ALINA
No había dormido.
Cada recuerdo del beso, cada roce de su mano, cada palabra suya me quemaba por dentro.
Y mientras la ciudad dormía bajo un manto de niebla y relámpagos, yo sabía que Adrián estaba en algún lugar… esperando, observando, jugando con cada secreto que aún quedaba por robar.
El Consejo se reunió de nuevo. Esta vez, la tensión era palpable.
—Alina, estamos perdiendo el control —dijo el Gran Maestro—. Hay rastros de magia corrompida y desapariciones que coinciden con tus recientes visitas a los archivos prohibidos.
—No… no he hecho nada —mentí, midiendo cada palabra.
Sabía que mentir era peligroso, pero también sabía que decir la verdad era entregar a Adrián y, con él, la ciudad.
Salí del edificio antes de que pudieran interrogarme más.
La lluvia había cesado, pero la noche estaba cargada de electricidad. Cada farol lanzaba sombras que se retorcían como manos, recordándome que el poder robado no descansaba.
Lo encontré en un callejón apartado, bajo un arco antiguo.
La oscuridad parecía doblarse a su alrededor, como si obedeciera sus pensamientos.
—Alina —dijo, sin moverse, su voz un eco que recorría la piedra—. Ven por mí.
No dudé.
Avancé hacia él, y cuando nos encontramos cara a cara, pude ver la magnitud de lo que había hecho: sus ojos brillaban con la energía de los secretos que había absorbido, y la atmósfera parecía latir a su ritmo.
—Estás jugando con fuego —dije, apenas un susurro.
—Y tú vienes a alimentarlo —respondió él, acercándose.
Su mano se posó sobre mi mejilla, el toque tan cálido que me hizo olvidar todo menos él.
No hubo palabras, solo el roce de nuestros labios.
El beso fue más profundo que el anterior, cargado de tensión y de promesas que no podían cumplirse.
Era deseo y peligro, furia y fascinación, todo en un instante.
Sentí su aliento mezclarse con el mío, su cuerpo presionando contra el mío, y supe que cada segundo lo hacía más poderoso y a mí más vulnerable.
—Si me dejas, no habrá vuelta atrás —susurró entre besos, su voz un hilo de sombra y fuego.
—Lo sé —jadeé, incapaz de resistirlo—. Y aun así… no puedo apartarme.
Nos separamos solo un instante.
Su mirada era un desafío y una promesa: sabía lo que estaba haciendo, sabía que cada encuentro nos acercaba al desastre… y aun así, no se detenía.
—El poder que he tomado no es solo mío —dijo—. También es tuyo, Alina. Cada secreto que guardas dentro, cada recuerdo que recuerdas, me fortalece.
Mi corazón se aceleró, y aunque mi mente gritaba que debía correr, que debía detenerlo, mi cuerpo deseaba lo contrario.
—Entonces… ¿qué somos? —pregunté, con un hilo de voz.
—Somos la oscuridad y la luz que no quieren coexistir, pero que están condenadas a encontrarse —respondió, y antes de que pudiera apartarme, me besó otra vez.
El mundo desapareció.
Solo quedábamos nosotros, envueltos en la ciudad dormida, bajo la sombra de un poder que podía destruirlo todo… o unirnos para siempre.
Graciassss 🖤.