Secretos del pantano Ross: Raíz de Jacaranda

Capítulo cinco: El sacrificio silencioso

La cueva subterránea, antes un eco de cánticos guturales y susurros siniestros, se llenó con el grito desgarrado de Lourdes. Su voz, cargada de una desesperación primordial y una furia inquebrantable, resonó contra las paredes de piedra, ahogando por un instante el zumbido ominoso del jacarandá. El tiempo pareció detenerse. El cuchillo de obsidiana en la mano de Nora, suspendido en el aire, brilló con una luz perversa, reflejando la luz violeta pulsante que emanaba del árbol. Todas las figuras encapuchadas, antes moviéndose con una cadencia ritual, se quedaron inmóviles, sus rostros, apenas visibles en las sombras, revelando una mezcla de sorpresa y una ira contenida.

Harry, atado a la silla, levantó la cabeza, sus ojos buscando desesperadamente a su esposa. En el brillo febril de su mirada, Lourdes vio una súplica silenciosa, un amor desesperado, y la comprensión de la terrible verdad que los envolvía. Había revelado su secreto, y ahora ambos estaban en peligro. La sangre de Harry en su frente, la marca de la "Q", parecía palpitar con el mismo ritmo que el jacarandá.

—¡Deténganse! —gritó Lourdes de nuevo, su voz, aunque temblorosa, encontró una fuerza insospechada. Se aferró a su vientre con ambas manos, un gesto protector—. ¡Lo sé todo! ¡Sé lo que le hicieron a mi primer hijo! ¡Sé lo que hacen con el jacarandá! ¡Y no lo permitiré de nuevo! ¡Este bebé no será parte de su oscuridad!

Nora rió, una risa cruel y seca que resonó en la cueva, un sonido que le heló la sangre a Lourdes.

—Ingenua niña. Tú eres solo un recipiente. Y tu sangre, tu linaje, nos servirá. Este es el rito de la Consumación. El Consumidor debe ser alimentado. Y si tu hijo, el primogénito, no es digno de ser el recipiente, entonces su energía será el sacrificio. O quizás, tu energía, madre, sea el verdadero manjar. La desesperación de una madre es un alimento exquisito.

—¡No! —rugió Harry, su voz débil por el drenaje de energía, pero llena de una furia que no conocían en él, un rugido de desesperación.

La marca de sangre en su frente parecía vibrar con cada palabra, el jacarandá pulsando a su alrededor, respondiendo a la tensión creciente en la cueva.

Elías se acercó a Lourdes, su rostro una máscara de furia, sus pasos pesados y deliberados, como los de un depredador que acecha a su presa. Sus ojos, fríos y calculadores, la escudriñaban de pies a cabeza.

—Has visto demasiado, niña. Tu existencia es una molestia. Pero quizás… quizás tu energía, la de una madre que se sacrifica por su hijo, sea aún más poderosa. Un sacrificio de amor para alimentar el poder, como lo decía mi madre antes que yo. La fuerza de una madre es un río de poder.

Lourdes se dio cuenta de la magnitud de su error. Había revelado su embarazo, y ahora, en lugar de salvar a Harry, había puesto en peligro a su propio bebé, convirtiéndolo en el próximo objetivo del Consumidor, o peor aún, a sí misma como la ofrenda más potente, el banquete principal. Recordó las palabras de Eleanor Douglas en la posada: "El jacarandá… no solo representa la muerte para ellos. También representa la esperanza para nosotros. La floración trae consigo un ciclo de renovación." Había una dualidad en el árbol, una verdad oculta, una promesa de que el ciclo podía romperse.

Miró el jacarandá, sus flores brillando con esa extraña luz violeta, casi hipnótica. Había una belleza terrible en él, una majestuosidad siniestra, pero también una promesa de vida, de renovación. ¿Era posible que hubiera una forma de revertir el ritual, de usar la misma energía del jacarandá contra los Queen? ¿Podría el poder que ellos invocaban ser su propia perdición?

—¡No les daré mi bebé! —exclamó Lourdes, su voz resonando con una fuerza insospechada, su mirada desafiante, reflejando una voluntad indomable que ni el miedo más profundo podía quebrar.

Se giró hacia la salida, dispuesta a correr, a luchar, a escapar con el amor de su vida y el hijo que crecía dentro de ella, lejos de ese horror, lejos de Hope, lejos de los Queen y su maldición.

Pero las figuras encapuchadas ya se estaban moviendo, cerrando el círculo a su alrededor, impidiendo cualquier vía de escape. Sus ojos, en las sombras de las capuchas, brillaban con una anticipación cruel, como depredadores acechando a su presa. Nora levantó el cuchillo de obsidiana de nuevo, esta vez apuntando directamente a Lourdes, su rostro contorsionado por una mezcla de éxtasis y resolución. Su mano no temblaba ahora.

Harry, con un esfuerzo sobrehumano, logró desatar una de sus manos de la silla, la cuerda raspándole la carne viva, pero la adrenalina lo impulsaba, dándole una fuerza que no creía poseer. Su mirada se encontró con la de su madre, un fuego de desafío en sus ojos, un odio que nunca había sentido antes, ni siquiera cuando le negaron el acceso al mundo exterior, cuando lo mantuvieron confinado a los muros de la propiedad Queen.

—¡No la toques, madre! ¡O juro que…! —Su voz se quebró, la debilidad aún lo consumía, pero su voluntad era inquebrantable, su determinación de proteger a Lourdes era más fuerte que cualquier atadura.

Nora sonrió, una sonrisa de victoria, la sombra del cuchillo reflejada en sus ojos oscuros, vacíos de cualquier afecto maternal.

—Ya es demasiado tarde, hijo. El ritual ha comenzado. Y el Consumidor tendrá su alimento. Con la energía del primogénito Queen, la que te fue drenada, y la que te será arrebatada si no obedeces, la manifestación será completa. Y si el nuevo primogénito, tu hijo, se resiste, su fuerza será simplemente un banquete más suculento.

El miedo de Lourdes se convirtió en una determinación férrea. No se rendiría. No les daría a su hijo. No se convertiría en un sacrificio. Recordó a Meredith, la enfermera, quien le había contado en secreto sobre los Guardianes y Eleanor Douglas. Había una esperanza. Una forma de luchar contra esta oscuridad. Pero ¿cómo? El tiempo se agotaba, y el filo del cuchillo de Nora, brillando con una luz perversa, se acercaba inexorablemente. El destino de los Queen, de Hope, y de su propia familia, estaba a punto de ser sellado en la oscuridad de esa cueva, bajo la ominosa presencia del jacarandá y el hambre insaciable del Consumidor. La cueva tembló, y el jacarandá comenzó a emitir un zumbido grave y potente, como si la misma tierra estuviera despertando, o liberando algo terrible de sus profundidades.




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