Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 14 – Momentos Fugaces, Sentimientos Encontrados

Kaelion estaba fascinado. Cada detalle de sus recuerdos revivía con una claridad asombrosa, como si la brisa nocturna le susurrara al oído lo que su corazón jamás quiso olvidar. Contemplaba el firmamento con un dejo de melancolía, descifrando constelaciones como quien sigue los rastros de un camino ya recorrido. Cada estrella parecía un eco de su memoria, un reflejo de todo lo que había vivido. Sentía aún el roce de una mano sobre la suya, el peso de una voz ajena en su mente, la intensidad de un beso robado a la guerra. Pero entonces, la noche le devolvió a la realidad con la crudeza de un rugido gutural. Kaelion parpadeó y aguzó el oído. Algo ocurría en la base de la colina. Se puso en pie de inmediato y descendió con sigilo entre las raíces colosales de Teldrassil. Su sable de la noche, la fiel montura que lo había traído hasta allí, estaba en una postura de alerta, con las orejas bajas y los colmillos al descubierto. Frente a ella, un furbolg se aproximaba de manera imprudente. La criatura, de torso robusto y pelaje entremezclado con musgo y polvo, gruñía con una voz grave y cavernosa. Ojos vidriosos, garras sucias y una postura que delataba una mezcla de curiosidad y hostilidad. Olía a tierra húmeda y a carne vieja. Kaelion no dudó un instante.

—¡Hey, infeliz! ¡Aléjate de ella! —rugió con la voz teñida de furia.

Blandió su lanza y descendió con rapidez. El furbolg dio un salto hacia atrás, chasqueando los dientes en un intento de intimidación. Pero al ver que el elfo de la noche no se detenía, soltó un gruñido ronco y se escurrió entre las sombras, perdiéndose entre la espesura. Kaelion resopló con desdén.

—Maldita alimaña… —masculló, aún con la lanza en mano—. ¿Cuándo será el día en que erradiquemos esta plaga?

Se giró hacia su sable, que aún estaba inquieta y tironeaba de las riendas con desconfianza. Se acercó y le acarició el lomo con suavidad.

—Perdón, hermosa. Parece que mis recuerdos me llevaron demasiado lejos.

Fue entonces cuando miró hacia el cielo y se percató de la profunda negrura de la noche. El tiempo había escapado de sus manos como arena entre los dedos.

—Caramba… —susurró—. ¿Cuánto tiempo estuve recordando?

El sable de la noche dejó escapar un sonido grave, una especie de gruñido lastimero que Kaelion identificó al instante.

—Sí, también tengo hambre —dijo, con una media sonrisa—. Haré algo para cenar.

Hubo conejo para la cena. Kaelion lo asó al fuego con paciencia, dejando que la carne tomara un tono dorado y el aroma llenara la noche. Su montura, en cambio, devoró su presa cruda, sin la menor contemplación. El elfo la observó de reojo y sonrió con burla.

—Veo que no te preocupas por los dolores de estómago —comentó, girando su comida sobre las brasas—. No tienes que esperar como yo.

El silencio nocturno lo envolvió. Solo el crepitar del fuego y la brisa marina le hacían compañía. Alzó la vista una vez más hacia las estrellas, permitiéndose unos segundos de introspección.

—Tantas cosas tengo para contar… y no hay nadie a quien pueda contárselo.

Giró la cabeza y miró a su montura.

—¿Quieres que te cuente qué recordaba?

La sable lo miró con la indiferencia propia de los felinos.

—Será entretenido, seguro te gustan las aventuras y los amores prohibidos.

El animal soltó un bostezo perezoso, exponiendo una dentadura que podría partir un cráneo de un solo mordisco.

—Sí, como en los cuentos. No te vas a arrepentir.

El sable de la noche no tenía muchas opciones. Así que, resignada, se acomodó junto al fuego, mientras Kaelion se preparaba para sumergirse, una vez más, en los recuerdos que la luna le dictaba.

Como de costumbre, Kaelion se trasladó de vuelta a Los Baldíos. El sol apenas comenzaba a ascender sobre el horizonte, tiñendo de ámbar las áridas llanuras y bañando las tiendas de campaña con una luz pálida y polvorienta. Aquel amanecer traía consigo una frescura inusual para la región, pero incluso la brisa matutina no era suficiente para despejar la bruma que se cernía sobre su mente. No terminaba de procesarlo. No terminaba de asimilar lo que había experimentado hacía tan solo unas horas. Cada latido aún reverberaba en su pecho como un eco lejano. Sentía en sus labios un calor que no era del sol, sino de algo mucho más íntimo, más insondable. Algo que amenazaba con desmoronar cada certeza que había construido. Pero Kaelion no era alguien que se permitiera perderse en su propio laberinto de pensamientos. Así que, buscando una distracción, se dirigió hacia el campo de entrenamiento, donde los jóvenes soldados ya estaban inmersos en sus rutinas diarias. Primero se detuvo junto a los lanceros. Observó con atención a una elfa que reconoció de entrenamientos previos: alta, de complexión atlética, con el cabello plateado recogido en una trenza apretada. Alguna vez le había corregido la postura, y ahora la vio lanzar su lanza con firmeza, clavándola justo en el centro de la diana. Kaelion cruzó los brazos con una leve sonrisa.

—Muy bien, señorita Moonshadow, veo que ha mejorado su lanzamiento.

La elfa giró el rostro y esbozó una sonrisa satisfecha.

—Gracias, señor. Espero que esta vez no tenga críticas.

—Solo elogios —concedió él con un leve asentimiento.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 10.04.2025

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