Secretos del pantano Ross: Raíz de Jacaranda

Capítulo quince: El nuevo amanecer del Jacaranda

El grito etérico del recién nacido resonó en la suntuosa pero asfixiante suite de la mansión Queen, un sonido que no era el simple lamento de un infante, sino el eco de una fuerza primordial recién despertada. Harry, con el cuerpo inerte de Lourdes aún pesado y cálido en sus brazos, sintió la conmoción de ese alarido. Era una onda de energía que parecía vibrar con la dualidad de la vida y la muerte, de la luz y la sombra, una sinfonía desgarradora que nacía del sacrificio más puro. La sangre de Lourdes, un carmesí oscuro que se extendía como un sudario sobre la manta blanca y la rica caoba de la cama, era una herida abierta en el corazón de la mansión, un testamento silente de un amor que había trascendido la vida misma y una elección que lo había destrozado por dentro.

Nora y Elias, figuras demacradas por su propia oscuridad, se encontraban momentáneamente paralizados. La inesperada interrupción del ritual, el giro macabro en el nacimiento, los había dejado aturdidos. Su Consumidor con conciencia había nacido, sí, pero no como un recipiente pasivo para sus propósitos; había emergido de un acto de pura desesperación y sacrificio, un evento que sus meticulosos planes nunca contemplaron. Los "científicos" y "limpiadores" de la secta, con sus batas blancas manchadas y sus dispositivos de supresión de energía zumbando ineficazmente, se tambaleaban, intentando recuperar el control en medio de la vorágine energética.

Harry, con la mente nublada por el dolor abrumador y la urgencia implacable, notó un detalle que lo atravesó con una punzada de esperanza y desesperación simultáneas. La sangre de Lourdes, que se había extendido por la superficie de la impecable mesa de madera pulida junto a la cama, no lo hacía de forma aleatoria. Se escurría, sí, pero con un propósito, agrupándose y formando un patrón, un dibujo que parecía vivo bajo la pálida luz de la suite. No era una imagen definida o un símbolo claro, sino una constelación de líneas y puntos, un diagrama intrincado y abstracto que parecía vibrar con una energía propia, una pulsación sutil pero inconfundible. Era como si la esencia vital de Lourdes, liberada en su último y supremo aliento, estuviera dejando un mensaje final, una pista codificada grabada en la misma madera.

Pero no era solo en la mesa donde la sangre actuaba. Un fino reguero, casi invisible al principio, comenzó a fluir desde la mesa, un hilo de carmesí líquido que se arrastraba por el suelo, serpenteando por los intrincados patrones grabados en las losas de piedra de la mansión. Con una precisión aterradora, se dirigía hacia una ventana, una de las pocas que daban a un patio interior cubierto, un lugar donde el sol nunca parecía llegar. Harry, aún sosteniendo al bebé contra su pecho, sintió un escalofrío de presentimiento helándole el alma. Había algo más.

Mientras tanto, a kilómetros de distancia, en las profundidades del Pantano Ross, la energía cataclísmica liberada por el nacimiento del Consumidor con conciencia, y especialmente por el sacrificio de Lourdes, había alcanzado el jacarandá blanco. El árbol, que ya brillaba con una luz sobrenatural, comenzó a pulsar con una intensidad antes nunca vista. No era un simple resplandor; era una vibración palpable que se extendía por la tierra, por el agua, por el aire. Las raíces del jacarandá, enterradas bajo la tierra húmeda del pantano, parecían estirarse, buscar, conectarse con la fuente de la resonancia que emanaba de la mansión Queen.

En la suite, el rastro de sangre en el suelo de piedra llegó hasta el umbral de la ventana, donde se encontraba una de las macetas ornamentales que decoraban la habitación. Una pequeña rama de jacarandá blanco, un esqueje plantado por los Queen como un cruel y burlón recordatorio de su "victoria" sobre la naturaleza, crecía en ella, una miniatura pálida del árbol majestuoso del pantano. La sangre de Lourdes se derramó sobre la tierra de la maceta, empapando el esqueje, tiñendo la tierra de un rojo oscuro que contrastaba con el verde pálido de las hojas.

En ese instante, una fuerza se desató. El jacarandá blanco del pantano, a kilómetros de distancia, desató su poder de una manera sin precedentes. Un brillo de una intensidad cegadora, un blanco tan puro que quemaba las retinas y el alma, brotó del árbol, no solo iluminando el cielo nocturno sobre el pantano, sino elevándose como un pilar de luz que perforaba las nubes, una columna de poder que se proyectaba directamente hacia la mansión Queen. No era solo luz; era energía etérica pura, la manifestación del equilibrio restaurado, la respuesta de la naturaleza al sacrificio inmenso de Lourdes y al nacimiento de una nueva conciencia. La luz era tan abrumadora que atravesó las barreras de la mansión Queen, penetrando por las ventanas, por cada grieta en la piedra, por cada rendija, inundando los pasillos oscuros con su resplandor purificador.

Dentro de la mansión, la luz blanca lo envolvió todo. Nora y Elias, los científicos y los limpiadores, todos gritaron. No era un grito de dolor físico, sino de una agonía existencial, un lamento del alma. La luz del jacarandá blanco, la misma energía que habían intentado corromper y controlar, ahora los estaba confrontando directamente, quemando la oscuridad que se aferraba a sus almas, exponiendo sus verdaderas formas. Sus ojos vacíos se contorsionaron de dolor, sus mentes, acostumbradas a la oscuridad y la manipulación, no podían soportar tanta pureza. Cayeron de rodillas, cubriéndose el rostro con las manos, no solo cegados físicamente por la intensidad del brillo, sino espiritualmente, por la revelación de la verdad.

En medio del caos ensordecedor y los gritos de tormento, Harry, con el bebé aún en sus brazos, sintió la luz del jacarandá como una caricia suave pero poderosa, una fuerza que lo purificaba, pero también lo impulsaba hacia adelante con una claridad mental asombrosa. La sangre de Lourdes en la mesa, el mapa, las líneas intrincadas… de repente, una comprensión cristalina lo golpeó, abriéndose paso a través de su dolor. El dibujo no era un mapa físico, no indicaba coordenadas terrestres; era una ruta etérica, una forma de navegar por las corrientes de energía del pantano, un camino invisible pero tangible que conducía directamente al jacarandá blanco, el único lugar seguro para el Consumidor con conciencia. Lourdes había dejado el camino, un rastro de esperanza, incluso en su muerte.




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