La casa donde se hacía la fiesta era una típica construcción londinense, de esas de ladrillos a la vista y ventanas altas con marcos blancos. Desde la vereda ya se escuchaba la música retumbar, mezclada con las risas de los que fumaban en la entrada. Las luces de colores que salían por las ventanas teñían la calle con tonos violeta y azul.
Adentro, el ambiente era cálido y caótico. El living había perdido toda su formalidad y ahora era una pista de baile improvisada. Las paredes estaban decoradas con guirnaldas metálicas y vasos rojos desbordaban de las mesas. Un leve olor a alcohol, perfume caro y algo más que no quise identificar, flotaba en el aire.
No conocía a la mitad de las personas, pero todos parecían actuar como si fueran amigos de toda la vida. Y yo... yo solo trataba de no pensar. Ni en Logan. Ni en Nick.
Solo por esta noche.
—¿Lista? —me pregunta Rita mientras se acomoda el top con una sonrisa cómplice.
—No sé si “lista” es la palabra… —respondo, mirando la casa desde la vereda como si fuera a entrar a una dimensión paralela.
—Bueno, entonces inventátela, porque ya estamos acá —dice, tomándome del brazo y llevándome hacia la puerta sin dejarme protestar.
Apenas entramos, el volumen de la música nos envuelve por completo. Rita se ríe al ver mi cara.
—Ay, por favor, no pongas esa cara de funeral. Vamos a tomar algo —me guiña un ojo—. El alcohol no arregla los dramas, pero los hace más llevaderos.
—Eso suena peligrosamente sabio.
—Lo sé —dice, alzando las cejas—. Soy como tu gurú de la joda. Confía en mí.
Me agarra de la mano y me arrastra entre la gente hasta llegar a la cocina, que parece haberse transformado en un mini bar improvisado.
—¿Qué querés? ¿Algo tranqui o algo que te haga olvidar cómo te llamás?
—Sorprendeme.
—Eso me gusta —sonríe con picardía, y empieza a preparar algo que definitivamente no parece apto para cardíacos.
Mientras la miro mezclar, no puedo evitar sentir una punzada de nervios. Esta noche no iba a ser fácil, pero tener a Rita al lado me daba al menos un poco de aire.
Y si iba a sobrevivir al caos, mejor hacerlo con un vaso en la mano.
Mientras Rita terminaba de servirse algo en uno de los vasos rojos, yo observaba la cantidad de gente que había en el lugar. Todo el living estaba lleno de cuerpos bailando, riendo y gritando sobre la música.
—Bueno, ¿vamos a tomar algo o vas a quedarte ahí toda la noche con cara de funeral? —me dijo Rita, empujándome suavemente con el codo—. Te preparé uno tranqui. Tiene gusto a juguito, pero te pega como tren. Ideal para olvidarse de los ex, de los casi algo y de los que te miran con ojitos lindos.
Solté una risita leve y estiré la mano para agarrar el vaso.
—Gracias… supongo. Pero no me hagas bailar, por favor. No tengo energía para hacer el ridículo hoy.
—Todavía —aclaró ella, alzando una ceja con malicia.
Estaba por responderle cuando, de repente, sentí unos brazos rodearme desde atrás. Me tensé por reflejo, justo antes de escuchar una voz demasiado conocida.
Mi hermana, que parecía estar un poco más alegre de lo usual.
—¡Por fin llegaste! —exclama abrazándome.
Le sonrío, aunque tengo ganas de estrangularla por como me habló antes en llamada.
—Sí, decime un cosita, ¿vos sos estúpida por naturalidad o te haces?
—¿Ahora qué hice? ¡Dios mió, que amargada! —me dice empujándome y pasándome por al lado.
Veo como se va con su séquido de amiguitas y me deja con Rita.
Me trendré que ocupar de eso más tarde. No va a safar tan fácil.
—Ah, parece que alguien no perdió el tiempo…
Escucho que dice Rita a mi costado. Sigo su mirada hasta el sillón donde estaba Nick, sentado en el medio con una porrista rubia de ojos claros sobre su rodilla.
Suspiro. Tenía la cara un poco roja y parecía no estar del todo bien…pero hablar con él en este estado era lo mismo que la nada misma. No me iba a escuchar, y también tenía razones bastantes coherentes para no hacerlo.
Justo cuando estaba por mirar hacia otro lado, Nick alza la vista. Nuestros ojos se cruzan. Por un instante, el mundo entero se queda en pausa. Me sostiene la mirada con una expresión vacía, algo oscura… y entonces, sin romper el contacto visual conmigo, desliza la mano por el cuello de la rubia, la atrae hacia él y la besa.
Un murmullo general se eleva como una ola.
—¿Esa no es su novia?
—¿Terminaron?
—¿La está engañando?
—¡Qué cerdo!
Siento que el calor me sube hasta las mejillas, pero me obligo a mantenerme firme. No iba a darle el gusto de verme afectada. No hoy. No delante de todos.
Justo en ese momento, los primeros acordes de Hurricane de Halsey empiezan a sonar por los parlantes. Como si alguien allá arriba estuviera manejando la banda sonora de mi vida con un retorcido sentido del humor.
—¿Vamos a bailar? —le digo a Rita, con una sonrisa amplia que no se parece en nada a lo que siento por dentro.
—¿Qué? ¿Ahora?
—Ahora —digo, tomándola del brazo con decisión.
Nos abrimos paso entre la multitud y nos metemos en medio de la pista, justo donde los parlantes retumban. Me dejo llevar por el ritmo oscuro y eléctrico de la canción, moviéndome como si no tuviera un solo pensamiento en la cabeza. Como si no estuviera rota por dentro.
Rita me sigue, todavía un poco confundida, pero se adapta rápido.
Me río por algo que dice, aunque no escuché nada. Cierro los ojos, alzo los brazos, dejo que la música me envuelva. Si voy a fingir demencia, voy a hacerlo bien.
Después de todo, nadie necesita saber lo mucho que me está doliendo. Al menos no esta noche.
Después de bailar un rato, Rita me jala del brazo y señala a un grupito que se estaba formando cerca del living. Reconozco algunas caras: varias porristas, un par de jugadores del equipo y algunos colados. Entre risas y gritos, alguien dice algo sobre jugar a verdad o reto y, como si fuera un imán, Rita me arrastra hacia allá.