cuando era algo relacionado a las aplicaciones que tenía instalada, ya que no tenía con quien hablar y en el trabajo nos comunicábamos a través de correos electrónicos. Abrí mis ojos en demasía cuando reconocí el número de Liam, ya que antes de acostarme a dormir lo había visto por tanto tiempo que casi me lo sabía de memoria. «¿Sucedió algo?», me pregunté y mi corazón se detuvo en medio de un latido. Ingresé a la aplicación de mensajería instantánea para leer su mensaje.
Liam: Buenos días, Mina.
¿Dormiste bien?
Yo: Hola, Liam.
Dormí bien. ¿Y tú?
Liam: Bien, Mina.
Solo te escribía para saber cómo seguías y como está Amber.
Yo: Ambas estamos bien, Liam.
Liam: Si necesitan algo, estaré en mi departamento todo el día.
Yo: Gracias, Liam.
Lo tendré en cuenta.
Realmente agradecía de que se preocupara por mí y por Amber, pues era de conocimiento público lo que sucedía en su departamento, aunque no se conociera todos los detalles exactos de lo que vivía la joven. Mi corazón empezó a latir con normalidad en el centro de mi pecho y decidí guardar su número en mis contactos, ya que no estaba de más tenerlo registrado en el caso de que necesitara que me ayudara en algo. O solo por tenerlo ahí, sabiendo que podía escribirle en cualquier momento. «Te gusta Liam», murmuró mi mente. «Y no lo niegues». No podía negar algo que ni sabía, pues lo único que conocía era que mi corazón latía con brío cuando lo tenía cerca y mi lengua se sentía pesada en mi boca, y ni que hablar de las mariposas que aleteaban desesperadamente en mi estómago.
»¿Tienes planes para el día de hoy? ―preguntó Amber, sacándome de la burbujita de pensamiento en la cual me encontraba.
―Eh, sí ―balbuceé―. Tengo que ir a comprar el regalo a mi Secret Santa y los ingredientes para lo que voy a llevar a la cena.
―¿Vas a ir al centro comercial?
―Sí ―asentí―. Siento que tengo más posibilidades de encontrar lo que buscó en el centro comercial que en una tienda específica.
―¿Puedo ir contigo? ―Amber dio la vuelta para ubicar el plato con mi desayuno frente a mí―. ¿Tomas café o algún té?
―Creo que hay jugo de naranja en la refrigeradora ―comenté―. Sí, puedes venir conmigo, Amber.
―Gracias ―suspiró―. También tengo que comprar el regalo y algunas cosas que necesito para hacer un postre para la cena.