Stevan no habla, simplemente no contesta. Puedo ver cómo su cerebro procesa la información, como si cada palabra mía se hubiera incrustado en él y todavía no supiera cómo reaccionar.
Admito querer estar con él. Admito que lo pienso más de lo que debería, que lo extraño incluso cuando lo tengo enfrente. Pero no quiero ser una segunda opción, no quiero convertirme en un parche para alguien que en realidad espera a otra.
—Yo… no sé qué decir —es lo único que logra articular.
Sus palabras son un cuchillo mal afilado: no matan de inmediato, pero desgarran lentamente. Tengo ganas de matarlo en este momento, de gritarle que deje de titubear, que diga algo claro, lo que sea. Ahora sabe la verdad. Sabe cómo me siento.
—¿Sabes qué? Mejor olvidemos todo, ¿sí? Olvida lo de ayer y olvida esta conversación —le espeto, con la voz más firme de lo que realmente siento. ¿Y qué más puedo decir? ¿Qué otra salida me queda?
Tomo la decisión de irme. Arranco a caminar sin detenerme, con pasos rápidos, como si el suelo pudiera tragarme en cualquier momento si dudaba. No puedo permitirme dar la vuelta, porque sé que si lo hago y veo su cara, no tendré la fuerza suficiente para alejarme.
Siento cómo mis ojos se humedecen, pero me aferro a esa última pizca de dignidad para no derrumbarme frente a él. No va a verme llorar. No él.
Él siente algo por otra persona. Es así de fácil. Así de brutal. Y yo fui tan idiota de no haberlo notado antes, de inventarme señales, de interpretar gestos como si fueran pruebas de algo más. Ahora lo sé: por más que esté enamorada de él, no pienso vivir siendo el reemplazo de la chica que nunca pudo tener.
Los días siguientes los dejo pasar ignorando a Stevan lo más que puedo. Me obligo a fingir que no escucho su voz, que no noto su mirada clavada en mí desde el otro lado del pasillo, que no percibo cómo sus amigos cuchichean cuando paso cerca.
No me interesa. O al menos me repito eso hasta creérmelo. Prefiero anestesiarme con indiferencia que volver a enredarme en sentimientos imposibles.
Al principio me atormentaba la duda: ¿había sido demasiado dura con él? ¿Demasiado fría, tal vez? Una parte de mí lo lamentaba, porque no quería perderlo del todo. Pero la otra parte, la que me empuja a sobrevivir, sabía que no podía arriesgarme a salir herida otra vez. Podía cuidar nuestra amistad, ponerla como prioridad, pero yo no podía arrancarme de un día para el otro lo que sentía.
Así que opté por la estrategia más cobarde y a la vez más segura: la distancia. Fingir que estaba bien, que nada había cambiado. Reírme con Josie y Lola, como si todo siguiera igual, como si la vida no se me hubiera quebrado un poco más cada vez que lo veía.
En algún momento, me repetía, estos sentimientos iban a desaparecer. Tenía que desaparecer. Solo era cuestión de tiempo, y yo iba a esperarlo aunque cada minuto me doliera.
Me despido de Lola y camino con paso lento hacia la cafetería. Todo el día estuve con hambre, aunque más que un vacío en el estómago, siento un hueco en el pecho que ni siquiera sé cómo llenar. Antes de entrar, mis ojos capturan una escena peculiar: mi hermana sentada con un grupo de porristas, todas inclinadas sobre la mesa como si compartieran un secreto de Estado. Quiero creer que hablan de la famosa fiesta que se rumorea desde hace días.
Necesito una noche de alcohol barato y besos salvajes, algo lo suficientemente intenso para arrancar de mi cabeza al idiota de Stevan.
Pienso en acercarme y saludarla, pero alguien se cruza en mi camino.
—Hola, Suz, ¿todo bien?
Levanto la vista y me encuentro con Logan. Me sorprende lo natural que le sale interrumpirme. Sonrío por inercia; admito que es atractivo, aunque no sea mi tipo de chico. Siempre lo imaginé junto a Melany. Tienen una dinámica… extraña, casi magnética, como dos imanes que no pueden decidir si atraerse o rechazarse. Llámenme loca, pero estoy convencida de que entre ellos hay algo más de lo que aparentan.
—Todo bien —respondo, arqueando una ceja—. ¿Necesitas algo?
Él suspira, como si cargara un peso invisible.
—¿Cómo te diste cuenta?
Me quedo en silencio un instante, intentando descifrar sus palabras, pero antes de reaccionar mis ojos se cruzan con los de su hermano. Está sentado a unos metros, observándonos con el ceño fruncido, tan serio como una piedra. No puedo evitar sentir una chispa de poder recorriéndome el cuerpo. ¿Acaso puedo sacarle provecho a esto?
Es una mala idea… pero las malas ideas siempre son las más tentadoras.
Sonrío y paso mi mano por el pelo con un gesto deliberado, exagerando el coqueteo.
—¿Será porque nunca me hablas y ahora, de repente, te acercaste?
Él entrecierra los ojos, con una media sonrisa divertida.
—¿Acaso estás coqueteando conmigo, Suz? ¿Tratando de poner a alguien celoso?
Me pongo tensa, como si me hubiera leído la mente.
—¿Cómo…?
—No me estás mirando a mí —replica, inclinándose un poco hacia adelante—. Estás mirando a otra persona. ¿Te digo una cosa? Mi hermanito es bastante celoso.
Alzo una ceja, sin perder la compostura.
—Mi hermana también.
—¿Por qué me decís eso?
Trago saliva, dándome cuenta de que quizá me estoy metiendo en terreno pantanoso.
—¿No te importa saber que mi hermana es celosa? —hago una pausa, midiendo cada palabra—. Tal vez me equivoqué, pero juro que siento que entre ustedes pasa algo.
Lo digo con un tono ligero, como si fuera una broma, y lo acompaño con una sonrisa pícara. Para suavizarlo, le doy un empujoncito juguetón en el hombro.
—Y si te sirve de algo… nos está mirando ahora mismo.
Logan sonríe. Puedo notar como el nombrar a Melany lo pone colorado. Efectivamente acá pasa algo, solo que ninguna se digna a dar el primer paso.
—Ahora enserio, ¿qué necesitabas? —decido cortar con el jueguito de celos a nuestros hermanos y entender porque se me acercó.