Secretos del pantano Ross: Raíz de Jacaranda

Capítulo dos: El banquete del horror

5 de Febrero de 1965

Una dulce sonrisa se apoderó de su rostro al notar que Harry aceptaba la súplica. El alivio la inundó, un breve respiro en la asfixiante tensión que se había instalado entre ellos desde que Meredith confirmó el embarazo de Lourdes. No podía decir demasiado, su voz se redujo a un susurro para no alertar a la persona detrás de la puerta, seguramente su padre, quien con su sola presencia dictaba las reglas de este oscuro reino Queen.

—Gracias... —Murmuró Lourdes, asegurándose de que solo Harry la oyera, una plegaria silenciosa, una promesa de lealtad en un mundo que se desmoronaba.

Cuando Harry por fin abrió la puerta, el rostro severo de su padre se hizo presente. Su mirada, de un azul tan frío como la de su hijo, pero carente de cualquier atisbo de calidez, se posó en ella, luego en la mano de Harry que aún sostenía la de Lourdes. Una reprobación silenciosa.

—Con permiso —dijo la nuera, apartándose de Harry con un movimiento calculado, abriéndose paso entre ambos hombres.

No quería prolongar su exposición a la mirada penetrante del patriarca Queen.

El ceño de la joven se frunció inmediatamente. La incomodidad era palpable, la tensión cortaba el aire. Decidió que lo mejor sería salir de la habitación, de ese espacio cargado de silencios y amenazas. Debía confesar que Harry nunca le permitió estar con su padre, ni oír sus palabras cuando hablaban de "negocios". Siempre debía apartarse, mantenerse al margen de esas conversaciones. No le importaba mucho aquello, la verdad, ya que pasaba mucho más tiempo con Nora. Aquella mujer era la única que la comprendía a la perfección, la única que parecía ver más allá de la superficie, aunque esa visión estuviera teñida de una oscuridad que aún no podía descifrar.

Caminó con cuidado, sus pasos resonando en los pasillos de la cabaña, hasta llegar a la cocina. El aroma a café recién hecho, un contraste irónico con la podredumbre que sentía en su alma, la recibió.

Allí, parada, observando por la ventana que daba al exterior de la cabaña, se encontraba Nora Queen. Su silueta recortada contra la luz de la mañana, enmarcada por la espesura del Pantano Ross.

—Buenos días —dijo, sin prestar atención a mi llegada.

Su voz era tranquila, pero había una extraña expectación en ella.

Lourdes quería suponer que aquella mujer había oído sus pasos antes de haber llegado a su lado. Su aguda percepción siempre la había asombrado, una cualidad que no encajaba del todo con la imagen de una anciana frágil.

—Querida, Lourdes —susurró, finalmente dejando de ver por la ventana.

Sus manos se dirigieron hacia las cortinas de terciopelo pesado y las cerró con un movimiento brusco, lamentablemente Lourdes no logró ver lo que Nora miraba con tanto detenimiento. La curiosidad la estaba matando, una punzada en su estómago. Quería saber lo que aquella mujer miraba tan esperanzada, porque así es como realmente se veía: absorta, casi extasiada.

—Señora Queen —murmuró la joven con una pequeña sonrisa sobre sus labios, una de esas sonrisas que utilizaba para disimular su inquietud—. ¿Qué observaba? —Se animó a preguntar, incapaz de contener su curiosidad.

La señora giró y la observó con detenimiento a los ojos, sus ojos, llenos de un misterio y una oscuridad que le helaban la sangre. Lourdes pudo notar que aparentó una sonrisa sobre sus labios, una máscara de amabilidad, pero ella sabía que no era verdadera. Su expresión era un reflejo del Pantano Ross: profunda, engañosa, oculta.

—El final de una ardilla, lamentablemente no pude verlo. Ya que te estoy observando a ti —comentó de mala gana, un dejo de irritación en su voz. Luego agregó con una macabra dulzura: —Muy pronto se oirá el tiro, no te preocupes, cariño.

Nora pasó por el lado de la joven sin decir más nada y palmeó su hombro con cuidado, un gesto que se sintió más como una advertencia que como un consuelo.

La joven no comprendió aquella acción y mucho menos sus palabras. La imagen de la "ardilla" se le antojaba extraña, fuera de lugar en la conversación.

Le resultó bastante extraño lo que había dicho la señora Queen, pero había oído hablar a las muchachas que se encargan de la limpieza decir que Nora no se encontraba del todo lúcida y que probablemente muy pronto moriría. Lourdes no quería creer aquellos murmullos de las amas de llaves, esas voces susurrantes que se convertían en el eco de los secretos de la cabaña. Prefería creer que todo estaba bien y que nadie moriría. Pero el miedo, como el moho en la humedad del pantano, ya se había instalado en su interior.

—¿Su final? —Preguntó, una de sus cejas elevada, intentando darle un sentido a sus palabras, a la desconexión entre el ser y el decir.

Nora giró con su gran vestido elegante, un torbellino de seda oscura, y la miró. Su mirada era penetrante, desprovista de emoción, una evaluación.

Simplemente se quedó parada allí, mirándola fijamente. El silencio se hizo pesado, cargado con una tensión que no pudo comprender. Sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Era la misma sensación que la había invadido hace un año, cuando oyó la conversación de Harry y su padre. La misma extraña energía que parecía habitar en Hope.

—Así es. No es algo que una mujer como tú quiera ver, mejor toma un té y relájate —dijo, su voz volviendo a su tono habitual, como si la macabra conversación sobre la ardilla no hubiera existido.

El ceño de Lourdes se frunció, una mezcla de confusión y molestia. Pero asintió con la cabeza, una obediencia forzada. No tenía fuerzas para discutir con ella, para indagar más.

La mujer salió al jardín, su figura desapareciendo detrás de las cortinas que ella misma había cerrado. Y en tan solo unos pocos minutos, un tiro seco y contundente se oyó, rompiendo la quietud del exterior, resonando en la atmósfera tensa de la cabaña.

Los ojos de la joven se abrieron como nunca antes, el horror se apoderó de sí. Sus latidos cardíacos aumentaron, un tambor en su pecho, por el miedo que corría por sus venas. No sabía qué creer, hasta que recordó lo que Nora había comentado sobre "el final de la ardilla". El jacarandá, el Consumidor, los secretos del Pantano Ross… todo se conectaba con esta frialdad, con esta crueldad inherente a la familia Queen.




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