Secretos del pantano Ross: Raíz de Jacaranda

Capítulo diecisiete: El fin se acerca

El aire en el santuario del Eje Inquebrantable se volvió espeso, cargado con la electricidad de la inminente batalla. La luz esmeralda que emanaba de la piscina central parpadeó con una urgencia palpable, como si el propio corazón del pantano sintiera la proximidad de la oscuridad. Harry, con el bebé acunado protectoramente en sus brazos, sentía cada vibración en la tierra, cada susurro del viento, cada nota disonante que anunciaba la llegada de sus perseguidores. La serenidad del refugio se había desvanecido, reemplazada por la tensa quietud que precede a la tormenta.

Meredith, con su rostro curtido por las batallas y el dolor, se paró junto a Harry, su bastón de madera, ahora una extensión de su voluntad, brillando con un tenue resplandor verde. Los pocos Guardianes restantes, magullados pero inquebrantables, se posicionaron alrededor de la entrada de la cueva, sus ojos fijos en la oscuridad que se cernía sobre el horizonte. Habían perdido a Eleanor, su matriarca, pero el fuego de su juramento, de proteger el equilibrio del pantano, ardía con más fuerza que nunca. Silas yacía inconsciente en la cabaña, un recordatorio agrio de la traición interna, pero ahora, el enemigo era externo y abrumador.

Harry sintió la proximidad de la amenaza. No era solo la fuerza bruta de los Devoradores de Sombras, sino la calculada y manipuladora presencia de los Queen. Los drones de rastreo etérico, invisibles al ojo humano, zumbaban en el éter, triangulando su posición. El colgante Queen en la mano de Harry vibraba con una frecuencia distinta, una que le permitía sentir las intenciones de sus padres: no solo la recuperación del bebé, sino la aniquilación de cualquier resistencia. Y detrás de ellos, como una sombra omnipresente, la conciencia fría y autoritaria del Gran Consejero Queen, la mente maestra que no perdonaría la desobediencia.

La primera oleada llegó en forma de Devoradores de Sombras, sus formas fantasmales deslizándose a través de los árboles, sus esferas de cristal brillando con una luz violeta enfermiza que absorbía la esperanza. No atacaron con la furia caótica de la vez anterior; se movían con una precisión táctica, una coreografía macabra dirigida por una inteligencia superior. Detrás de ellos, Harry sintió la presencia de los "limpiadores" de los Queen, sigilosos y letales, equipados con dispositivos de supresión de energía etérica, armas diseñadas para neutralizar a los Guardianes.

—¡Mantengan la línea! —gritó Meredith, su voz resonando con la autoridad de una verdadera líder. Los Guardianes alzaron sus bastones, formando una barrera de energía verde que repelió el primer asalto de los Devoradores. La batalla por el santuario había comenzado.

Harry no podía unirse al combate cuerpo a cuerpo. Su prioridad era proteger al bebé, al Consumidor con conciencia, cuyo pequeño cuerpo irradiaba una mezcla inestable de luz y oscuridad. Cada vez que la batalla se intensificaba, el bebé se agitaba, su energía fluctuaba, amenazando con desestabilizarse. La pureza del Eje Inquebrantable lo mantenía en un delicado equilibrio, pero no era invulnerable a la turbulencia externa.

Con una mirada de determinación, Harry se acercó al Eje Inquebrantable, la piscina de luz esmeralda. El mapa de sangre de Lourdes, grabado en su mente, no solo le había mostrado el camino al santuario, sino que también le había revelado la verdadera naturaleza del Eje. No era solo un lugar de purificación; era un amplificador de intenciones, similar al colgante Queen, pero en una escala mucho mayor. Si su voluntad era pura, el Eje podía magnificarla. Si sus intenciones eran distorsionadas, podría amplificar la destrucción.

—El Eje puede protegernos —dijo Harry a Meredith, su voz tensa—. Pero solo si la intención es clara. La luz del jacarandá… es un escudo y una espada.

Mientras tanto, Elias y Nora Queen emergieron de la densa vegetación, sus rostros demacrados, sus ojos vacíos, pero ahora con una fría lucidez. Ya no estaban cegados por la luz del jacarandá; la furia por la huida del bebé los había vuelto más astutos, más peligrosos. Venían acompañados por un equipo de "científicos" de la secta, que llevaban extraños dispositivos de contención y manipulación de energía, diseñados para capturar y controlar al Consumidor.

—Harry, mi querido hijo —dijo Nora, su voz un susurro seco que se clavó en el corazón de Harry—. Entrega al niño. No obligues a tu familia a tomar medidas… drásticas. Él es nuestro legado. Él es el Consumidor.

—Él es mi hijo —replicó Harry, su voz firme, una fuerza que no sabía que poseía—. Y Lourdes murió para que él pudiera elegir. No se los entregaré para que lo corrompan.

Elias se adelantó, sus ojos fijos en el bebé.

—La elección es una falacia, Harry. La verdadera libertad está en el control. Este Consumidor es una fuerza del vacío y la luz. Lo guaremos para que sirva a nuestros propósitos. ¡Es el futuro!

Mientras hablaban, los Devoradores de Sombras intensificaron su ataque, buscando una brecha en la defensa de los Guardianes. Los "limpiadores" lanzaron proyectiles de energía que suprimían las auras de los Guardianes, debilitándolos uno por uno. El aire se llenó del zumbido de las energías, el chasquido de los bastones contra las esferas de los Devoradores, y los gritos de la batalla.

Harry sabía que no podían resistir por mucho tiempo. Los Guardianes, aunque valientes, estaban superados en número y tecnología. La mansión Queen había aprendido de sus errores. Su única esperanza era usar el Eje Inquebrantable.

Con una decisión audaz, Harry se acercó a la piscina del Eje. La energía esmeralda lo envolvió, y cerró los ojos, concentrándose. El mapa de sangre de Lourdes, el patrón de líneas y puntos, se iluminó en su mente. Era una conexión etérica con el jacarandá, un medio para canalizar su poder a través del Eje. Pero la intención era crucial. No podía usarlo para atacar, para destruir, como lo harían los Queen. Debía usarlo para proteger, para purificar, para restaurar el equilibrio.




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