Tres de Junio.
El inicio.
Un fuerte dolor recorre mi brazo, un sudor frío corre por mi frente... Aguanto las ganas de gritar, de romper algo, de hacerle daño a la persona que tengo en frente.La máquina de tatuaje se mueve en mi pequeño y delgado ante brazo, trazando finas líneas que van dibujando una pequeña margarita en el.
Escape de clases para la última hora con Camille y Elissa, para mi cita en la tienda de tatuajes. Tuve que conseguir una identificación falsa, no podría haber esperado hasta cumplir la edad requerida para hacerme el tatuaje que deseo.
Intento pensar en otra cosa, observo el local detenidamente. Todo es gris, con posters en las paredes, algunos son de grupos musicales, otros de dibujos hechos a mano.
El dolor se va haciendo menos intenso hasta que ya no se escucha el zumbido de la máquina.
—Puedes ver tu brazo. —La chica tatuadora de cabello verde y rapado a un lado lo examina —. Es uno de mis mejores trabajos.
Paseo mis ojos por el tatuaje. Líneas finas y delicadas forman una hermosa margarita. Doy saltos de emoción en la silla, me parece precioso. Es todo lo que quería que fuera.
—Es... —Sonrío hacia la chica y a mis amigas—. Por Dios... ¡Me encanta! Muchas gracias.
Caminamos al otro lado del local pasando unas cuantas sillas con mesas donde hay otros clientes siendo tatuados. Mi tatuadora se coloca detrás de una caja registradora y mientras le entregó el dinero me da indicaciones.
—No podrás ir a la playa, ni a la piscina por unas semanas, deberás ponerle crema hidratante y un papel plástico envoltorio limpio para cuidarlo, ¿Alguna duda?
—No.
Salimos del establecimiento. Ya afuera mi amiga me habla:
—Quedo muy bien... ¿Valió la pena el dolor? —Camille sonríe a mi lado.
—Sí. —Observo el dibujo en mi brazo encantada—. Es hermoso.
—¿Por qué una margarita?
Elissa abre la puerta de su auto y entra.
Yo abro la otra puerta. Empujo el asiento del copiloto hacia el frente para poder sentarme en la parte de atrás. El auto es uno pequeño, morado, de dos puertas. Me ubico en el medio de los asientos negros, mientras Camille se sienta en frente, ella siempre obtiene el mejor asiento.
—La margarita es mi flor favorita, significa esperanza.
Sonrió levemente por el recuerdo de mi abuela leyendome historias, contándome cómo había sueños que significaban cosas, otros que te llevaban a otros mundos... Desde que murió uno de mis sueños más recurrentes es ella entregándome una margarita. Pero estas son cosas que no quiero compartir con nadie, deseo que el verdadero significado sea solo mío.
Camille toma un CD de la guantera y lo pone en el reproductor del auto. Si mi madre se entera que no entré a clases por ir a hacerme un tatuaje con las chicas, me castigaría.
—¿A dónde vamos? —Elissa, la pésima conductora desvía la vista del camino y me observa.
—¡Pon la vista en la carretera!
El grito de dos chicas se escucha en todo el auto. A regañadientes mira al frente.
—Ya oí, ya oí. No hace falta que griten, sé manejar ¿Sí? —Suelta un bufido.
—Vamos por unas malteadas, escuche que irán chicos de la universidad. —Camille se acomoda el cabello se maquilla mientras habla.
—Por mí, cualquier lugar donde mi madre no se entere que no entre a clases, está bien.
Elissa baja la velocidad en frente de la pequeña tienda donde venden malteadas. Por alguna razón hoy tiene más clientes que nunca y todos los lugares al rededor están ocupados. Aparcamos varias cuadras adelante. Bajamos del auto y caminamos hacia la tienda. En mi pecho se instala una sensación de estar siendo observada. Miro a nuestras espaldas pero no hay nadie.
—Chicas ¿No sienten qué alguien nos sigue? —digo, acelerando el paso para no quedarme atrás.
Camille mira atrás.
—No, la verdad no, es que estas paranoica porque tú madre no se entere que nos escapamos, es normal.
Elissa sonríe en la entrada de la pequeña tienda mientras abrimos la puerta, un dulce aroma invade nuestras fosas nasales.
Respiro fuerte.
—Ahh que bien huele. —digo.
Una voz me saca de mis pensamientos y me hace abrir los ojos de nuevo.
—Bienvenidas a la re-inauguración, ¿Desean una mesa?
Un chico alto de más o menos un metro ochenta con ojos... ¿Violetas? Me señala una mesa en una esquina.
Camille la seductora habla por todas.
—¿Eres nuevo? Sí, queremos una mesa y... ¿Tú número quizás? —ronronea picándole un ojo.
El chico nos guía a una mesa libre y me sonríe.
—Les traeré el menú.
Cuando se va por el menú mis amigas estallan en risas.
—Es muy lindo —señala Elissa.
Camille por otro lado:
—Es ardiente... Y será mío ya verán.
—¿Cómo todos los demás? —pregunto y ruedo los ojos.
—Calla, no seas agua fiesta, me gusta divertirme.
El mesonero que a mi parecer no es tan guapo, nos trae los menús y espera nuestra orden.
—Yo quiero una malteada de chocolate, con oreo, lluvia de chocolate y sirup de chocolate. —Le entrego el menú.
Mis amigas me ven asqueadas, no es que no les guste el chocolate, es que les parece excesiva mi manera de consumirlo.
—Te excedes a veces amiga —Camille pide—: A mi me das una de fresas, por favor.
El chico va anotando nuestros pedidos en una pequeña libreta.
Elissa siempre indecisa no deja de cambiar de ideas, lo que hace que el mesonero ruede los ojos más de una vez.
—Quiero una de maní y... No, mejor dame una de frambuesa con chocolate... ¿O mejor sería una de vainilla? —Se da un golpesito en la frente—. ¡Ya sé! Dame una de vainilla con fresa.
El chico se retira y mis amigas, en especial Camille, se vuelven locas.
—¿Es qué no lo ves, Zoey? Esta como para comérselo.
—No lo sé... Me parece un chico normal. —Me encojo de hombros.
El mesonero que a mis amigas les parece más exquisito que las malteadas, llega con nuestros pedidos. Camille escruta muy bien su uniforme buscando su nombre, como no lo consigue así, es un poco menos sutil.