El sol aún no se había asomado, pero el cielo ya anunciaba su llegada con un suave azul que fusionaba la noche con el día. El bosque de Feralas, envuelto en una bruma matinal, respiraba con la quietud de las primeras horas. Edric ya estaba despierto. Se frotó el rostro, tratando de disipar el letargo, y caminó hasta un pequeño lago cercano para lavarse la cara. El agua fría le ayudó a espabilarse, pero la tranquilidad del momento se vio interrumpida por un repentino impacto en la tierra a sus espaldas. Giró de inmediato, su mano instintivamente acercándose al mango de su espada. Kaelion estaba de pie, habiendo aterrizado con la gracia felina propia de los suyos. La brisa agitaba su capa y su mirada permanecía serena.
—Buenos días, Ravenshade.
Edric se cuadró con reflejo automático.
—¿Señor?
—Sí —respondió el elfo de la noche, con un atisbo de diversión en la voz—. Iba por el desayuno. ¿Me acompañas?
El joven asintió y ambos se adentraron en la espesura, alejándose del campamento. El bosque despertaba lentamente. Entre el follaje se escuchaban los cantos de las criaturas que habitaban la región, y la luz de la aurora filtrándose entre las copas de los árboles daba un tono verdoso al ambiente. Caminaban en silencio, hasta que Kaelion habló:
—Los elfos de la noche, aparentemente, hemos sido diseñados para convivir con la naturaleza y a su vez vivir de ella. Nuestra alimentación se basa en tubérculos, frutos, legumbres, especias y otros productos naturales sin dañar a la fauna.
Edric escuchaba con atención.
—¿O sea que... no consumen carne?
—Por naturaleza no la necesitamos. En nuestros pueblos, rara vez se practica la pesca o la cacería —respondió Kaelion, sin apartar la vista del entorno—. Pero con el tiempo he aprendido a apreciar la carne, después de haber convivido con varias razas y culturas, los soldados también.
—¿Ha ido a los Reinos del Este? —preguntó Edric con curiosidad.
—¿Al otro lado del océano? Solo hasta Bahía del Botín y algunas zonas aledañas.
Edric quedó impresionado. No muchos podían jactarse de haber visitado un puerto tan lejano. Se sumieron en el silencio por varios minutos, hasta que Kaelion se detuvo de repente y levantó una mano, indicándole a Edric que permaneciera quieto.
—Ahí —murmuró.
Siguiendo su mirada, Edric divisó una liebre que se acicalaba despreocupada entre la maleza. Kaelion, con un movimiento fluido, deslizó el arco de su espalda y tomó una flecha del carcaj. Antes de tensar la cuerda, preguntó en voz baja:
—¿Qué tal eres con el arco y la flecha?
—No recibí ese entrenamiento.
—Bueno, desde ya empieza tu aprendizaje. Solo observa...
Edric fijó la vista en el elfo de la noche. Kaelion tomó aire, ajustó la postura y liberó la cuerda en un solo movimiento preciso. La flecha surcó la distancia y se incrustó con un golpe seco en el cráneo del animal, matándolo al instante. El elfo avanzó con agilidad y tomó el cuerpo de la liebre por las patas, inspeccionando su trabajo con una leve inclinación de cabeza.
—Desayuno asegurado.
Edric asintió, sintiendo que había presenciado algo más que una simple cacería. Había sido un vistazo al arte de la supervivencia de los elfos de la noche, un recordatorio de que todo en el bosque tenía un equilibrio, incluso la muerte. El sendero de regreso al campamento estaba envuelto en una tenue bruma matinal. La vegetación susurraba con el viento, y el canto de las aves rompía la quietud del bosque. Edric y Kaelion caminaban en silencio, con el desayuno asegurado colgando del cinturón del elfo. Después de un rato, Kaelion rompió el mutismo con una pregunta casual:
—Además de la espada, ¿qué otra destreza manejas?
Edric meditó su respuesta por un instante.
—Sé usar la lanza —dijo finalmente—. Claro, solo para blancos notables, pero hasta ahora no tuve la oportunidad de seguir puliendo esa destreza.
Kaelion alzó una ceja con interés.
—El tamaño del blanco es subjetivo —respondió con un tono que sugería que estaba a punto de dar un consejo—. No siempre tendrás el lujo de elegir un enemigo grande y estático. La precisión viene con la práctica, y el dominio de un arma depende de la confianza con la que la empuñas.
Edric asintió, reflexionando sobre esas palabras. Entonces, algo llamó su atención. Se detuvo repentinamente y miró hacia la copa de un árbol. Kaelion, notando su reacción, dirigió la vista en la misma dirección. Un panal de abejas colgaba entre las ramas, su estructura dorada resaltando entre el verdor. El joven guerrero esbozó una sonrisa y sin apartar la mirada de su nuevo objetivo, preguntó con aire despreocupado:
—¿Trajiste tu lanza?
Kaelion le lanzó una mirada inquisitiva antes de sacar la lanza que llevaba sujeta en la espalda y ofrecérsela.
—Veamos de qué eres capaz.
Edric la tomó con firmeza. Respiró hondo y recordó su entrenamiento. Ajustó su postura, fijó la vista en el punto más alto del panal y lanzó la lanza con un movimiento rápido y preciso. El arma surcó el aire con un leve silbido antes de incrustarse en la parte superior del panal. Un instante después, toda la estructura cayó pesadamente al suelo. El silencio se quebró con el zumbido furioso de cientos de abejas.
Editado: 10.04.2025