AlINA
La ciudad dormía bajo un velo de bruma.
Desde las torres de cristal, la neblina se filtraba como un suspiro antiguo, recordándonos que todo lo sagrado tenía su precio.
Esa noche no podía dormir.
Algo en el aire me mantenía alerta, una vibración que no pertenecía al mundo natural.
Era el tipo de energía que solo aparecía cuando alguien intentaba abrir las puertas prohibidas.
Me vestí rápido, cubriéndome con una capa oscura, y bajé por las escaleras del templo.
El silencio era tan espeso que podía sentirlo pegado a la piel.
Cuando llegué al corredor de los sellos, lo vi.
Adrián.
De pie frente al altar de los siete símbolos, con la luz azul del poder reflejándose en su rostro.
Sostenía entre las manos el corazón de ónix —la piedra que contenía los secretos más antiguos de nuestra ciudad—.
El fuego místico danzaba alrededor de sus dedos, como si la oscuridad lo reconociera.
—¿Qué estás haciendo? —mi voz sonó más débil de lo que quería.
Él no se volvió.
—Tomando lo que me pertenece —respondió, con una calma imposible.
—Eso no te pertenece, Adrián. Nadie puede tocar los secretos del núcleo. ¡Los guardianes juraron protegerlo!
—Yo también juré, Alina —dijo, girándose hacia mí—, pero los juramentos se rompen cuando descubres que han estado mintiéndote toda la vida.
Sus ojos estaban distintos.
Más oscuros, más profundos.
Como si el poder que absorbía le estuviera reescribiendo el alma.
—¿Mentido sobre qué? —pregunté, avanzando un paso, incapaz de apartar la mirada.
—Sobre el origen del poder.
Sobre quién lo merecía realmente —respondió.
Su voz bajó, casi un susurro—. Ellos te enseñaron a servir. Yo, en cambio, aprendí a sobrevivir.
El aire empezó a arder.
Los sellos del templo temblaron.
El corazón de ónix se iluminó con un resplandor negro que llenó la sala entera.
Por un segundo, vi las sombras moverse, retorcerse, obedecerlo.
—¡Detente, Adrián! Si sigues, el templo se quebrará…
—Ya está quebrado, Alina. Solo que tú aún no lo ves.
Me lancé hacia él, intentando arrebatarle la piedra, pero cuando nuestras manos se rozaron, sentí algo que me partió en dos.
Una corriente de energía, dolor y deseo mezclados, como si nuestras almas se reconocieran a pesar del caos.
Él la soltó.
El corazón cayó al suelo con un sonido seco, y el poder se extinguió como una vela bajo la lluvia.
Adrián me miró, jadeando.
—No entiendes lo que está en juego.
—No. Lo que no entiendo es en qué te estás convirtiendo.
Durante un instante, sus ojos se suavizaron.
Solo un instante.
Luego desapareció entre las sombras, dejando el aire lleno de magia rota y promesas sin cumplir.
Yo me quedé allí, con el corazón latiendo demasiado rápido, sabiendo que lo que había visto cambiaría todo.
Adrián no era solo un hombre más del Consejo.
Era el ladrón de los secretos sagrados.
Y, a pesar de todo, una parte de mí no podía dejar de pensar en él.
Graciasss por leerme 🖤.