Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 5 – Sombras de una Muerte Inesperada

Kaelion estaba sumido en su lectura, sus ojos recorrían las páginas con una concentración casi exagerada. Su lengua apenas se movía, pronunciando algunas palabras sin sonido, como si estuviera intentando entender cada fragmento con una atención que iba más allá de lo normal. De repente, un golpe suave en la puerta lo sacó de su concentración. Alzó la vista y rápidamente dijo:

— ¡Ya voy!

En un movimiento rápido, cerró el libro con un gesto sutil, tan apresurado que casi parecía como si lo hubiera hecho por instinto. En ese breve segundo, su mirada pasó fugazmente a la tapa del libro, su rostro mostró una ligera preocupación, y al instante cubrió el tomo con una tela que estaba sobre la mesa, de manera que no quedara visible. Sin más demora, Kaelion se levantó y fue a abrir la puerta. Allí estaba Lyara, con una canasta en las manos, su rostro iluminado por una sonrisa cálida y confiada.

— ¡Lyara! —saludó Kaelion, aliviado de dejar atrás la tensión del momento.

— Hola, Kaelion —respondió ella, entrando con la canasta. — Traje esto para ti, porque sé que no eres muy dado a cocinar algo que no sea sobre una fogata.

Kaelion la miró mientras ella dejaba la canasta sobre la mesa. La comida que traía era sencilla pero nutritiva: panes recién horneados, frutas frescas, y algunas hierbas aromáticas.

— En verdad, muchas gracias, Lyara. No tenías que molestarte —dijo él, con una sonrisa agradecida.

Lyara lo miró fijamente, sus ojos brillando con un toque de preocupación y cariño.

— Nadie te cuida como yo lo hago, Kaelion. Me gusta saber que estás comiendo bien. —Su voz era suave, casi como una reprimenda cariñosa.

Kaelion asintió mientras se sentaba nuevamente, su mirada volviendo a la canasta.

— Ya te dije, no soy de la cocina... —respondió con tono algo divertido, pero la ligera tensión aún se notaba en su postura. — Aunque esto... realmente se ve bien.

Lyara no podía evitar sonreír ante su respuesta. Era una de las cosas que más le gustaba de él: su forma de minimizar lo que le preocupaba, su manera de enfrentar la vida con una sonrisa, aún cuando no todo estaba bien.

— Siempre trato de traer lo mejor, Kaelion —dijo, sentándose cerca de él, mientras sus ojos recorrían la mesa con curiosidad. Fue entonces cuando su mirada se posó brevemente sobre el libro cubierto. Sin decir una palabra, sus ojos volvieron a Kaelion, que le devolvía la mirada con una ligera sonrisa, como si nada en particular hubiera sucedido.

— ¿Sabes? —comentó Lyara, cambiando de tema con un tono más suave—, me parece que en esta isla te olvidas de ti mismo entre tanto trabajo. No todo puede ser combate, Kaelion. A veces es bueno... detenerse.

Kaelion se quedó callado un momento, mirando la canasta, y luego levantó los ojos hacia ella. En su rostro había un destello de algo más profundo, algo que no dejaba ver tan fácilmente.

— Te agradezco mucho, Lyara. —su tono era más serio ahora—. Siempre estás pendiente de mí. No sé qué haría sin tu ayuda.

Lyara sonrió con suavidad, pero en sus ojos había algo de duda, como si estuviera tratando de descifrar qué más se escondía detrás de su mirada. No insistió más sobre el libro, pero una parte de ella sabía que Kaelion guardaba secretos que, en algún momento, podría decidir compartir. Pero por ahora, ella se conformaba con asegurarse de que estuviera bien alimentado y, en cierto modo, tranquilo. Sabía que Kaelion tenía mucho más en su interior de lo que mostraba.

— No te preocupes, Kaelion —dijo, tocando su brazo suavemente—. Yo siempre estaré aquí.

Y, aunque Kaelion no lo admitiera, aquellas palabras le traían una extraña sensación de paz, tan rara y tan preciada en un mundo tan lleno de sombras. Una vez Lyara se retiró, Kaelion cerró la puerta con suavidad, dejando que el sonido del pestillo rompiera el breve silencio que había quedado en el aire. Con un suspiro leve, caminó hacia la mesa. La tapa entreabierta dejaba escapar un aroma cálido y especiado. Kaelion contempló con más detalle lo que había dentro. Y sí, evidentemente había frutas frescas, algunas bayas y un par de empanadas envueltas en hojas limpias. Pero lo que más llamó su atención fue un pan dorado y redondeado, con la corteza crujiente y pequeñas semillas oscuras que resaltaban en la superficie. Lo tomó con cuidado, sintiendo el peso ligero entre los dedos y la calidez que aún conservaba. Se veía fresco y apetecible. Kaelion esbozó una sonrisa apenas perceptible, pero su expresión cambió de inmediato. Sin darse cuenta, lo estaba observando con otros ojos. Los dedos, antes relajados, se tensaron alrededor de la corteza. El aroma del trigo y las hierbas se volvió más áspero, mezclándose en su mente con el olor seco del polvo y la brisa cortante de Los Baldíos.

Era de noche, y el aire seco de la sabana apenas lograba agitar las hojas de los pocos árboles dispersos. Él estaba en el punto más alto de su perímetro, inmóvil entre las sombras, con los ojos atentos al horizonte. La luna, alta y pálida, derramaba su luz plateada sobre el terreno árido, destacando cada roca y arbusto. Desde su posición elevada, Kaelion distinguió una figura conocida avanzando por el terreno más bajo, cerca de la laguna donde, días atrás, le había arrojado el vendaje. Aerion caminaba con paso firme, o al menos eso parecía a primera vista. Todo lucía tranquilo, nada fuera de lo común. Sin embargo, Kaelion no apartó la mirada, algo en el andar del elfo le pareció extraño. Fue entonces cuando lo notó. El ritmo de Aerion disminuyó sutilmente hasta detenerse por completo. Apoyó una mano sobre la parte inferior de su armadura, justo sobre el estómago, y apenas unos segundos después, se inclinó hacia adelante, vomitando de forma brusca y ruidosa.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 15.07.2025

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