La revelación de Eleanor Douglas había golpeado a Lourdes y Harry con la fuerza de un rayo, disipando cualquier ilusión de una paz duradera. El jacarandá blanco, antes un símbolo de su victoria, era ahora el epicentro de una guerra invisible, y el vientre de Lourdes, el refugio de una nueva vida, se había convertido en su campo de batalla. La entidad naciente, el espíritu purificado del abuelo de Harry, luchaba por prevalecer contra el fragmento de oscuridad del Consumidor que se había aferrado a él. La sombra del mal no había sido erradicada por completo; solo había encontrado un nuevo anfitrión, uno que resonaba con la pureza y el inmenso poder que Lourdes había desatado.
Los días siguientes en la cabaña de los Guardianes se vivieron bajo un manto de tensión palpable. El entrenamiento se intensificó, no solo en la manipulación de la energía etérica, sino también en la percepción de las sombras, en el arte de discernir las sutiles distorsiones en el velo entre los mundos. Eleanor, con su rostro cada vez más demacrado por el esfuerzo, enseñó a Harry a proyectar su conciencia más allá de lo físico, a sentir las corrientes de energía, tanto las sanas como las corrompidas. Harry, impulsado por el miedo por su hijo, absorbía cada lección como una esponja, su innata conexión con el pantano haciéndolo un alumno excepcional. Podía ver ahora, con una claridad inquietante, las líneas de fuerza que tejían el ecosistema, y las sombras que intentaban infiltrarse en él.
Lourdes, por su parte, se centró en fortalecer su vínculo con la entidad naciente. Meredith le preparaba infusiones especiales, tónicos hechos de hierbas luminosas del pantano que se decía que nutrían el alma. Lourdes sentía que la presencia dentro de ella crecía, y con ella, un anhelo profundo por la luz. Pero también, en momentos de debilidad o fatiga, percibía el latido del vacío con mayor intensidad, una punzada fría que la asustaba. Era como si el fragmento del Consumidor estuviera mordisqueando los bordes de la luz, intentando corroerla desde dentro.
Una tarde, mientras Lourdes intentaba meditar bajo la guía de Eleanor, buscando conectar más profundamente con la entidad naciente, sintió una repentina oleada de frío que la hizo temblar. No era el frío del ambiente, sino una helada interna que parecía emanar de su propio vientre. Abrió los ojos y vio una tenue aura violeta parpadeando alrededor de su abdomen, una reminiscencia inquietante del Consumidor. La luz del jacarandá blanco, a través de la ventana, pareció atenuarse por un instante.
Eleanor, que estaba sentada frente a ella, abrió los ojos de golpe, su rostro se contrajo en una mueca de dolor.
—¡Es fuerte! —siseó Eleanor, su voz tensa.
—Está intentando afirmarse. Está intentando… infectar la luz.
Harry, que había entrado en la cabaña justo en ese momento, corrió hacia Lourdes.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Lourdes se aferró a su brazo, su cuerpo temblaba.
—Siento… frío. Mucho frío. Y esa luz…
Eleanor se levantó, se acercó a Lourdes y colocó sus manos sobre su vientre. De sus palmas emanó una luz verde intensa que combatió el aura violeta. La lucha era visible, una danza de colores opuestos. Eleanor cerró los ojos, su respiración se hizo pesada, y Harry notó que la red de pequeñas venas en su piel se marcaba aún más, oscureciéndose ligeramente.
Después de unos minutos que parecieron una eternidad, el aura violeta alrededor del vientre de Lourdes se disipó, reemplazada por un suave resplandor verdoso. Eleanor retiró sus manos, jadeando, su rostro sudoroso y pálido. Se tambaleó ligeramente y Harry la sostuvo antes de que cayera.
—Estás… agotada —dijo Harry, preocupado.
Eleanor negó con la cabeza, su voz un susurro. —No solo agotada. Esa cosa… ese fragmento… es más astuto de lo que creía. No busca solo drenar; busca corromper. Quiere transformar la luz en oscuridad, para así manifestarse de una forma aún más poderosa. Está intentando infectar la pureza de la entidad naciente.
La implicación era aterradora. El Consumidor no había desaparecido. Su esencia había mutado, volviéndose más insidiosa, más peligrosa, y su objetivo era el alma del bebé de Lourdes y Harry.
Mientras tanto, en el mundo exterior, la ceguera de los líderes mundiales no había hecho más que empeorar la situación. La incapacidad de comprar el sufrimiento había generado un vacío de poder y control que los había llevado a un frenesí desesperado. La inestabilidad global se había disparado.
El Presidente de los Estados Unidos, incapaz de manipular las emociones de su pueblo, se había aislado cada vez más. Sus discursos, antes pulidos y persuasivos, ahora eran incoherentes y llenos de frustración. El país se hundía en el caos social, con revueltas y protestas que sus fuerzas del orden no podían contener. En su desesperación, se había aferrado a viejos cultos y prácticas esotéricas, intentando recrear la conexión que había perdido, sin saber que solo se estaba abriendo a nuevas influencias, a entidades que también buscaban el vacío para sus propios fines. Se rumoreaba que había desaparecido de la vista pública por períodos, encerrado en búnkeres secretos, realizando "rituales" con asesores de dudosa procedencia.
El Presidente de Francia, consumido por la depresión y la impotencia, había dimitido en un anuncio sorprendente que conmocionó a Europa. El continente se sumió en una crisis política y económica sin precedentes. La falta de liderazgo lo había sumido en una anarquía latente. La Unión Europea, ya frágil, estaba al borde del colapso, sus miembros discutiendo y sin rumbo.
El líder supremo de China, su paranoia alimentada por la incertidumbre, había desatado una represión brutal y sin precedentes. Su régimen, antes opresivo, se había convertido en una dictadura sanguinaria, diezmando a su propia población en su ciega búsqueda de control. La economía global se resentía enormemente por la inestabilidad en China, llevando a una recesión mundial. Los rumores de torturas masivas y desapariciones se filtraban a pesar del férreo control de información, provocando condenas internacionales que China ignoraba por completo.
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Editado: 10.07.2025