Secretos del pantano Ross: Raíz de Jacaranda

Capítulo nueve: El secreto de Eleanor

El aire en el claro del arroyo, antes un remanso de frescura y fragancias terrosas, se volvió gélido, denso con la tensión que flotaba entre los silentes Guardianes y los recién llegados Devoradores de Sombras. La luz verde que emanaba de los bastones de los Guardianes, antes un faro de esperanza inquebrantable, ahora parpadeaba con incertidumbre bajo la presión de las esferas de cristal oscuro que portaban los intrusos, objetos que parecían absorber toda la luz y la alegría a su alrededor, creando pequeños vacíos donde la vitalidad del pantano se desvanecía. Harry, aún débil y con una palidez persistente por el brutal drenaje de su energía vital en la cueva y el impacto del golpe de Elias, sintió la opresión en el pecho, un eco del terror primordial que le había invadido en su encarcelamiento. Su mirada, sin embargo, se mantuvo firme en los Devoradores, una resolución que superaba su miedo físico, nacida de su deseo de proteger a Lourdes y a su hijo.

Eleanor Douglas, erguida e inquebrantable a pesar de su avanzada edad, dio un paso al frente, interponiéndose con un gesto decidido entre Harry y las figuras sombrías. Su voz, grave y autoritaria, resonó en la niebla como una campana de advertencia, una melodía ancestral que parecía ahuyentar la oscuridad misma.

—Han llegado a Hope —dijo Eleanor, sus ojos fijos en los Devoradores, sin un ápice de temor ni vacilación—. El equilibrio será defendido. El pantano no es vuestro para profanar.

Los Devoradores de Sombras, que eran dos hombres con túnicas oscuras que parecían tejidas con la misma negrura del vacío, y rostros demacrados, se miraron entre sí, sus labios finos y descoloridos se curvaron en una sonrisa burlona y sin alegría. No había humor en esa expresión, solo una cruel y hambrienta anticipación.

—El eco nos ha llamado, Guardiana —dijo uno de ellos, su voz un susurro áspero que parecía rasgar el aire mismo, llegando directamente a la mente de Harry, eludiendo sus oídos—. La energía nos pertenece por derecho. El vacío debe ser llenado. Y tomaremos lo que es nuestro. La pureza de esa nueva vida… es un festín que no podemos, ni deseamos, ignorar.

Una tensión palpable llenó el aire, un presagio ominoso de la tormenta inminente que estaba a punto de desatarse. No era solo una batalla física lo que se avecinaba en ese claro, sino una lucha ancestral por la energía misma, por el alma del pantano, y por el destino incierto del bebé de Lourdes y Harry. Los Guardianes se posicionaron, formando un semicírculo protector alrededor de Harry, sus bastones elevados, listos para la defensa, sus máscaras inexpresivas pero sus posturas llenas de determinación.

La batalla que siguió no fue un choque ruidoso de espadas o puños, sino una danza silenciosa y etérea de energías invisibles. Los Devoradores de Sombras levantaron sus esferas de cristal, y de ellas emanaron corrientes de oscuridad, tentáculos de vacío que se retorcían en el aire, intentando asfixiar y consumir la luz verde que brotaba de los Guardianes. Harry sintió cómo la energía a su alrededor se comprimía, cómo su propia fuerza vital parecía ser absorbida por esa oscuridad insidiosa, una sensación de frío y de pérdida.

Eleanor, con un movimiento fluido y majestuoso de su bastón retorcido, lanzó un chorro de luz esmeralda que chocó con la oscuridad invasora. El impacto fue sordo, pero la onda expansiva hizo temblar el suelo bajo sus pies, y las ramas de los árboles cercanos se agitaron violentamente, como si una fuerza invisible las sacudiera. Los otros Guardianes se unieron a la refriega con una sincronía admirable, sus bastones trazando complejos símbolos de protección en el aire, creando barreras de luz que repelían los ataques de los Devoradores, desviando los tentáculos de vacío. Algunos de los Guardianes, los menos experimentados o los que se habían unido más recientemente a la orden, retrocedieron ligeramente, sus rostros tensos por el esfuerzo y el drenaje de energía. Los Devoradores de Sombras eran formidablemente poderosos; no buscaban matar con violencia, sino consumir, drenar la energía vital de sus oponentes hasta dejarlos vacíos.

—¡Su poder viene del vacío! —gritó Eleanor, su voz tensa por la concentración, pero aún audible—. ¡No tienen vida propia! ¡Se alimentan de la desesperación y de la ausencia! ¡Deben ser llenados de luz!

Harry, observando la batalla que se desarrollaba frente a él, sintió una oleada de frustración y desesperación. Quería ayudar, quería luchar junto a los Guardianes, pero su cuerpo aún no se recuperaba por completo del drenaje de los Queen, y la presencia de los Devoradores hacía que su conexión con la energía del pantano fuera inestable y errática, como si succionaran la misma esencia vital del lugar. Se sentía inútil, un mero espectador en una lucha que lo concernía directamente.

Mientras la refriega continuaba, un sonido sutil de un chasquido alertó a Harry. Uno de los Devoradores de Sombras, con una agilidad sorprendente y una astucia calculada, logró flanquear a los Guardianes en un abrir y cerrar de ojos, deslizándose como una sombra escurridiza, y se abalanzó sobre Harry. Su esfera de cristal oscuro brilló con una luz maligna, una absorción de la luz misma, y Harry sintió una mano helada que le tocaba el pecho, intentando aferrarse a su energía residual, a las últimas chispas de su fuerza vital. El frío era insoportable, un vacío que amenazaba con arrastrarlo a una oscuridad insondable, dejándolo tan inerte como un caparazón.

En ese instante preciso, una luz brillante de color verde esmeralda, mucho más intensa y pura que la que emanaba de los bastones de los Guardianes, brotó repentinamente de la cabaña. Lourdes. Ella había sentido el peligro que acechaba a Harry, una conexión visceral que trascendía la distancia. Con una determinación feroz y un coraje que desafiaba su propia vulnerabilidad, Lourdes se presentó en el claro, la rama de roble firmemente asida en su mano, su vientre abultado brillando con una luz sutil pero poderosa, el faro de una nueva vida.




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