Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 8 - Duelo Nocturno

El sol abrasador caía con dureza sobre Los Baldíos, proyectando sombras alargadas sobre la extensión de tierras secas y agrietadas. Entre las colinas desnudas y los arbustos espinosos, el viento soplaba con un silbido agudo, levantando remolinos de polvo dorado. El aire olía a tierra quemada y savia seca, impregnando el ambiente con una sensación de falsa calma. Un silencio tenso flotaba en el aire, el tipo de calma que precede al caos.

De pronto, un destello plateado rasgó el aire. La hoja encontró su objetivo con una precisión letal. La cabeza del centauro cayó antes de que su cuerpo comprendiera que había sido vencido. Un rocío carmesí manchó la tierra resquebrajada, y el torso mutilado de la criatura se desplomó con un sonido sordo. Kaelion retiró su arma sin apresurarse. La hoja brillaba con restos de sangre enemiga. A su alrededor, un pelotón de elfos de la noche y humanos combatía con destreza letal, sus movimientos fluidos como la danza de una sombra en la noche. Flechas silbaban entre los cuerpos, lanzas perforaban carne, hojas goteaban sangre con cada corte certero. Los centauros, feroces y brutales, peleaban con el furor de las bestias que eran, pero uno a uno sucumbía ante la disciplina y la frialdad de los guerreros de la Alianza. Finalmente, el último centauro emitió un bramido agónico antes de caer de bruces al suelo.

El polvo se asentó. La batalla había terminado. Kaelion envainó su espada y escudriñó los alrededores con sus ojos ambarinos, siempre en alerta. La ruta clave había sido despejada, pero el peligro en Los Baldíos nunca se desvanecía por completo. Al llegar al puesto de avanzada, un campamento fortificado con estacas de madera y banderas ondeando con el emblema de la Alianza, tomó un trapo de lino y limpió su arma con movimientos precisos, sin prisa, pero sin descuido. A su lado, un soldado humano de complexión robusta, cabello rubio despeinado y ojos claros, sacudió la cabeza mientras se limpiaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—Maldita sea... eran duros de matar —murmuró el humano, con la respiración aún agitada.

Kaelion giró levemente la cabeza y lo observó. Había aprendido a medir a los hombres en sus palabras, y aquel no parecía ser de los que hablaban por hablar. Sin embargo, su mirada revelaba algo que delataba su novatez: el desconcierto de alguien que apenas comenzaba a ver la brutalidad del mundo.

—No tanto como los orcos —respondió con voz firme y calma.

El humano soltó una breve risa, más por nervios que por diversión.

—¿Eres nuevo?

—Sí, señor. Formo parte del ejército enviado desde Ventormenta.

Kaelion lo observó con más atención. La forma en que aún sostenía la espada con un leve temblor, el sudor en sus cejas pese al viento seco. Era un joven soldado con la mirada de quien aún no ha visto suficiente muerte.

—¿Cuál es tu nombre?

—Edric Ravenshade, pero me llaman Rick.

Kaelion asintió, grabándose el nombre. No estaba seguro de cuánto duraría el joven en estas tierras, pero la supervivencia en Los Baldíos dependía de la atención y el instinto.

—Espero que hayas disfrutado la bienvenida a Los Baldíos —dijo con ironía, deslizando el trapo ensangrentado por la hoja de su espada—. Criaturas como las que enfrentamos esta mañana nos toparemos muy seguido. Solo mantente atento.

Rick tragó saliva y asintió con determinación, aunque la duda aún brillaba en sus ojos. Kaelion no dijo nada más. En estas tierras, las palabras eran un lujo; el acero y la sangre hablaban por sí solos.

La noche envolvía el terreno con su manto de penumbra, apenas rasgado por la luz plateada de la luna. En lo alto de la colina, donde las sombras se alargaban sobre la tierra reseca, dos figuras se encontraban como de costumbre, justo antes del amanecer. Aerion, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el horizonte, rompió el silencio con un tono casual, aunque no exento de su habitual desdén.

—Llegaron nuevos cargamentos desde Quel'Thalas. Por fin algo decente para comer. No sé cómo los orcos pueden soportar la carne de kodo, pero yo no tengo su estómago de acero... al menos, no todavía.

Kaelion, apoyado en una roca con gesto relajado, arqueó una ceja.

—Te suplicaría que compartas algo —respondió con su habitual calma—. Estoy harto de la maldita carne seca.

Aerion soltó una breve risa.

—Tendré piedad de ti, ojalá puedas soportar la sazón élfica.

El silencio volvió, pero fue breve. Aerion se giró hacia él con curiosidad.

—¿Y bien? ¿Qué hiciste hoy?

Kaelion exhaló suavemente, limpiándose el polvo de los guanteletes.

—Peleé con centauros.

—Suena divertido.

—Casi —concedió el elfo de la noche—. Si no fuera porque un novato estaba entre nuestras filas. Casi lo parten en dos con un hacha si no me hubiera interpuesto... Y luego, por cubrirlo, bajé la guardia y casi termino igual. Hubiera necesitado más ojos, más manos y, probablemente, más piernas para equipararme a uno de ellos.

Aerion sonrió con presunción.

—Eso no habría pasado si yo hubiera estado allí.

Kaelion le dirigió una mirada incrédula, como si estuviera evaluando cuán en serio debía tomar aquel comentario.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 10.04.2025

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