Secretos de la Sombra I

ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴄᴜᴀᴛʀᴏ

ALINA
Llovía.
No una lluvia cualquiera, sino una de esas tormentas que parecen limpiar los pecados del mundo… o recordarte los tuyos.
El eco del templo seguía en mi cabeza: los sellos temblando, el poder corrompido, la mirada de Adrián cuando lo vi robar los secretos.
No podía quedarme quieta. No después de lo que presencié.
Caminé hasta las ruinas del antiguo santuario, donde sabía que él se escondería. Allí, donde el poder antiguo aún respiraba entre piedras húmedas y raíces negras.
Y no me equivoqué.
Estaba de pie, de espaldas a mí, bajo el arco derruido, con el cabello mojado y la camisa pegada al cuerpo. En su mano, un fragmento de ónix aún ardía con destellos oscuros.
—No deberías estar aquí, Alina —dijo sin girarse.
—Tú tampoco —respondí, acercándome despacio. El corazón me martillaba, pero no era miedo. Era algo peor.
Cuando por fin se volvió, el fuego que vi en sus ojos no era humano.
Era el reflejo del poder que había robado.
Y aun así, seguía siendo él. El hombre que me había salvado, el que conocía mis silencios, el que había roto cada límite entre nosotros.
—¿Qué planeas hacer con eso? —pregunté, señalando el ónix.
—Liberar lo que el Consejo lleva siglos encadenando.
—¿Incluso si eso destruye la ciudad?
Adrián se rió, sin humor.
—La ciudad ya está podrida. Solo que tú aún no lo ves.
Di un paso hacia él.
—¿Y tú sí? ¿Te crees un dios ahora?
Sus ojos bajaron hasta mis labios, y mi pulso se volvió un tambor.
—No. Pero tú haces que lo olvide.
No supe si quería abofetearlo o besarlo.
El aire entre nosotros estaba tan cargado que apenas podía respirar.
—No puedes seguir por este camino —susurré—. Lo que hiciste en el templo fue una traición.
Él avanzó.
—¿Traición? ¿O libertad?
Sus dedos rozaron mi mejilla, y sentí el calor subir como un relámpago bajo la piel.
Su cercanía me desarmaba, me partía en dos.
—Dime que no me deseas, Alina —murmuró—. Dímelo, y me iré.
Podría haberlo dicho. Podría haberlo hecho. Pero mis labios no obedecieron.
Su mano bajó lentamente por mi cuello, hasta quedar sobre mi pecho, justo donde el corazón golpeaba desesperado.
El contacto fue como un conjuro: peligroso, eléctrico, inevitable.
—Eres el enemigo —logré decir, apenas un susurro.
Adrián me sostuvo la mirada, con un destello que era pura confesión.
—Y aun así, me buscas en la oscuridad.
No me dio tiempo a responder. Sus labios encontraron los míos, y todo lo que éramos —el deseo, el miedo, la culpa— explotó entre nosotros.
Era fuego y sombra.
Era rendirse y resistir al mismo tiempo.
Cuando nos separamos, la lluvia había cesado. Solo quedaba el sonido de nuestras respiraciones.
—Te destruirás —le dije, con la voz temblando.
—Entonces arderemos juntos —susurró él, antes de perderse en la penumbra.
Me quedé sola, con el eco de su voz y el peso del fuego en la piel.
Y supe, con un miedo tan dulce como mortal, que no podría detener lo que habíamos empezado.
Gracias por leerme 🖤.



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En el texto hay: romance, secretos, poderes

Editado: 25.10.2025

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