Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 10 - Susurros de la Espesura

Kaelion yacía sobre una gruesa rama de un antiguo árbol, su cuerpo reposando contra la corteza, intentando aprovechar el respiro que el viaje les brindaba. Cerró los ojos un momento, buscando pensamientos que pudieran calmar la agitación interna, pero, por mucho que lo intentara, no podía evitar sentir que algo lo inquietaba. Abrió los ojos y, al mirar entre las hojas que se mecían con el viento, creyó ver una figura al borde de su visión. Su mente, tan propensa a los recuerdos, recreó la silueta: una figura alta, de espaldas, con una capa encapuchada que no dejaba ver el rostro. Su postura era impecable, su porte firme, y al instante, su mente recordó una armadura brillante que solo podía pertenecer a un soldado elfo de sangre: liviana, pero robusta, con detalles dorados sobre el pecho, un emblema de un sol naciente en el centro, y en los guanteletes, un toque oscuro que contrastaba con el resplandor. La figura giró lentamente, como si presintiera su mirada, y Kaelion reconoció la sonrisa en los ojos del elfo que siempre le parecía algo impertinente. Aerion. Pero justo antes de que pudieran cruzarse, la figura de Aerion se desvaneció, como si nunca hubiera estado allí. De inmediato, Kaelion fue interrumpido por una voz firme.

—Disculpe, señor —dijo Edric, su postura erguida, la mirada seria, pero con algo de nerviosismo que solo los novatos podían mostrar—. Nos han ordenado formar filas. En breve recibirán las instrucciones.

Kaelion miró en dirección a la formación. La imponente Costa Olvidada se extendía ante él, un asentamiento rodeado por la espesura de Feralas, cuyas torres de madera parecían emerger de la selva misma. En el horizonte, las olas del mar rompían contra la orilla rocosa, y el sonido del viento se mezclaba con el murmullo de las aguas, creando una sensación de calma inquietante.

—Recibido —respondió Kaelion, incorporándose con una actitud decidida—. En breve me uno.

Las tropas estaban alineadas en formaciones impecables, divididas en escuadrones de acuerdo con su experiencia y función. La brisa de Feralas agitaba las capas y estandartes, mientras el general avanzaba con paso firme frente a los soldados. Su mirada era severa, el peso de la guerra reflejado en sus ojos.

—La Legión Ardiente ha dejado un mal que tardará siglos en erradicarse —declaró con voz grave, su tono imponente como el eco de una tormenta en la espesura—. Nuestras patrullas han detectado un incremento alarmante en la actividad de ogros y dríades corrompidas por esta plaga. Si permitimos que sigan extendiéndose, no tardarán en amenazar nuestros hogares y cada aldea a lo largo y ancho de la región.

La mirada del general recorrió los escuadrones con precisión táctica.

—El primer escuadrón avanzará hacia el este, patrullará los bordes del lago Jademir y asegurará la ruta de suministro. —El segundo escuadrón se dirigirá al norte, hacia los bosques más densos. Ha habido reportes de actividad hostil cerca de los restos del antiguo santuario, quiero que lo investiguen. —El tercer escuadrón, el más experimentado, irá a la frontera oeste, donde los ogros han estado organizando incursiones. Su tarea es clara: erradicarlos.

El silencio se hizo pesado cuando el general detuvo su marcha y posó la vista en el cuarto escuadrón, conformado por trece soldados. Sus ojos afilados recorrieron a cada uno de los presentes con detenimiento, hasta que finalmente se detuvieron en Edric.

—Es la primera vez que veo a un humano entre mis tropas.

Kaelion, erguido con la disciplina de un veterano, dio un paso al frente.

—Sí, general. Estoy a cargo del soldado Ravenshade. Lo traje junto con el soldado Lirael para que pongan en práctica su entrenamiento.

El general asintió con un leve movimiento de cabeza y avanzó hasta quedar frente a Edric. Lo estudió con la intensidad de alguien que evaluaba no solo la apariencia de un soldado, sino su temple.

—¿Primera vez que visitas Feralas?

—Sí, señor —respondió Edric con firmeza, manteniendo la postura.

Para su sorpresa, el general esbozó una leve sonrisa antes de sentenciar:

—Ya eres uno de los nuestros.

Dicho esto, el líder nocturno se giró hacia el resto del pelotón.

—Sigan el sendero hacia el sur. El cabo Darelion Brisastella conoce bien el terreno, él los guiará hasta el campamento donde recibirán su misión. ¿Entendido?

—¡Sí, señor! —respondieron al unísono las voces firmes de los soldados.

El general los recorrió con la mirada una última vez antes de alzar su espada al cielo con un gesto de fervor inquebrantable.

—¡Por la Alianza!

El clamor de guerra resonó entre los árboles cuando todos los soldados replicaron con un rugido poderoso. Sin más demoras, el escuadrón emprendió la marcha, sus pasos firmes adentrándose en la espesura, rumbo a su destino. El escuadrón mixto avanzó con paso firme a través del espeso follaje. La luz del sol se filtraba entre las copas de los árboles, proyectando haces dorados sobre el suelo cubierto de musgo. El aroma a tierra húmeda y savia flotaba en el aire, mezclándose con el canto de los pájaros y el murmullo lejano del viento entre las hojas.

Al cabo de un tiempo, emergieron en un claro donde se erigía el campamento de reunión. Varios vigías elfos de la noche aguardaban con semblantes serenos, pero todos mantenían sus armas cerca, reflejando la tensión de la misión. Sin embargo, la figura que más imponía no era la de los elfos, sino la del ser que se encontraba en el centro del grupo. Un guardián del bosque, colosal y majestuoso, se alzaba sobre ellos. Su torso, fuerte y cubierto de un manto de hojas entrelazadas, parecía una extensión misma del bosque. Sus astas de alce se alzaban como ramas de un árbol milenario, y su mirada, intensa y ancestral, transmitía la sabiduría de incontables eras. Pero su naturaleza se volvía aún más evidente al observar su mitad inferior. Donde deberían estar las piernas de un hombre, su cuerpo se fusionaba con el de un ciervo colosal, de pelaje espeso y oscuro, con patas fuertes y ágiles que se desplazaban con la ligereza de una criatura nacida del bosque. Cada uno de sus movimientos reflejaba la gracia y el poder de la naturaleza misma, encarnando la esencia de los bosques primigenios de Azeroth. El guardián alzó la voz con una mezcla de solemnidad y camaradería:



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 10.04.2025

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