Secretos del pantano Ross: Raíz de Jacaranda

Capítulo cuatro: El corazón del jacaranda

Aquella figura misteriosa, de un poder insospechado, tomó al joven Harry con una fuerza implacable antes de que se desplomara en el suelo. Harry era alto, fuerte y, aunque a la vista de cualquier ser humano parecía ser delgado, poseía una musculatura sólida y un peso considerable. La figura lo sostuvo con una facilidad aterradora, como si su cuerpo fuera ligero como una pluma.

Una nueva figura, igualmente envuelta en las sombrías túnicas, se acercó a la escena, observando con detenimiento lo que estaba sucediendo en el entorno, sus ojos escudriñando cada sombra. Tomó con cuidado el rostro inconsciente de Harry. Con lo que parecía ser sangre, extraída de algún recipiente oculto bajo su túnica, dibujó sobre la frente del joven una “Q” mayúscula, que le ocupaba toda la frente. El cabello oscuro de Harry obstaculizaba bastante la vista de aquella letra, pero se lograba distinguir su forma, un sello macabro.

Ambas figuras caminaron con rapidez para sacar el cuerpo de Harry de allí. Actuaban con una urgencia palpable. Sabían que muy pronto llovería, las nubes se agolpaban en el cielo como un presagio, y si la lluvia caía, las cosas planeadas se volverían simplemente recuerdos de algo que jamás sucedió, las huellas se borrarían, los rastros se desvanecerían.

Bajaban las escaleras con cuidado, con una extraña delicadeza, como si no quisieran lastimar demasiado al joven que llevaban a un nuevo destino, un lugar desconocido para Lourdes, pero seguramente familiar para ellos.

Lourdes, aún en el baño de la habitación, comenzó a oír aquellos pasos. No eran pasos comunes; eran un sonido peculiar, un arrastre sutil, pero constante, que no se correspondía con el ritmo habitual de las amas de llaves o de Harry. Su ceño se frunció inmediatamente. Algo andaba mal. Se estiró con cuidado para tomar la toalla y ponerse de pie. Cuando por fin lo logró, el vello de su nuca se erizó. Caminó con delicadeza hasta llegar a la puerta del baño, su corazón latiéndole desbocado.

—Ten cuidado... —Se oyó un susurro proveniente de la parte inferior de la casa, una voz apenas audible, pero cargada de una advertencia implícita.

Lourdes, presa del pánico y la curiosidad, con rapidez se vistió. Sus manos temblaban mientras abotonaba su vestido, cada movimiento una urgencia. Comenzó a caminar hacia el pasillo oscuro y se detuvo antes de llegar a las escaleras, oculta en la penumbra. Las figuras misteriosas se encontraban bajando los últimos escalones, sus siluetas apenas visibles en la penumbra. Dieron unos pocos pasos más en el pasillo inferior y una de aquellas personas estiró su mano, un movimiento preciso y deliberado, moviendo un cuadro de un Jacarandá estilizado hacia la derecha. Con un susurro de madera contra madera, en un dos por tres, una puerta secreta emergió de las profundidades de la pared, revelando un pasadizo oculto que siempre había estado allí, bajo sus narices.

Lourdes observó todo sin comprender absolutamente nada. Su mente luchaba por procesar lo que sus ojos veían. Una puerta secreta. Harry inconsciente. Las túnicas. La “Q” de sangre.

Las figuras misteriosas y Harry entraron a ese lugar, un túnel oscuro que parecía tragar la luz. Una luz violeta prendía y apagaba en el interior del pasadizo, un ritmo pulsante, como si el tiempo fuera muy importante, como si cada parpadeo contara para algún ritual macabro.

La joven de la casa Queen se quedó completamente estupefacta, paralizada por el asombro y el terror. Bajó las escaleras con cuidado, sus pequeñas manos acariciaban su pequeño vientre, un gesto inconsciente de protección. Se notaba a la distancia el miedo que aquella mujer poseía, un aura de vulnerabilidad que la rodeaba. Se detuvo antes de entrar a ese extraño lugar, el portal al corazón de la oscuridad de los Queen. Negó con la cabeza, una negación desesperada a lo que sus ojos le mostraban. Pero antes de que pudiera retroceder, sintió como algo fuerte la empujó hacia adentro, una fuerza invisible e implacable. Antes de darse cuenta, ya estaba caminando con lentitud por un gran pasillo oscuro que parecía infinito, sus paredes de piedra áspera y húmeda. Cuando oyó voces, un murmullo de cánticos guturales y palabras desconocidas, se detuvo, su instinto de supervivencia activándose. Se escondió detrás de una gran roca que sobresalía de la pared, observando con detenimiento ese lugar, el corazón oculto de la mansión Queen.

La habitación era oscura, apenas iluminada por antorchas parpadeantes que proyectaban sombras grotescas en las paredes. Había una gran mesa de madera oscura, pesada, importada de algún lugar remoto, con un extraño centro de mesa justo en medio: una talla de un árbol de jacarandá en flor, tallado con una precisión inquietante. Las sillas que rodeaban la mesa se encontraban ocupadas por figuras vestidas con túnicas idénticas a las que había visto antes, sus rostros ocultos por las capuchas. Por suerte, ninguna de aquellas personas la logró visualizar. Pero Lourdes observó con atención que todos poseían un medallón de diamante oscuro, o un cristal, un símbolo de su lealtad, brillando tenuemente en la oscuridad.

Lourdes vio a lo lejos, en el centro de la habitación, el objeto de su terror: un gran árbol de Jacarandá, real, vibrante, con sus flores moradas brillando con una luz extraña, casi sobrenatural, a pesar de la penumbra del lugar subterráneo. Nunca antes había visto uno tan cerca, ni tan grande. Sus raíces se extendían, conectándose con el suelo de la cueva, como si el árbol mismo fuera parte de la roca.

Dos de aquellas figuras sentaron a Harry en una de las sillas, la silla principal, justo frente a la mesa. Su cuerpo inerte se desplomó en el asiento. Luego, ellos tomaron asiento, uniéndose al círculo. La joven Queen negó con la cabeza al visualizar algo que nunca pensó ver, un ritual, una reunión secreta, la verdad detrás de los murmullos y los secretos.

—¿Quién anda ahí? —Preguntó una de las figuras, su voz, grave y resonante, cortando el silencio del ritual.




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