ALINA
La ciudad estaba cambiando.
Las calles, normalmente silenciosas por la noche, ahora parecían susurrar secretos que nadie podía descifrar. La corrupción de los secretos robados se sentía en el aire, en cada farol, en cada sombra que se movía por los callejones.
El Consejo me había llamado de nuevo. Esta vez, la presión era insoportable.
—Alina, el caos se extiende. Si no controlamos la situación, perderemos todo —dijo el Gran Maestro—. Tienes que detenerlo.
No pude decir la verdad. No podía admitir que Adrián era la fuerza detrás de todo esto y que yo… yo no quería detenerlo por completo.
Salí del edificio antes de que pudieran interrogarme más. La noche estaba cargada de electricidad, y cada paso me acercaba a él.
Lo encontré bajo un arco antiguo en el barrio olvidado, observando la ciudad con una calma imposible.
—La ciudad te teme —dije, acercándome, tratando de mantener la voz firme—. Esto es demasiado.
—La ciudad está viva —respondió él, girándose hacia mí, con esa mirada que siempre me hacía temblar—. Y tú también.
Sus ojos brillaban con ese fuego oscuro que sabía que podía consumirnos a ambos.
—¡Adrián! —grité—. ¡No puedes seguir así!
Se acercó lentamente, rozando mi hombro con el suyo.
—Y tú… sigues viniendo hacia mí. —Su voz era un susurro, cargada de deseo—. ¿Por qué, Alina?
—Porque… —no terminé la frase. Mi respiración se volvió irregular cuando sus labios encontraron los míos.
El beso fue intenso, urgente, y diferente a los anteriores: había aceptación, entrega y pasión contenida.
El mundo desapareció a nuestro alrededor.
Nos abrazamos con fuerza, y sentí que nuestra energía se entrelazaba, el poder de él y el mío fusionándose, incluso mientras el peligro nos rodeaba.
Cuando nos separamos, jadeando, él sonrió con esa seguridad que me enfurecía y fascinaba a la vez.
—El caos no nos detendrá —dijo, acercándose y rozando mi frente con la suya—. Pero juntos… podríamos controlarlo.
Sabía que tenía razón.
Por primera vez, entendí que la ciudad y nuestro destino estaban ligados, y que para proteger lo que importaba, no podía negar lo que sentía por él.
Mientras la noche avanzaba, su presencia era un fuego que no podía apagar, y el artefacto que había construido seguía brillando tenuemente, como si sintiera nuestra conexión.
La ciudad podía caer, el Consejo podía intentar detenernos… pero en ese momento, lo único real era él, y yo, unidos en un equilibrio peligroso de poder, deseo y destino.
Graciasss 🖤.