Los Baldíos dormían bajo un cielo despejado, bañados por la luz pálida de la luna. La brisa nocturna traía consigo el aroma seco de la hierba marchita y el lejano ulular de una bestia en la distancia. Criaturas furtivas merodeaban en la penumbra, sus ojos brillando entre la maleza, mientras el canto de los grillos llenaba la vasta inmensidad. En lo alto de aquel risco, Aerion descansaba tras su turno de vigilancia. Desde su posición, dominaba el horizonte con la mirada afilada de un halcón. Sentía el viento, escuchaba el susurro de la noche, percibía cada vibración en la tierra. Cerró los ojos un instante, meditando su siguiente paso. Y entonces, sin mover un solo músculo, habló.
—Te habías tardado.
A espaldas de él, Kaelion se detuvo en seco. Su intento de tomarlo por sorpresa quedó en nada. Avanzó con una sonrisa, sin ocultar su leve frustración.
—¿Cómo supiste que era yo?
Aerion esbozó una sonrisa de lado, sin molestarse en volverse.
—Eres mi enemigo... en teoría. Eso significa que debo estudiar tus movimientos. Y los tuyos son demasiado predecibles.
Kaelion soltó un resoplido, cruzándose de brazos.
—Parece que has tenido buen entrenamiento.
—Significa que te estás quedando sin trucos —replicó Aerion con suficiencia.
El elfo de la noche alzó una ceja, ladeando la cabeza.
—¿Y tú tienes muchos, acaso?
Aerion giró apenas el rostro, su sonrisa arrogante intacta.
—Oh, más de los que crees.
La respuesta llegó en un fluido darnassiano. Kaelion entrecerró los ojos, incrédulo.
—Me estás jodiendo.
Aerion soltó una risa breve.
—Tranquilo, no es para tanto. Nos enseñan algunas frases clave.
Kaelion soltó una carcajada seca.
—Ja... un elfo de sangre hablando darnassiano. Ahora sí lo he visto todo.
Aerion se acomodó contra la roca y miró a Kaelion con su usual aire despreocupado.
—¿Qué tal tu travesía en Feralas?
Antes de que Kaelion pudiera responder, un trueno retumbó en el firmamento, sacudiendo el aire con su estruendo. Aerion alzó la vista hacia el cielo, donde pesadas nubes oscuras comenzaban a reunirse, ocultando las estrellas.
—Antes, vayamos a un lugar que descubrí mientras no estabas —dijo, poniéndose de pie—. Nos ayudará a no empaparnos con la lluvia.
Kaelion frunció el ceño.
—¿Lugar?
—Sí —asintió Aerion—. Son unas ruinas. Ya las inspeccioné, no están lejos.
Guiado por el elfo de sangre, Kaelion descendió por un sendero angosto hasta una estructura de piedra semiderruida, oculta entre la maleza. Columnas erosionadas por el tiempo se alzaban como guardianes de un pasado olvidado, y toscas inscripciones decoraban los muros cubiertos de musgo. La tormenta se avecinaba, y la brisa traía el aroma a tierra húmeda. Kaelion pasó la mano por una de las piedras grabadas, examinando sus marcas.
—Debió pertenecer a los tauren.
Aerion cruzó los brazos, observando el sitio con indiferencia.
—¿Y eso qué tiene de especial?
Kaelion no apartó la mirada de los grabados.
—Los tauren siempre han sido aliados de los elfos de la noche. Durante generaciones, caminaron junto a nosotros bajo la luz de Elune, compartiendo la sabiduría de la tierra y el cielo. Nos enseñaron a leer los signos en las estrellas, y nosotros les mostramos los senderos del Sueño Esmeralda.
Aerion dejó escapar un resoplido, apoyándose contra una de las columnas.
—Bueno... ahora pelean junto a la Horda.
Kaelion respondió con serenidad, sin apartar la mirada de las inscripciones talladas en la piedra.
—Todo gracias a Cairne Pezuña de Sangre. Fue él quien guió a su pueblo hasta Thrall cuando la sombra de los centauros amenazaba con extinguirlos. Y Thrall les ofreció un hogar bajo el estandarte de la Horda.
Aerion arqueó una ceja, divertido.
—Curioso cómo un solo pacto puede cambiar el destino de tantas razas.
Kaelion soltó un leve suspiro.
—Las alianzas cambian, Aerion. Pero la historia sigue ahí, aunque muchos prefieran olvidarla.
La conversación transcurrió entre el murmullo del viento y el lejano retumbar de la tormenta en el horizonte. Kaelion relataba con detalle todo lo que había vivido en Feralas, hasta llegar al incidente de Edric. Al escuchar la historia, Aerion inclinó la cabeza con un atisbo de pesar.
—Lamento la tragedia —dijo en voz baja—. ¿Le diste el antídoto que te di?
—Sí —asintió Kaelion—. En un intento desesperado, muchas opciones no tenía. Los humanos no poseen nuestra resistencia a la magia vil.
Aerion frunció levemente el ceño, pensativo.
—Es magia de la Legión... Los de la Cámara Arcana han dedicado siglos a estudiar su tratamiento, buscando restaurar lo que haya sido mancillado.
Editado: 10.04.2025