Hoy es un día de esos en los que no deseaba nada, donde no soportaba la idea de tener que ir a un cementerio para despedir a Sandro, mí Sandro. Él era el mejor mentor, amigo, consejero que cualquier persona haya podido tener, todas las cosas que hasta ahora sé; a él se las debo. Solo quisiera que volviera a mí, poderle decir que en verdad lo amaba, que los malos ratos que le hice pasar fueron puras bobadas, y que hoy me arrepiento de habérselas hecho.
En verdad deseaba tanto que volviese a mi.
-Vamos Giullet, debes estar presente en la ceremonia, hay que terminar de empacar las pertenencias de Sandro.- Mí mejor amiga, Laika, me sacó de mis pensamientos al llegar a la habitación de él, (lugar donde me encontraba desde tempranas horas de la mañana) para ayudarme a terminar de empacar sus pertenencias para luego deshacernos de ellas. En nuestro aquelarre existía la tradición de quemar las pertenencias de las brujas que fallecían en un plazo de cinco día desde el momento de su deceso, esto permitía que su alma pudiese pasar los portales de la muerte hasta llegar a su lugar final donde allí podrá descansar en paz sin alguna atadura al mundo mortal que pudiese perturbar su descanso.
En este momento para mí se había convertido en una estúpida tradición, quería que no tocarán nada de él, que todo lo que le pertenecía se quedará latente en nuestras vidas, que no existiera oportunidad alguna que pudiera dar cabida al olvido de quien era Sandro, que así siempre sea recordado como lo que siempre fue; un gran hombre, brujo, o amigo, lleno de vida que hacía de todos los problemas una mierda insignificante que te llenarían de alegrías otorgándole el poder para hacer que todo lo que alguna vez te lastime sea desechado sin titubear siquiera una milésima de segundos.
-Podría quedarme aquí una eternidad, a él le gustaba tenerme arreglando todo, nadie lo hacía mejor que yo.- Le dije sentándome a la orilla de la cama sintiendo como mi corazón se comprimía cada vez más por su ausencia. Solo han pasado dos días y ya siento que han sido dos vidas las que han transcurrido desde que se ha marchado.
-Si, lo sé. Eras la preferida, eras el alma de él, ustedes dos se encontraron en el momento justo para hacer que sus vidas pudieran ser reconstruidas. Tal vez se ayudaron mutuamente, pero al final el resultado fue magnífico, estaré eternamente agradecida de que aunque él ya no está te ha dejado a mi lado, como mí gran amiga, y juntas podremos afrontar todo lo que venga.- susurró con una expresión de tristeza que me hizo saber que ella al igual que yo lo extrañaba, tal vez yo haya sido su preferida, pero Laika era una gran bruja, todo lo que hacía llenaba de orgullo a nuestro maestro, Sandro.
-¿Qué pasará con mi entrenamiento?- pregunté para evitar hablar más de lo mismo. Aunque al fin y al cabo toda mi vida giraba a su alrededor desde aquel día lluvioso que me encontró llorando sentada en ese parque.- No hay otro como Sandro en el mundo, él era el gran brujo, si no lo termino no me encontraré en el mural, solo tengo seis meses para terminarlo, Lai, seis.
-Te ayudaré a buscar a alguien para que tu nombre esté en ese mural junto al mío. Ahora terminemos porque debemos ir a la ceremonia.- Me dijo dándome un abrazo para que pudiese sentir que ella también estaba conmigo, Lai nunca me dejaría sola. No quería seguir dándole vueltas al asunto, pero seis meses era muy poco tiempo para buscar otro mentor, en verdad quería y debía terminarlo.
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Unas dos horas más tarde nos dirigimos hacia el cementerio, al llegar pocas personas habían asistido a despedirlo, igual no debería de haber una gran multitud. las mujeres del aquelarre sabíamos que esas que sí habían asistido lo querían de verdad. Las personas que conocían a Sandro fuera de su verdadero yo le odiaban por ser tan auténtico, siempre fiel a quien era, y sobre todo ser lo más sincero del universo. Muchas veces la verdad duele, por eso muchos se alejaron de él.
La tarde estaba gris, podía sentir una tormenta aproximarse, el césped crecía muy rápido cubriendo las tumbas, se podía notar que no lo cuidaban, al igual que la tumba de un tal Diego Gracia que estaba al lado de la que ahora sería la casa del cuerpo de Sandro.
Todos tenían los ojos llorosos, se despedían diciendo las cosas más ciertas que conocieron de él. Yo, sin embargo, de pie al lado del ataúd sin decir palabras me despedí de él. Del hombre que por cuatro años me enseñó todo sobre un mundo al cual no quería pertenecer, pero desde que entré en él no quiero salir.
- Gracias Sandro por enseñarme todo lo que sé. Esto que empezamos lo terminaré y mí nombre estará en ese mural, esta es mí más grande promesa hacía ti mi más hermoso brujo…