Secretos Dolorosos

⚡ CAPITULO 6

—¡Aah!

Un grito desgarrador salió de la boca de Berenice solo fue a cambiar las sábanas en la habitación de Malkier Bennett tan solo para cambiar las sábanas y ya había quedado traumada, sus ojos no podían ver lo que ya había visto en ese lugar. Había una mujer desnuda con los ojos sacados, abierta desde el pecho hasta la parte baja y sus senos habían Sido retirado del pecho dejando un hueco, sus órganos por igual no estaban, el único que daba su vista perfecta era el corazón de la chica que aún no había Sido removido. Bere vómito allí mismo, Andrés entró y quedó estupefacto.

—Otra vez —Susurró el anciano ayudando a Berenice levantarse ya que de la impresión se había caído al suelo, era la quinta víctima en una semana, estaba considerando no mandar cualquier criada cuando se trataba de este chico sobre todo porque ahora le tendrían que explicar que no podía hablar sobre esto. Los otros dos criados compañeros de Andrés en el aseó de la casa entraron y quedaron aturdido con la vista -¿Que haces aquí? solo los criados pueden pasar a sus recamaras y tu eres cocinera.

-La señora Beatriz... me dijo que te vio muy cansado que te podía ayudar si quería... Por eso estoy aquí —Bere comenzó a llorar por los nervios.

—Para eso están Camilo y Andrea, para ayudarme —Andres sacó a la chica de la habitación —No le cuentes a nadie sí, mucho menos a Beatriz.

—Desde cuando están luchando con esto —Preguntó Berenice secando sus lágrimas.

—Ellos dos son nuevos en esto, yo, ni te imaginas, oye, tranquilízate y no digas nada, bien, no quiero escándalos.

—Lo haré señor, me sé las reglas de esta casa —Berenice se fué a su habitación sintiendo como sus manos temblaba, como podría ocultar algo así, para eso tendría que durar no una sino varias horas dentro de la bañera, pero que de seguro en esas horas la necesitarían en la cocina ya que, Eladio había pedido permiso para salir con su hija a noche, tenía que ayudarle a la señora Beatriz con la comida.

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—Ay! Nunca había sentido la nieve en mi cuerpo —Lorena recibía la nieve en sus manos con una gran sonrisa. A noche Eladio había pedido al señor Andrés que le diera permiso de ir con su hija a un paseo temprano de la mañana, le había dicho que se lo había prometido a la adolescente porque nunca conoció la nieve en su cuerpo, y la razón del por qué era que; cuando tocaba caer nieve no la dejaba salir de su habitación; Eladio sentía que muchos cambios estaban llegando a su vida y uno de esos era que pronto sería una señorita de quince años, ya debía soltarla poco a poco, que tomé sus propias decisiones siempre y cuando esté a salvó.

—Es bonito, pero si sigues sin guantes perderás el tacto —Eladio sonrió viendo cómo su hija admiraba la nieve caer del cielo.

—Bien me pondré los guantes —Dijo sonriendo por igual, Eladio le pasó la funda y de allí saco unos guantes nuevos color rojos —!Que bonitos papá!

—Eran de tu hermana, se los regaló Melquisedec.

—¿Melquisedec Bennett? Que no querías nada de ellos, principalmente de él... Y me das esto.

—Pero ella los recibió, así que, ua eran de ellas —Eladio se encogió de hombros, caminaron por todo el lugar hablando de cosas sobre Rebecca, no todas las cosas, sabía que en cierto momento tendría que decirle la verdad, aunque eso le carcomía pues no sabía cómo podría reaccionar.

—Entomces solo desapareció. Nadie sabe a dónde fue ni nada.

—No lo sé, no te quiero mentir. No sé que le pasó la verdad, salió con. Bueno. No sé —No sabía que decir sin mentirle porque no estaba preparado para hablar la verdad y mejor prefería guardar silencio.

—Esta bien, al menos me estás contando más que antes, hace unos días me dijiste metiche ¿Quien vive aquí? -Preguntó Lorena, se habían detenido en una casa descosida para ella, estaba algo cansada por toda la caminata y el frío ya le estaba pasando por todo el abrigo.

—Kevin Mendes, Quiere hablar contigo.

—¿Conmigo, sobre qué? —Lorena arrugó el rostro sin entender que había querido decir con aquello.

—Sobre algo, tal vez de Michael Bennett —Eladio sacudió las nieve de su hombros y tocó la puerta.

—¿Qué tengo yo que ver con Michael Bennett? —Preguntó Lorena sin recibir respuesta a cambio.

—Los estaba esperando —El joven detective le abrió la puerta con una gran sonrisa—. Lorena nos encontramos otra vez.

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