ALINA
Las noches se volvieron más largas desde que comencé a construir el artefacto.
En el sótano de la biblioteca, entre estanterías olvidadas y lámparas de aceite, el aire olía a hierro y ceniza. Cada vez que trazaba una runa, el metal vibraba, como si reconociera mi miedo.
Sabía que lo que hacía era una traición.
Un Guardián nunca debía intentar crear poder. Solo custodiarlo.
Pero si Adrián seguía robando los secretos, alguien tenía que detenerlo.
Mi pulso temblaba cuando la piedra central —una gema transparente que había encontrado en los templos— comenzó a brillar con una luz azulada. Era hermosa… y peligrosa.
La magia no distingue entre intención y deseo. Solo reacciona.
—No deberías tocar eso. —Su voz cortó el silencio.
Giré tan rápido que la lámpara titiló, proyectando su sombra en la pared.
Adrián estaba allí, apoyado en el marco de la puerta, con el mismo gesto arrogante y esa calma que siempre me desarmaba.
—¿Me seguiste? —pregunté, intentando mantener la voz firme.
—Te observo —dijo, dando un paso hacia mí—. Siempre.
Mi corazón golpeó fuerte, tan alto que temí que lo oyera.
Su mirada cayó sobre el artefacto. Sus labios se curvaron apenas, entre diversión y amenaza.
—Así que tú también juegas con fuego, bibliotecaria.
—Alguien tenía que hacerlo —respondí, sosteniendo su mirada—. Tú lo encendiste.
Adrián se acercó despacio, el aire alrededor de él parecía vibrar con energía. Cuando su mano rozó la mía, una chispa azul escapó del artefacto y el metal ardió, vivo, como si nos reconociera.
—Sabes que esto podría destruirte —murmuró, su voz rozando mi piel—. Pero sigues haciéndolo.
—Quizás ya estoy destruida.
Su respiración chocó con la mía, y el mundo pareció detenerse.
El fuego del artefacto nos envolvía en un resplandor eléctrico, como si nuestras almas se tocaran antes que nuestros cuerpos.
Y entonces… me besó.
Fue un beso cargado de todo lo que no debía existir: culpa, deseo, poder.
Sus manos sostuvieron mi rostro con una ternura que no esperaba de alguien tan despiadado. El artefacto latía con nosotros, como si la magia aprobara nuestra locura.
Cuando se apartó, su frente quedó apoyada contra la mía.
—No sabes lo que estás creando, Alina.
—Tú tampoco sabes lo que despertaste en mí.
Su sonrisa fue un rastro de sombra antes de desaparecer entre la penumbra.
El artefacto siguió brillando, pero su luz ya no me parecía peligrosa.
Solo inevitable.
Graciasss 🖤