A veces me gustaría poder pausar el mundo. Solo por un segundo. Para poder pensar antes de reaccionar. Para no tener que sentir todo tan rápido, todo tan fuerte.
Pero el mundo no se detiene.
Y yo tampoco sé cómo hacerlo.
Me desperté rara. Con la cabeza pesada. Con la mente hecha un nudo. Con el cuerpo caliente y frío a la vez. Al principio no reconocí el lugar. No era mi cuarto. No era mi cama. Pero no me asusté.
Habíamos dormido juntos.
Nada pasó. Lo sabía. Pero el simple hecho de estar en su cama ya me dejaba la piel erizada. No por vergüenza. No por culpa. Por lo que significaba. Por lo que yo no quería pensar, o tal vez aceptar.
Pero aunque ese momento ya estaba en el pasado, mis sentimientos seguían presentes, confusos y fuertes.
¿Acaso estoy loca? ¿Acaso me estoy imaginando todo esto?
Si es un sueño no quiero despertar, porque no soportaría vivir todo esto y enterarme que no es real, que todo es mi imaginación.
Pero no puedo evitar sentir todo tan fuerte.
Menos con él parado enfrente mío. Los sentimientos pesan el doble.
—¿Querés que me vaya? —me pregunta.
Y yo lo niego, porque era verdad. No quería que se fuera, pero tampoco quería estar cerca de él.
—Obvio que no —respondo, pero suena tan vacío que me dan ganas de tragarme la frase.
—¿Pasa algo? —insiste.
—Estoy cansada —respondo rápido—. No dormí bien.
Error. Veo cómo baja la mirada. Se acuerda. Yo también. No literalmente. Pero lo suficiente.
—No quise decir eso —me apuro, arrepintiéndome—. Solo estoy cansada. Y me duele la cabeza. No es por vos.
Silencio. Nada. Ni un "ok". Ni una sonrisa. Solo ese Stevan que se cierra cuando no entiende. O cuando entiende demasiado.
—Debería irme…—digo, y empiezo a caminar. Lo único que sé hacer para salir de una situación. Caminar y pensar en que está pasando conmigo.
Pero claro, él no se queda quieto.
—Suz, esperá —dice, siguiéndome.
Y ahí, como un guión torcido, aparece otro personaje.
—¿Susan?
Me freno. Me doy vuelta, y parado se encontraba Nicolás de quinto año. Conocido de vista. De nombre. De algún pasillo. Y, según recuerdo, amigo de Stevan.
—¿Qué hacés acá? —le pregunto, sin ocultar la confusión.
—Te buscaba —dice él, casual, como si no acabara de caer en medio de una bomba a punto de explotar.
A mi lado, Stevan se transforma.
—¿Desde cuándo ustedes son amigos? —dice. No pregunta. Acusa.
—No es lo que pensás —me apresuro a decirle, aunque no tenía razón para hacerlo—. Solo hablamos una vez. Fue cualquier cosa.
—De acuerdo.. me doy cuenta que evidentemente interrumpí algo, nos vemos después —dice Nicolás, incómodo—. Paso más tarde.
—No hace falta —respondo enseguida, sin mirarlo. ¿Tanto se nota que quiero salir de la situación en la que yo misma me metí?
Pero Nicolás me guiña un ojo y se va por donde vino. El silencio vuelve. Pero ya no es el mismo.
Lo miro a Stevan y arranco a caminar. ¿A dónde? Ni idea.
Stevan viene atrás. Puedo escuchar como me llama para que hablemos. ¿Pero qué iba a decirle?
¿La verdad?
—¿Podés frenar un segundo? —dice.
—¿Para qué? —pregunto sin detenerme.
—Para que hablemos. Como dos personas normales y civilizadas.
—No hay nada que hablar, Stevan.
—¿En serio vas a hacer como si nada? ¿Como si lo de anoche no pasó?
Me freno. Lo miro. ¿Acaso escuché bien?
—¿Qué pasó, exactamente?—le pregunto.
Él también se detiene, a unos pasos de mí.
—¿Vos me estás cargando?
—No. Quiero que me lo digas. Así, con palabras. Porque para mí lo de anoche fue... confuso.
—¿Confuso?
—Sí. No sé qué fue. Me desperté en tu cama, no me acordaba cómo llegué ahí, vos dormías al lado mío como si nada, y yo... yo no sé cómo sentirme con eso, —invento una excusa. Mientras no se acuerde del beso en su cuarto, estoy a salvo.
Él respira hondo.
—Te quedaste dormida. Te llevé a la cama. No te iba a dejar en el sillón, después te ibas a levantar toda adolorida…
—Bueno, gracias por ser tan considerado, pero…
—¿Pero qué? ¿Por qué te hace sentir rara?
Trato de inventar algo, cualquier cosa.
—Bueno porque…somos amigos, mejores amigos, y nada.. me pareció raro nada más.
Y entonces él da un paso más. Acorta la distancia.
—¿Amigos?
Asiento, —Sí, amigos. Como siempre lo fuimos.
Otro paso.
—¿Los amigos se acercan de esta manera?
Otro paso más.
—¿Los amigos se miran de la forma en qué me mirás?
Mi cuerpo choca contra el suyo.
—¿Acaso los amigos se besan también?
Silencio.
El mundo se apaga.
Mi corazón se acelera.
Su mano se posiciona sobre mi cintura, trayéndome hacía él.
—¿Qué? —susurro.
—Eso. El beso. ¿Tampoco te acordás?
Lo miro.
La garganta se me cierra.
—¿Ni del beso de anoche?